A D. Fernando de Austria
Don Fernando era hermano de Carlos V y era archiduque, “rey
de romanos”. Muy afín a la nueva orden, se sirvió de ella para muchas de sus
empresas, y pretendió que el Padre Claudio Jayo fuera elegido obispo de Trento.
Ignacio pensó que ceder en este punto significaba ceder en algo muy especial en
la vida de la Compañía, y da sus razones
contundentes en esta carta. Para no aceptarlo.
Para cerrar para siempre esta posibilidad y evitar que se
repitieran casos semejantes, dispuso que los profesos de la Orden hiciesen voto
de renuncia a cualquier clase de dignidades. Veía en esta decisión una renuncia
a todo peligro de ambición, madre de todos los males en cualquier comunidad o
congregación.
El archiduque lo comprendió y cedió de su propósito.
Liturgia:
Hay una constante en la historia
evangélica y es la actitud belicosa de los fariseos contra Jesús. Era una
situación “lógica”. Los fariseos eran la casta religiosa y los mentores del
pueblo en lo tocante al modo de vivir la religión. Ellos venían de una forma muy
concreta de prácticas que se centraban en realidades externas visibles. Y se
topaban con Jesús, quien iba en la línea de los
verdaderos adoradores que adoran a Dios en espíritu y verdad, y para quien
la expresión externa de lo religioso era accidental. Entonces, mientras los
fariseos se paraban en lavatorios de manos, vasos, jarras, ollas, y en una
interpretación materialista del descanso sabático, Jesús se centraba en la
compasión, el amor, la misericordia y la atención a la persona sufriente, tanto
más cuanto era más necesitada y pobre. La ley estaba hecha para el hombre (para
ayudar y servir al hombre) y no el hombre supeditado y esclavizado a la ley. La
posición de los fariseos se hacía evidente: enfrentamiento constante con Jesús,
que en el fondo era también el miedo a perder sus posiciones y “seguridades”.
Estamos viviendo en los momentos actuales esa misma
situación entre los extremosos de la religión y la posición del Papa. El Papa
está por la persona, por el servicio de la persona, por la misericordia, porque
la ley no ahogue el espíritu del evangelio. Los extremosos de la religión están
por “la ley”, por lo que ellos heredaron y en lo que se sienten firmes. Y con
ese recelo de que ceder en algún aspecto “tradicional” es como perder ellos pié
en sus tradicionales convicciones. Y el resultado es la oposición frontal con
la que se han situado contra el Papa. La historia no hace sino repetirse,
aunque parezca de posiciones distintas. Pero es el mismo esquema.
Todo esto viene a cuento del evangelio de hoy (Mt.12,38-42)
en el que los fariseos piden a Jesús una señal, un milagro tuyo. Se ve que no les habían bastado los muchos
milagros que ya había hecho. Y Jesús no es un prestidigitador que se saca un
milagro de la manga como un juego de manos. Y opta por irse a la suprema
manifestación de milagro que les puede dar, pero que no lo van a ver ahora. Se
trata del signo de Jonás, tres días y
tres noches en el vientre del cetáceo; pues tres días y tres noches estará el
Hijo del hombre en el seno de la tierra. El gran signo será su resurrección
tras su muerte y sepultura. Pero eso ya no es el milagro que ellos pretenden,
ni Jesús transige en aquel juego que ellos plantean para creer.
Lo que hace Jesús es remontarse a figuras bíblicas para que
sepan aprovecharse de ellas. Cuando
juzguen a eta generación, los hombres de Nínive se alzaran contra ellos y harán
que los condenen porque ellos creyeron por la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Y
cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los
condenen, porque ella vino desde los confines del mundo para honrar a Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Podrán creer o no creer, pero más allá del signo está la
afirmación doblemente asertiva de Jesús: Él es más que Jonás, el profeta, y más
que Salomón el rey sabio. Jesús se está definiendo a sí mismo; ese es su
milagro en este momento. Y no hay otro milagro que les sirva de juguete a
aquellos interlocutores, que venían a tender la trampa a Jesús.
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