A Francisco de Borja, duque de Gandía
Francisco de Borja había hecho privadamente su profesión en
la Compañía. Llevaba una intensa vida espiritual. En carta a Ignacio le pide
orientaciones sobre oración y penitencia.
Ignacio le indica la conveniencia de reducir el tiempo de
oración. Y en cuanto a la penitencia, que no sea sangrante. Por el contrario,
dedicar más horas al estudio. Y mantener las fuerzas corporales porque el
cuerpo es necesario para actividades espirituales. No hay que deshacerlo sino
hacer que obedezca al espíritu. Por eso, mejor que la sangre de penitencias más
extremas, pida los dones que vienen de Dios. Puede pedir el don de lágrimas que
vengan provocadas por elevaciones del alma.
Y todo lo que desee en su espíritu sea para gloria de Dios
y no para contentamiento de sí mismo. El Espíritu Santo inspirará el resto.
Liturgia:
Explica Jesús a sus apóstoles lo que
significa la parábola del sembrador. A ellos les es dado conocer los entresijos
del sentido de esa parábola, para que ellos estén atentos a las aplicaciones
que deben deducirse de ella. (Mt.13,18-23)
La semilla que cae el borde del camino, en terreno duro y
no esponjoso, es el que escucha la
Palabra del Reino sin entenderla. La consecuencia de una situación así es
que llega el Maligno y roba lo sembrado
en el corazón. “Entender” la Palabra de Dios no es cuestión de comprensión
del texto, sino de acoger esa Palabra, hacerla vida de la propia vida. Si se ha
dejado escapar esa enseñanza, es lo mismo que la llegada del maligno que roba
lo sembrado en el alma. No serán tales personas unos miembros del Reino de
Dios. Tales personas o tales actitudes en personas que, por otra parte,
aparentan estar unidos a ese Reino.
Otra semilla cae en terreno de muchas piedras y poca
tierra. Es natural que poco jugo puede tener, aunque haya buena voluntad. Es el que escucha la Palabra de Dios y la
acoge enseguida con alegría, pero sin raíces. Por eso, en cuanto viene una
dificultad o persecución, sucumben. Desgraciadamente es lo que ha ocurrido
a la España de la cristiandad. Todo parecía ir viento en popa, pero en cuanto
se abrió la mano, en cuanto que el señuelo de la democracia creyó que la
“libertad” también atañía al sentido religioso, la falta de una fe enraizada y
de unas convicciones profundas, se produjo la estampida de todos aquellos que
eran felices con su fe pero no tenían arraigo. La solanera de lo moderno les
acabó agostando.
¡Y cuidado los que tienen su fe dependiendo de emociones
externas, porque el ambiente actual es una solanera que reseca las conciencias!
Quiero decir que no miremos hacia afuera para descubrir a esas gentes, sino que
nos adentremos dentro de nuestros secretos profundos, no sea que esa falta de
raíces pueda ser más cercana de lo que creemos.
Otra semilla cae en tierra buena pero en la que crecen
simultáneamente muchos otros focos de atención: afanes de la vida, seducción de las pasiones, que tienen toda la
fuerza bravía de los instintos y las atracciones humanas. Hoy tenemos muchas
personas de frecuencia de sacramentos…, y de frecuencia de pornografía, o de
afán de dinero, en una lucha dispar porque los atractivos mundanos son
demasiado fuertes. Son semillas que quedan ahogadas, Palabra de Dios que queda
ineficaz, cristianos que tienen encendida una vela al demonio. No está, pues, tan
lejos la aplicación de la parábola.
Queda la acogida sincera de la Palabra: ni durezas, ni
solaneras, ni abrojos… Se ha tomado en serio la semilla que siembra Jesús, y
cada persona la desarrolla en una determinada profundidad. Y aunque hay varios
niveles de respuesta –el 30 o el 60 o el ciento por uno-, el hecho es que está
el corazón libre para acoger esa semilla de Jesús. Y la vida, con sus fallas
normales, da el fruto que Jesús desea: se está abierto a la presencia de Jesús.
La parábola ya era llamativa por sí misma y por lo que
pudiera reflexionarse en sus términos tal cual estaba expuesta, y tal como la
oyeron las gentes del pueblo. Pero explicitada por el Señor para que sus
apóstoles comprendieran en profundidad, tiene una dimensión más amplia y una
posibilidad de aplicación a uno mismo, que es lo que es fundamental. No mirarla
como “hacia afuera” sino aplicarla a las diversas realidades de uno mismo, y es
posible que encontremos, cada uno en sí mismo, algún aspecto de esos cuatro
niveles que ha expuesto Jesús.
Jesús habla de la Palabra de Dios, como algo vivo, que germina y crece en nuestros corazones. Allí se quedan muchas semillas esperando su tiempo para germinar y florecer y dar sus frutos. Unos, no lo consiguen; pero el Sembrador los mira con cariño y , hasta puede que les de otra nueva oportunidad. Alguna vez nos parece haber dado un tanto por ciento bastante alto. Otras veces, nos hemos secado...En todo momento nos hemos sentido amados.
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