A los Padres y Hermanos de Padua
San Ignacio consideró que los Colegios podían tener unos
fondos económicos que rentaran lo necesario para que los estudiantes no
tuvieran que estar dependiendo de carencias que les distrajeran de sus
estudios. Al Colegio de Padua se le habían prometido unas rentas por parte de
Andrés Lippomani, quien a la hora de la verdad no acababa de donarlas, en su
intento de conservarse una parte.
Ignacio escribe a los Padres y Hermanos de Padua
consolándolos en el estado de penuria en que se encuentran. Se alegra de que
tengan ocasión de experimentar los rigores de la pobreza, que es un don de
Dios, y Cristo ha sido pobre. Invita Ignacio a vivir esa pobreza, porque los
pobres son los amigos del Señor y los que forman parte de su reino. La pobreza
ayuda a conquistar el paraíso y deshacer el orgullo; es el muro tutelar de la
vida religiosa. El que no está dispuesto a experimentar la pobreza, no es
verdaderamente pobre.
La carta es un himno a la pobreza y una exaltación de la
grandeza de los pobres.
Liturgia:
Los discípulos le preguntan a Jesús
por qué habla a la gente en parábolas. (Mt.13,10-17). Jesús les responde que
ellos, los discípulos, tienen que estar preparados para conocer el reino y por
eso a ellos les explica los entresijos, porque –a su vez- ellos tienen que
trasmitirlo a la gente.
Pero el le habla en parábolas al pueblo precisamente porque
el pueblo no entiende de otra manera. Los pueblos orientales son mucho más
dados al “ejemplo”, a lo gráfico, a la fantasía, y la entienden mejor que los
discursos y que los razonamientos. Por eso les habla en parábolas, para dejarle
el mensaje envuelto en la imagen, que es como ellos después pueden rumiarlo y
encontrar la beta que hay bajo la comparación o parábola.
Les hablo en parábolas
porque viendo no ven y oyendo no entienden. Se presta a confusión la
expresión al pie de la letra, tal como se copia de Isaías, pues parece que
Jesús habla así PARA que no entiendan. Cae de su peso que eso sería un absurdo
total en el que no podemos pensar que incurre Jesús: hablar para que no lo
entiendan. Porque para eso, no hablaría. Y sin embargo Jesús es un misionero
deseoso de hacer llegar a las almas el conocimiento del reino de Dios, puesto
que para eso ha venido.
Al copiarse al pie de la letra el texto de Isaías se
produce la confusión. Pero el que lo lee debe “traducir” sobre la marcha:
“hablo en parábolas PORQUE viendo no ven y oyendo no entienden” si se les habla
de otra manera. Bajo la imagen del cuentecillo se les queda el mensaje, que luego
han de rumiar lentamente hasta sacarle el jugo que encierra la parábola.
Y concluye diciéndoles a los apóstoles: Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros
oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que
veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
El niño, en su sencillez, es
ávido de cuentos, de fantasías. Él compone en su imaginación una realidad que
está más allá del cuento pero que le sirve de base para ir creando sus
conocimientos. A un niño no se le pueden explicar conceptos porque no tiene la
capacidad racional hecha para entender los conceptos abstractos. Pero en una
imagen el niño capta el mensaje. Lo capta a su altura y en su posible
profundidad. Con el tiempo irá encontrando el concepto que le concreta aquella
imagen.
Pues eso es lo que nos puede hacer comprender la pedagogía
de Jesús con aquel pueblo, a quien sus parábolas le embelesaban y con las que
llegaba a presentarles el reino de Dios. Insensiblemente iban entrando en sus
almas las características de ese Reino.
Los apóstoles, ya más cultivados y aprendiendo casi por
ósmosis mientras vivían junto a Jesús, estaban ya en condiciones de entender
las enseñanzas. Lo que no significa que no les hicieran falta las parábolas.
También con ellos tenía Jesús su parte de enseñanza en parábolas, aunque luego
les explicaba para que llegaran al meollo de lo que la imagen representaba.
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