El santo padre Francisco rezó este viernes con los
aproximadamente 35 mil fieles reunidos en la plaza de San Pedro con motivo de
la fiesta de Reyes, la oración ángelus. El Papa recordó que hay luces
intermitentes o que encandilan pero que son vanas, al contrario de la luz de
Jesús que sabe vencer las tinieblas más oscuras y da alegría al corazón.
A continuación el texto del ángelus
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Celebramos hoy la Epifanía del Señor, o sea la manifestación de
Jesús que resplandece como luz a todas las gentes. Símbolo de esta luz que
resplandece en el mundo y que quiere iluminar la vida de cada uno de nosotros
es la estrella que guió a los Magos a Belén. Ellos, dice el Evangelio, vieron
‘brillar su estrella’ (Mt 2,2) y decidieron seguirla: hacerse guiar por la
estrella de Jesús.
También en nuestra vida hay diversas estrellas, luces que
brillan y orientan. Somos nosotros que debemos elegir a cuál de ellas seguir.
Hay luces intermitentes, que van y vienen, como las pequeñas satisfacciones de
la vida: a pesar de ser buenas, no son suficientes, porque duran poco y no nos
dejan la paz que buscamos”.
También existen las luces enceguecedoras del espectáculo, del
dinero y del éxito, que prometen todo y enseguida: seducen pero con su fuerza encandilan y
hacen pasar de los sueños de gloria a la oscuridad más densa.
Los Magos, en cambio, nos invitan a seguir una luz estable y
gentil que no tiene ocaso, porque nos es de este mundo: viene del cielo y
resplandece en el corazón.
Esta luz verdadera es la luz del Señor, o mejor dicho es el
Señor. Él es nuestra luz: una luz que no enceguece, pero acompaña y dona una
alegría única. Esta luz es para todos y nos llama a cada uno: podemos así
sentir nosotros la invitación que hoy nos dirige el profeta Isaías: ‘Levántate,
vístete de luz’.
En el inicio de cada día podemos recibir esta invitación:
levántate, revístete de luz, sigue hoy entre las tantas estrellas fugaces del
mundo a la estrella luminosa de Jesús! Siguiéndola, tendremos alegría, como le
sucedió a los Magos, que ‘cuando vieron la estrella se llenaron de una enorme
alegría’ (Mt 2,10); porque donde está Dios hay alegría.
Quien ha encontrado a Jesús ha sentido el milagro de la luz
que rompe las tinieblas y conoce esta luz que ilumina y resplandece. Quisiera,
con mucho respeto, invitar a no tener miedo de esta luz y a abrirse al Señor.
Sobre todo quisiera decir a quien ha perdido la fuerza de buscar, a quien
afanado por la oscuridad de la vida ha apagado el deseo: ‘Ánimo, la luz de
Jesús sabe vencer las tinieblas más oscuras’, ¡levántate, coraje!
¿Cómo encontrar esta luz divina? Sigamos el ejemplo de los
Magos, que el Evangelio describe siempre en movimiento. Quien desea la luz, de
hecho sale de sí y la busca: no se queda cerrado, quieto, mirando qué sucede en
su alrededor, pero pone en juego la propia vida.
La vida cristiana es un camino continuo, hecho de esperanza y de
búsqueda; un camino que como el de los Magos prosigue también cuando la
estrella desaparece momentáneamente de la vista. En este camino hay también
insidias que es necesario evitar: los comentarios superficiales y mundanos que
frenan el paso; los caprichos paralizantes del egoísmo; los baches del
pesimismo que encierran la esperanza.
Estos obstáculos bloquearon a los escribas, de los cuales habla
el Evangelio de hoy. Ellos sabían dónde estaba la luz, pero no se movieron.
Cuando Herodes les preguntó ‘¿Dónde nacerá el Mesías?’, ‘¡En Belén! Sabían
donde pero no se movieron. Su conocimiento fue vano: no basta saber que Dios ha
nacido, si no se hace con Él la Navidad en el corazón.
Dios ha nacido, ¿pero ha nacido en tu corazón?, ¿ha nacido en mi
corazón?, ¿ha nacido en nuestro corazón? Y así lo encontraremos, como los
Magos, con María y José en el establo.
Los Magos lo hicieron: encontrado el Niño, “ellos se postraron y
lo adoraron”: entraron en una comunión personal de amor con Jesús. Después le
donaron oro, incienso y mirra, o sea sus bienes más preciosos.
Aprendamos de los Magos a no dar a Jesús solo los retazos de
tiempo y algún pensamiento cada tanto, contrariamente no tendríamos su luz.
Como los Magos, pongámonos en camino, revistiéndonos de luz, siguiendo la
estrella de Jesús y adoremos al Señor con todo nuestro ser”.
Después de rezar el ángelus el Papa saludó a los diversos grupos
de peregrinos y añadió las siguientes palabras:
“Los magos ofrecen a Jesús sus dones, pero en realidad es Jesús
mismo el verdadero don de Dios. De hecho es el Dios que se dona a nosotros, en
Él nosotros vemos el rostro misericordioso del Padre que nos espera, nos acoge,
nos perdona siempre; el rostro de Dios que no nos trata nunca según nuestras
obras o según nuestros pecados, pero únicamente según la inmensidad de su
inagotable misericordia.
Y hablando de los dones, también yo he pensado de hacerles un
pequeño regalo… faltan los camellos, pero les daré este don. Es el librito
‘Ícono de misericordia’. El don de Dios es Jesús, misericordia del Padre, y por
esto para recordar este don les doy este regalo que será distribuido por
personas pobres, sin hogar y prófugos, junto a muchos voluntarios y religiosos
a los cuales saludo y les agradezco de corazón.
Les deseo un año de
justicia, de perdón, de serenidad pero sobre todo un año de misericordia. Les
ayudará leer este libro; se lleva en el bolsillo, pueden llevarlo con ustedes.
Por favor no se olviden de hacerme también el don de vuestra oración. El Señor
les bendiga. Buena fiesta, ‘buon
pranzo‘ y ‘arrivederci‘.
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