A los Jesuitas estudiantes en Coimbra
San Ignacio tiene dos cartas especialmente básicas en
amplitud y en contenido. Una de ellas es ésta, llamada “la carta de la perfección”. En ella quiere enderezar el impulso que
latía en aquella ardiente juventud, no siempre bien ordenada.
Se alegra Ignacio del fervor de los Hermanos y los exhorta
a continuar por la vía de la perfección. En una primera parte de la carta
expresa la excelencia de la vocación, las ventajas del fervor y los múltiples
beneficios recibidos de Dios. Por el contrario, presenta el claroscuro de la
miserable condición de tantas almas y el estado desolador del mundo.
Una segunda parte de la carta la dedica a la necesidad de
precaverse del fervor indiscreto, que causa daños y no provechos. Por lo que
aconseja y remite a la obediencia, medio infalible para alcanzar el
discernimiento.
En la tercera parte de la carta da los modos de ejercitar
durante los estudios el celo de las almas. Y aporta varios medios: ofreciendo a
Dios el mérito del trabajo. Haciéndose virtuosos ahora en el tiempo de los
estudios, condición indispensable para el apostolado. Dando buen ejemplo, lo
que tienen a mano entre ellos mismos, por lo pronto. Y finalmente fomentando
los santos deseos y las oraciones.
Liturgia:
San Mateo no nos ha contado el primer
intento de los familiares de Jesús que pretendieron llevárselo al pueblo por
considerar que Jesús había perdido el juicio por eso de que se volcaba tanto en
la labor apostólica, y además en enfrentamiento con los dirigentes religiosos
de Israel.
Al no haber hecho alusión a ese primer intento, entra ahora
en forma inocente el relato que viene a continuación: Jesús está hablando a la
gente y le mandan recado de que su madre y sus parientes están allí fuera y
quieren verle y tratan de hablar con él.
¿Era realmente tan inocente? ¿Habían venido los deudos de
Jesús sin más pretensión que hablar con él? ¿Habían traído a la Madre por el
gusto de que viera a Jesús, o como reclamo para conseguir sus intenciones de
llevarse a Jesús y sacarlo de aquella labor en la que estaba entregando su
misma vida?
Es natural que el evangelio no nos lo explica ni nos saca
de dudas por esa parte. Pero sí nos dice qué respuesta dio Jesús al mensajero que
le avisaba: Señaló al corro de personas que le estaban escuchando, incluidos
sus apóstoles y dijo: éstos son mi madre
y mis parientes: el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi
hermano y mi hermana y mi madre. Y Jesús no cedió ante la llamada que se le
hacía y optó por poner ante todo lo que era su razón de ser: hacer la voluntad de Dios. En ello
estaba el gran secreto de su acción y de su proceder.
No deja mucha más materia este relato, pero la que deja es
ya muy importante: en la vida, y por encima de todo, lo que importa es hacer lo
que Dios quiere. Estar en lo que se está, sin que separe de ello ni los lazos
sagrados familiares.
Hay quien se queda un poco dolido de lo que parecería ser
un menor apego de Jesús a su madre. En realidad no hay en el texto nada que
hable con menos cariño de Jesús hacia ella. Lo que está en directo –repito- es
el superior valor que tiene sobre cualquier otra cosa el hacer la voluntad de
Dios. Una vez más tengo que recurrir al primer mandamiento, que lo formulamos
muy bien pero que luego presenta sus “peros” a la hora de la verdad. Jesús puso
por delante el amor a Dios sobre todas las cosas, y eso no desdora otro amor
sino que lo sitúa en su puesto. María era para Jesús el gran amor humano, como
es propio de un hijo, de corazón perfecto, hacia su madre. Pero en su misión de
Mesías, tenía ese amor superior que era la obra de Dios: su enseñanza del Reino
de Dios.
Y por otra parte, es aplicable a María la gran alabanza de
Jesús, porque si su madre y hermanos son
los que cumplen la voluntad de su Padre Dios, ¿quién había sido más fiel en
la tierra en ese hacer la voluntad de Dios que su propia Madre? Por tanto no
había desdoro sino alabanza. Su madre era doblemente su madre, porque le había
dado el ser y porque vivía en todo momento la voluntad de Dios. El emblema de
María para “su escudo de armas” es la respuesta que ella dio al ángel que venía
de parte de Dios: Hágase en mí según tu Palabra.
Estoy leyendo con mucho interés el comentario sobre las cartas de S. Ignacio, de las cuales no tenía conocimiento. Como, al menos para mi, me parecen sumamente interesantes en todos los sentidos espero que una vez acabado el mes de julio continues aportaádonos esta valiosísima y provechosa información. Que Dios te siga bendiciendo.
ResponderEliminarEscuchar la Palabra de Dios y cumplirla es todo lo que nos pide Jesús para seguirle. El Señor siempre siembra su Palabra y nos pide mucha generosidad y que le abramos el corazón y que pongamos buena voluntad para ponerla en práctica. ÉL me pide recogimiento para leer el Evangelio; a continuación me preguntará qué me está diciendo Dios,y en que me pide que cambie. El cambio siempre nos une a los demás y nos convierte en padres y madres unos de otros. Quisiera vivir su Palabra como lo hizo María: "HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA". y el Verbo se hizo carne...María sólo era ¡la Esclava del Señor...!
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