LITURGIA
Hoy, 2 de enero no hay una
liturgia específica. Continúa la carta 1ª de San Juan (2, 22-28) en la que nos
habla de algo muy sublime, como es la
permanencia en el Padre y en el Hijo. “Permanecer EN” tiene un valor místico
excelente porque equivale (como he expresado en otras ocasiones) a una unión de
tal calibre que equivale a la palabra “injerto” de nuestro vocabulario, y
significa una unión tan substancial que ya no somos nosotros el árbol bravío
que seríamos por nuestra realidad humana, sino que estamos injertados en el
Padre y en el Hijo, que son la fuerza vital, el tronco que nos da la vida y que
modifica la fuerza de nuestra propia personalidad. Nuestro nuevo ser lleva la
savia que recibe de Dios y podemos dar los frutos de Dios. Y por el que podemos
reconocer a Jesucristo y confesarlo como nuestro Señor. Y afirma Juan que el
que no lo confiesa es el anticristo.
En el evangelio se
recupera el recuerdo del Bautista (Jn 1, 19-28), a quien preguntan si es el
Mesías y él manifiesta que sólo es LA VOZ…., pero que LA PALABRA viene detrás…
Que Juan solamente es el que anuncia, y cuyo bautismo es simbólico, de agua,
pero que el Mesías viene detrás. Y Juan no se considera digno ni de ser su
esclavo para atar o desatar su sandalia.
“UN SILENCIO
PROFUNDO”
“Cuando el profundo silencio de esta media
noche nos haga resonar LA PALABRA MISERICORDIOSA de un Dios que se ha
metido en la tierra”, les aseguro que yo quisiera renacer otro
distinto del que soy. No quisiera ser mera “voz” que clama (y menos “en el
desierto” donde nadie escucha). Desearía ser ECO DE LA PALABRA DE DIOS QUE SE
HA HECHO HOMBRE, ha venido a habitar entre nosotros, los suyos…, y anhelo expresar,
como un alarido ilusionado, que he acogido su Palabra, y que he servido de
tímido altavoz, para que todos también la escuchen y se zambullan en esa
PALABRA VIVA Y EFICAZ…, en el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, que no se
limita a un “comienzo” (fugaz) –que es la primera palabra de San Marcos- sino a
“desmontar” desde las historias evangélicas al leproso y al cojo, al ciego y al
muerto de Naím, a Pedro y a Judas…, y empezar UNA VEZ EN LA VIDA a ser yo el que vivo
cada una y todas aquellas realidades, siendo yo el que experimenta
personalmente el instante aquel: el que ve la mirada de Jesús, el que sufre con
Él, o se alegra, el que pide agua o sufre por la traición del amigo… Es hora de
“desmontar” el “cuentecito oriental de siglos atrás”, y sentirme que NOCHEBUENA
no es lo que está siendo, y que NOCHEBUENA es otra realidad diaria muy actual,
con Cristo en el Centro, yo a su lado dejándome enseñar, y el mundo que padece,
sufre y goza, se sacrifica y disfruta.
La Virgen ya está con el Niño. Le está dando el
pecho. Yo soy ahora el que paseo por fuera del recinto, y –por supuesto-
mirando al Cielo. Llevo dentro un mundo tan grande que no lo puedo digerir en
un instante y se me pasan las horas.
José viene ya de camino. Viene muy contento,
azuzando la cabalgadura, con prisa por llegar y ver… Contento porque consiguió
una habitación digna; pobre y limpia, pero ¡un techo!, como las personas. Casi
a las afueras, pero dentro de la ciudad. Y luego tuvo que buscar un trabajo con
que empezar… para pagar la habitación, para poder comprar lo indispensable
cuando llegaran allí. Dios le había encargado el oficio de padre de familia, y
esa era su responsabilidad para vivirla dichosamente.
Llegó al lugar del nacimiento. Todo seguía
normal. María era feliz. El Niño dormía y José se extasiaba mirando. Pero ahora
aprovechaban este momento de descanso del infante para recoger lo más pronto
posible lo poco que allí tenían y reemprender la vuelta a la ciudad. Ahora de
forma tan distinta. Apacible. Con el sol avanzando hacia su cenit. María en la
mula, con su Niño en sus brazos. José, lleno de gozo como quien lleva carroza
real. Van unos ratos cantando a Dios sus maravillas, recitando salmos de
confianza, callados, a ratos, José contando a María lo que hizo mientras. [Del libro: Quién es Este]
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