Liturgia
La carta a los Hebreos es la carta del Sacerdocio de
Jesucristo. Va contraponiendo los elementos de la antigua alianza con los de la
nueva. Ayer se centraba en ese punto. Hoy lo hace en el tema del Templo y del
propio sacerdocio. Con una muy sintética exposición (Heb, 9, 2-3. 11-14) nos
presenta las dos dependencias más nobles del templo de Jerusalén: La parte
anterior a la cortina, que es el “Santo”, y la que hay detrás de la cortina del
misterio de lo sagrado, que es el “Santísimo” o Sancta Sanctorum. Para concluir
que mucho más noble es el nuevo Templo, que es el propio Jesucristo,
porque no está construido por manos humanas de este mundo creado.
Tampoco el Sacerdote que penetra “la cortina” va a ofrecer
sangre de animales vicarios para consagrar a los fieles y perdonarlos de sus
pecados, sino que es la propia sangre de
Jesús la que se ofrece. Y ya no es el sacerdote que tiene que entrar muchas
veces en el Santuario para ofrecer la ofrenda, sino que Jesús ha entrado de una vez para siempre,
consiguiendo la liberación eterna.
Y hace el autor una consideración evidente: si la sangre de toros y machos cabríos y el
rociar de las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los
profanos devolviéndoles la pureza externa (era la base de los sacrificios
expiatorios de la antigua ley), ¡cuánto
más la sangre de Cristo en virtud del Espíritu eterno, ofrecida a Dios en
sacrificio, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas,
llevándonos al culto del Dios vivo!
El evangelio es muy corto: Mc 3, 20.21. Jesús está
enfrascado en su misión de enseñar y curar y liberar de malos espíritus. Las
gentes se han volcado de tal manera que Jesús no tiene ni tiempo para comer.
Estaba metido de lleno en su vocación salvadora. Pero eso no lo captan sus
familiares, que acaban preocupándose al ver el trabajo y la dedicación de
Jesús. Y optan por pretender llevárselo con ellos y apartarlo de aquel trabajo
exhaustivo que está teniendo. Y el argumento que a ellos les cabe para tal
intento es que Jesús ha perdido ya la medida y está fuera de sí. Desde la
visión puramente humana la vocación y las exigencias de la vocación no se
entienden. Lo fácil es pensar que aquello se sale “lo corriente” y que lo mejor
es quitarlo de la cabeza.
Recuerdo el caso de una joven de valía que se sintió
llamada a consagrarse en la Vida Religiosa. Estudiada su posible vocación se
concluyó que en efecto era apta para dar el paso. Su madre no aceptó aquella
posibilidad y la chantajeó amenazándola con quitarse la vida si la hija se iba
al convento. Y la muchacha cedió. Siempre me ha hecho pensar mucho aquel caso.
¿Cómo hubiera procedido Jesús ante aquella presión? Desde luego Jesús no cedió
ante sus familiares que pretendían llevárselo y apartarlo de su camino.
Otro caso recuerdo de un joven seminarista que se apartaba
del resto de la familia para hacer su oración. La familia no sabía lo que era “hacer
oración” y llegó a preocuparles que aquellos ratos prolongados de “pensar” que
podía ser “un desgaste de la materia gris
del cerebro”. El joven continuó su modo de orar hasta que la familia
asimiló aquella realidad, que entendería o no entendería, pero que era un “modus
operandi” que formaba parte de la vida del seminarista.
La familia, con frecuencia obstaculiza la vocación de los
hijos. En los tiempos actuales, y en el mejor de los casos, obliga a hacer una
carrera antes que entrar en el seminario o en un noviciado. Otras veces usan de
artes poco ortodoxas para conseguir apartar de la idea a sus hijos, dándoles
largas o convenciéndoles de lo contrario. Lo que no saben es que el “tren” de
las llamadas de Dios pasa cuando pasa, en el tiempo que pasa…, y que nadie
puede asegurarse un “viaje posterior”. Y quien tenía una estación de destino
más definida por el Señor, puede no tener nueva combinación de viaje cuando se
ha desaprovechado la hora y el momento en que ese “tren” pasa por su puerta. Es
la enorme responsabilidad de muchas familias en los tiempos actuales, tan
materializados y tan poco densos en la fe, en los que se pretende compaginar
religiosidad con conveniencias humanas y planteamientos sociales. La verdad es
que una familia religiosa no debe ser nunca obstáculo para que un hijo o hija
siga el camino de la vocación. Una cosa es buscar las garantías prudentes para
tener una mayor seguridad de que no son ensoñaciones de juventud, y otra cosa
muy distinta dificultar que una vocación posible tenga su prueba de fuego en la
realización de esa posible llamada del Señor.
Y a veces es la misma Iglesia (entiéndase), la que impide la vocación. Les hablo por experiencia. Y cuando hablo de vocación no me refiero sólo a ser sacerdote o religiosa. Hoy los tiempos reclaman algo más que eso, reclama laicos comprometidos también. Yo creo que era uno de ellos ahora venido a menos, pero salvo excepciones no he sentido ni el calor ni la ayuda necesaria de nadie (salvo excepción) dentro de la Iglesia. A pocos les ha importado si hacía o dejaba de hacer, si estaba vivo o muerto y más que ser ayudado por los creyentes mis hermanos, he sido neutralizado y anulado en muchos sentidos. A pocos les ha interesado mi compromiso. En cambio agradezco a Dios si alguna vez beneficié a alguna persona con mi compromiso. Y ruego por esos otros y otras como yo, que buscan un poco de calor y cariño dentro de la familia de la Iglesia, y no lo obtienen. Rezo por esos que sufren en silencio el desprecio o la indiferencia de falsos hermanos y me solidarizo con ellos. Vivir una verdadera hermandad de creyentes fue mi anhelo durante muchos años. Hermanos que se ayudaban unos a otros, en lo espiritual y en lo material, sin tener que venderse, sin tener que aparentar una pertenencia a ningún grupo u organización para sentirse integrado, sin tener que mendigar un poco de amor y respeto, sin tener que someterse a los caprichos de nadie para mantener la armonía.
ResponderEliminarEl otro día coincidí con alguien que me dijo que en su parroquia se echaban falta jóvenes, y me hablaba de ciertos problemas, dimes y diretes (lo de siempre). No supe si reír o llorar. Si yo le contara mi experiencia...
Cada día estoy más convencido que no son palabras lo que necesitamos, sino creer y poner en práctica. A veces las palabras nos saturan como si eso nos diera la vida, y lo único que verdaderamente da la vida es el amor al prójimo, y a Dios primero.
Que nos quejamos de un mundo ateo y no alcanzamos que si nosotros hiciéramos exactamente lo que Jesús enseñó, ellos nos verían actuar y muchos se convertirían, pero...
Enhorabuena a los que hacen lo que Jesús dice, y buscan en todo momento hacer lo bueno. Que "haberlos haylos", también lo se.