Ignacio a Diego Laínez
Ignacio había sido ya elegido Superior General de la
Compañía de Jesús. Ahora había que dotarla de unas Constituciones. Pero con su
prudencia habitual, no redacta unas Constituciones desde un despacho sino que
va haciendo tanteos de aspectos particulares para que sea la práctica la que
diga lo que ha de quedar como definitivo.
Al P. Laínez le da instrucciones de puntos particulares en
esta temporada en que escribe la carta. Manda que comience a poner el marcha
dos aspectos que deberán en su día subir a las Constituciones: la dedicación a
la enseñanza de la doctrina a los niños (cosa que ya constaba en la Fórmula de
institución y aprobación de la Compañía) al menos por el espacio de 40 días
cada año, y otra parte sobre el modo de vestir y calzar que debe tener,
conforme a capítulos que estaban pergeñados. Y a la vez que se lo manda bajo
obligación del voto de obediencia, le levanta la tal obligación, si razones de
orden superior se le presentasen al Padre Laínez.
Es proverbial el doble sentido de Ignacio del valor de la
obediencia, y el de la prudencia en casos particulares
Liturgia:
Sigue la instrucción comenzada ayer:
Mt.10,24-33. Jesús lanza a los apóstoles a una misión para la que deben estar
prevenidos. El discípulo no es más que su
Maestro, ni el esclavo más que su amo. Si a Jesús le han tildado de Belzebul,
¡cuánto más le toca a los criados! Jesús no suaviza la situación; no trata
de engatusar a sus apóstoles dorándole la misión a la que han de salir. Tienen
que contar con la dificultad e incluso con la incomprensión y la acusación. Eso
lo han hecho con él; no se pueden extrañar de que lo hagan con ellos.
Pero no les tengáis
miedo, porque nada hay encubierto que no llegue a descubrirse, nada escondido
que no llegue a saberse. La verdad ha de sobresalir y vosotros tenéis que
ir con la verdad por delante, prescindiendo de lo que otros digan o hagan. Lo que os digo de noche, publicadlo a la luz
del día; lo que os digo al oído, publicadlo desde la azotea. Y no es que
Jesús instruyera a los suyos en secreto ni a escondidas. Es una manera de decir
que la Palabra que llevan por delante –la Palabra de Jesús-, tiene que abrirse
paso a las claras y promulgarse por dondequiera que vayan.
No tengáis miedo,
les repite Jesús… No les tengáis miedo a
los matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. No; temed a quien puede
destruir en el fuego alma y cuerpo.
Yo recuerdo siempre a una persona que se moría de temor
ante esa afirmación, atribuyendo a Dios ese poder de destrucción. Yo no he
entendido nunca esa palabra como si Dios fuera el que iba a destruir alma y cuerpo en el fuego. En
realidad esa es obra que corresponde al demonio. Porque la obra que pertenece a
Dios es el cuidado del hombre. Tal como se expresa en la continuación: ¿No se venden dos pájaros por unos cuartos?
–Pues ni uno solo cae sin el permiso de
Dios. O sea: la obra de Dios es la providencia amorosa que se cuida aún de
los gorriones y de los cabellos de nuestra cabeza. No es el Dios que manda a
destruir alma y cuerpo al fuego. Pues bien: si se ocupa de los gorriones y de
los cabellos de nuestra cabeza, podemos estar seguros de que se ocupa de
nosotros y nos cuida. Por eso, no tengáis
miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Pues este mensaje
lo tienen que tener en cuenta aquellos apóstoles en su misión, para que vayan
con plena confianza en la providencia de Dios, lo que no quita que se van a
encontrar con todas las dificultades.
Como decía
ayer, la instrucción tiene un sentido escatológico y habla de la misión
apostólica a través de los siglos. Y bien patente queda en la dificultad con la
que se está encontrando la difusión del mensaje apostólico en los momentos
presentes.
Sin embargo,
no pueden achicarse los mensajeros de la Buena Noticia. Tiene que ponerse de
parte de Jesús y de su Palabra, porque la vergüenza sería que por temores a la
realidad actual, se dejara de proclamar ese mensaje. Y el valor tiene que
vivirse en ponerse de parte de Cristo
ante los hombres, y Cristo se pondrá ante el Padre de parte de esos sus
mensajeros. Lo contrario sería que ante unos mensajeros que no se atreven,
por miedo o respeto humano, a proclamar la Palabra de Jesús, Jesús tendrá que
no reconocerlos ante el Padre.
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