Carta de Ignacio a Isabel Roser
Isabel Ferrer (Roser, por su marido) comenta a Ignacio
tribulaciones y problemas que le torturaban. Ignacio le eleva el pensamiento
poniéndole delante que Dios es el primero y “las cosas” están supeditadas al
honor de Dios para que la persona alcance su fin de alabar, hacer reverencia y
servir a Dios. Ante todo lo demás hay que tomar distancia. Y moverse desde la
humildad y el amor a la misma humillación para parecerse a Cristo. Le explica
la razón y el sentido de la contrariedad y la conducta que tiene que seguir el
alma. Le dice cómo Dios dirige los acontecimientos y así pretende que se tenga
el verdadero conocimiento de las
criaturas, y cómo el alma tiene que irse desprendiendo de las cosas de
la tierra. Eso implica entablar guerra contra los enemigos del bien del alma. Y
es natural que el mundo le haga la guerra a ella por oponerse a las tendencias
mundanas.
Isabel acabó siendo Religiosa franciscana y murió
santamente.
Liturgia:
En la vida de Jesús hay diversas
travesías del Lago de Genesaret, unas más tranquilas y otras más virulentas por
aquellas tempestades que se levantaban de pronto y que ponían en peligro las
barcas de los pescadores. Tiene su segunda lectura esa realidad y es la
identidad de MAR con MAL, atribuyéndole al mar una capacidad de daño y peligro.
Hoy tenemos una de esas situaciones difíciles para los
discípulos de Jesús. En Mt.8,23-27 se narra una de esas travesías que acaban en
una tempestad tan fuerte, que la barca
desaparecía entre las olas. Lo curioso es que dice el texto que Jesús
estaba durmiendo. Otros evangelistas nos lo sitúan en popa, y con las olas
cubriendo la barca. Algo que resulta inaudito, y que hace pensar si realmente
Jesús permaneció dormido en un profundo sueño, o se hizo el dormido a partir de
un determinado momento, esperando ver la actuación de sus hombres. En principio
aquellos hombres, entre los que había varios pescadores expertos en el mar,
intentan solventar el tema por su cuenta. Luego se dan cuenta de que es
imposible salvar la situación humanamente y acaban despertando a Jesús con un
grito desgarrado y provocado por el terror de la situación: Señor, sálvanos, ¡que nos hundimos!
Pareció como se lo tomara a broma, y que casi corregía a
aquellos hombres llenos de miedo: ¡Cobardes!
¡Qué poca fe!
Y poniéndose de pie en la barca, pese al vaivén enorme de
las olas, increpó al viento y al lago.
Y tras aquella intervención de Jesús, se
produjo una gran calma. El mar se echó a sus pies, los vientos se volvieron
serenos, y los discípulos se quedaron que no daban cuenta de sí, entre el susto
vivido y la admiración de ahora tras la intervención de Jesús.
Y se preguntaban admirados: ¿Quién es este?
Voy a confesar que tenía yo escrito mi segundo libro, con
los comentarios a los diversos tiempos litúrgicos y no llegaba a saber qué
título podía reflejar momentos tan diversos como la infancia, la Pasión y la
Resurrección. En mi oración diaria llegué a este texto que nos ocupa hoy y se
me encendió una luz. Si los mismos discípulos que vivieron tan de cerca las
acciones de Jesús, llegaron ahora a preguntarse: Quién es este, con toda razón yo podía preguntármelo y preguntarlo
a mis lectores. Se trata de ahondar en cada detalle de la vida de Jesús, con
esa pregunta siempre por delante. Porque por mucho que se quiera responder,
siempre nuestras respuestas se quedarán cortas. La personalidad y la obra de
Jesús no tienen fondo: siempre queda más por averiguar. Aquellos discípulos,
después de todo lo que llevaban visto en su convivencia con el Maestro, todavía
se quedan pasmados ante el apaciguamiento de la tempestad en el Lago. Su
pregunta, llena de admiración, no tuvo para ellos respuesta inmediata. Ni a más
largo plazo. Tendría que ser después de la Resurrección y de la venida del Espíritu
Santo cuando tuvieron la respuesta que ahora no sabían darse.
Quiera Dios irnos abriendo los ojos y el alma para que
también nosotros vayamos encontrando nuestra particular respuesta. No sólo para
decir “quien es este” sino para decirnos a nosotros mismos quién es este PARA MÍ. Será un gran ejercicio de oración sin fin,
que nos durará toda la vida. “Éste”, a
quien los vientos y el mar obedecen, será nuestra fuerza y nuestro
encanto…, la razón de ser de nuestra vida y de nuestro caminar y de nuestro
modo de ser.
ÉSTE ES SENCILLAMENTE
JESUCRISTO.
Jesús permanecía dormido en un profundo y plácido sueño a pesar de la tempestad. Eso es lo que yo creo. Y eso me lleva a meditar en cual debe ser nuestra actitud ante las numerosas tormentas que nos acechan. Porque a veces no se trata de lo que podamos hacer, a veces tienes que confiarte totalmente en los brazos de Dios. En esa actitud, es posible dormir plácidamente aunque afuera sople el huracán.
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