Liturgia del día
El día 3 de enero ha sido
designado como el día del NOMBRE DE JESÚS. Yo no puedo ofrecer la liturgia
propia de este día porque me encuentro fuera de mi “base” habitual y no dispongo
de un misal que esté adaptado a esta nueva liturgia que tiene solo unos tres
años desde que fue señalada en el calendario de la Iglesia. Sólo me queda que
expresar la emoción que me produce este Nombre, que polariza toda mi razón de
ser, que me dice todo lo que soy, y que me embarga el alma. No tengo –lo acabo
de decir- unas lecturas concretas, pero yo podría elegir la de Pedro y Juan
encontrándose con el tullido del Templo, que les pide limosna. Y Pedro
responde: No tengo oro ni plata pero lo
que tengo, eso te lo doy: EN EL NOMBRE
DE JESÚS, levántate y ponte en pie. Otro texto que yo escogería es el
del himno cristológico de filipenses: Se
le ha dado un nombre sobre todo nombre, para que al NOMBRE DE JESÚS se doble toda rodilla en el cielo y en el abismo.
También como
evangelio, podría escoger: echaréis
demonios en mi nombre… o En mi nombre
se predicará la salvación a todos los pueblos. Y valen todos esos otros
textos que podéis añadir si os ponéis a buscar en el Evangelio esta expresión
básica: EN MI NOMBRE.
Por lo demás, opto por
transcribir el momento de la imposición del nombre a Jesús, tal como lo describí
en “Quién es Este”.
EL NOMBRE DE JESÚS
“A los 8 días del
nacimiento de Jesús, José circuncidó al Niño y le puso por nombre Jesús, tal
como el ángel lo había llamado antes de nacer”. Era el momento en que el niño varón entraba a pertenecer al
pueblo de Israel. Primera sangre de Jesús que se derrama, y que bastaría para
redimir al mundo mundial. Dolor en el Niño, que María calmaría pronto
llevándole el pecho al pequeño y haciéndole sentir el calor maternal, que es la
gran medicina del recién nacido.
José estaba
entre ese natural dolor que le había provocado al Niño y ese santo orgullo que
experimentaba doblemente el padre de familia, de una parte haciendo al niño un miembro nuevo del Pueblo de Dios, y de
la otra, el apabullante destino recibido directamente de Dios de ser él quien
pusiera nombre de Jesús (=Salvador) al hijo misterioso de su esposa; ni más ni menos que ser
elevado a ser “padre” de
aquel Niño, que venía del Espíritu Santo. Una sinfonía de sonidos, una borrachera de colores… José lo
hizo, los pocos vecinos fueron invitados, y aquella fiesta se celebró desde la
pobreza de una familia de inmigrantes recién llegados.
Y aquí
también yo me quedo absorto con el NOMBRE. El nombre que el ángel le había señalado antes de nacer,
¡cosa seria, porque indicaba que Dios era el que actuaba y hacía! Antes fue
“Juan”, y antes lo fueron otros cuantos, y siempre en la línea de la salvación
de Israel. Dios dirigía la historia, no precisamente partiendo siempre de
“santos” sino de solemnes pecadores…, pero Dios siempre será quien escribe
derecho con nuestros renglones
torcidos, una historia llena de situaciones así. Un día Jesús lo vivirá de
lleno, siendo Él mismo el autor protagonista: un Simón pescador y rudo, al que
hace PIEDRA (y será fundamento de su Iglesia), y un hombre de Keriot, al que
soñó como otro fundamento de ese edificio, y le “salió rana”. Y la historia
sigue aún 20 siglos y pico, y permanece la misma realidad.
Por eso yo no me quedo nunca pasando de puntillas sobre el hecho “histórico bíblico” del NOMBRE, porque sé que
yo mismo estoy ahí, señalado, amado, elegido, privilegiado de Dios, con un
NOMBRE que no es el que me pusieron mis padres, sino OTRO…, por el que me conoce Dios. Y tras la fila de los Doce
elegidos por Cristo (sin irnos ahora más lejos), ¿detrás de cuál estoy? ¿Cuál
es la construcción de ese nombre mío? Dios lo inició precioso y esperanzador en
mi Bautismo, haciéndome hijo suyo. ¡A tantos los hizo hijos…! Pero bien a las
claras está que los hay Pedros, “hijos del Trueno”…, y Judas Iscariote.
El NOMBRE no se forma de gustos personales, porque “no todo el que me dice: “Señor, Señor…, entrará en ese NOMBRE”. Yo quiero simbolizar el NOMBRE por esa lluvia de letras que
Dios va lanzando desde su voluntad de Padre, y que a mí me toca muy
personalmente ir cogiendo “al vuelo” para COMPONER el nombre que Dios quiere de
mí. No sale al simple voleo. No todo lo que creo ser de Dios, lo es. Así, hasta
se hicieron grandes herejes iluminados. Es discernir sin parar, hasta el mismo día de la muerte. Por eso decía un
autor que “en el Bautismo no se dijo “amén” al recibir el agua transformadora,
porque la letra final, el AMÉN de nuestra tumba será el que defina (deba definir) que haber sido hechos HIJOS
DE DIOS, llegó a feliz puerto personal.
Por eso, el
NOMBRE, “mi Nombre”, es una idea fija, casi de escalofrío, que siempre pienso,
aunque felizmente confiado en el intento diario (y los discernimientos
frecuentes) que tengo que hacer, para los que no me bastaría yo solo, porque
Ignacio de Loyola advierte de la posibilidad de “la cola serpentina”…, aun para
los más grandes santos.
Y ayer fue además...mi cumpleaños. Dí gracias a Dios por mis 46 años de vida, lo primero en la mañana. Luego medité delante del santísimo el regalo tan maravilloso que me hizo Dios de nacer además el día de su Santísimo Nombre.
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