Liturgia
Hoy cambia el tema la carta a los Hebreos (10, 32-39) y se
refiere a los padecimientos que ha tocado vivir por razón de la fe y la
práctica de esa nueva religión que ha traído Jesucristo: soportasteis múltiples combates y sufrimientos…, os exponían
públicamente a insultos y tormentos o vosotros os hacíais solidarios de los que
los sufrían.
No renunciéis a vuestra
valentía; os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios. Lo que pasa es que eso va a
durar aún un tiempo, pero el que viene (Jesucristo), llegará
sin retrasarse. Vivid apoyados en la fe. No os arredréis por las dificultades,
sino sed personas de fe para salvar el alma. [Esto lo va a desarrollar mañana
para hacer patente que la fe es la que adquiere ante Dios el mérito y los frutos
de la fidelidad y la permanencia en el bien].
El evangelio nos trae una parábola que es exclusiva de
Marcos (4, 26-34): es la parábola de LA SEMILLA (no la del sembrador). Aquí se
hace hincapié en la fuerza interior de la semilla, o lo que es igual, en la
obra de la gracia de Dios, que actúa por sí misma…, el Reino de Dios, independiente
de la acción de la persona. El hombre
echa la simiente en la tierra. Luego se va a dormir y ya no puede hacer
nada en esa semilla. Pero cuando se levanta de mañana, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Es el
misterio de la gracia de Dios. El labrador no puede actuar ya sobre esa planta.
Ella tiene ya la fuerza para crecer. La
tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga,
después el grano. La gracia actúa por ella misma. Y quien dice la gracia,
dice LA PALABRA (puesto que Jesús habló también de la Palabra como la semilla
que se echa en el campo). La palabra de
Dios es viva y eficaz, penetrante como cuchillo de doble filo, que entra hasta
la médula y los huesos. He ahí la fuerza de esa Palabra cuando es acogida
tan en serio que se deja uno mover por ella y se deja interrogar y cambiar por
lo que actúa en el alma esa Palabra.
Es la palabra que ha hecho santos, que ha penetrado de tal
manera en las almas que les ha transformado. “Sin que ellos sepan cómo”. Ha ido
creciendo y se ha desarrollado y ha realizado la obra impredecible de la
santidad.
Claro: al mismo tiempo han sido “labradores” que han
cultivado el campo…, que le han quitado las piedras y las malas hierbas, que
han regado a sus tiempos, que han escardado, que los han defendido de las
plagas… De tal manera que, siendo una realidad que la gracia actúa como quiere
y cuando quiere, la persona ha de tener la vasija bien preparada para
recibirla…, y a mayor vasija, mayor caudal de la gracia de Dios.
Y cuando el grano
está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega: se recogen los
frutos…, se ha estado atento a las llamadas interiores de la Palabra.
Todavía quiere Jesús insistir en ese misterio del Reino que
es tan pequeño en sus orígenes como el mínimo grano o semilla de mostaza, que
sin embargo –al sembrarlo- produce un arbusto frondoso en el que anidan los
pájaros. El Reino no es espectacular; no llega con alharacas y llamativamente.
Comienza siempre como esa semilla que se echa en tierra, o ese grano de
mostaza. Luego, cuando prende en un alma, se hace un árbol que echa ramas por
doquier. Los santos no pasan desapercibidos. El que ha acogido el Reino no queda
en la vulgaridad.
Y concluye este texto con una “justificación” de cómo
enseñaba Jesús. Lo hacía en parábolas,
acomodándose a la capacidad de entender de las gentes. Para nosotros,
occidentales, las parábolas tienen que ser “explicadas” para que captemos el
sentido. Para un oriental la parábola era un libro abierto que expresaba las
cosas mucho más claramente que las explicaciones de los conceptos. Jesús, buen
pedagogo, se acomodaba a su auditorio y así les dejaba el mensaje que les
quería dejar… Luego, ellos tenían que rumiarlo para sacarle el jugo. A sus
apóstoles se lo explicaba ya con mayor detalle y detenimiento para que ellos
captasen los entresijos de aquellos cuentecillos, y que ellos se hicieran
también maestros en el arte de instruir. De seguro que ellos también inventaron
sus parábolas cuando salían de gira apostólica enviados por Jesús. Se trataba
de ponerse a la altura del pueblo a la hora de explicarles el Reino de Dios.
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