MAÑANA ES PRIMER VIERNES.
Pero al coincidir con fiesta
y días de vacación,
NO HAY REUNIÓN HABITUAL
en el Grupo del Sagrado Corazón,
de Málaga.
Liturgia del día
La 1ª lectura de la 1ª carta
de San Juan (3, 11-21) encierra una serie de sentencias de mucho valor para el
propio examen de conciencia. El VALOR que enarbola Juan es el del amor, como mensaje que habéis recibido desde
el principio: que nos amemos unos a
otros. Esa es la base de
todo el sentido cristiano, porque fue el modo de proceder de Jesús. Y el que no
ama es como Caín, que era movido por el maligno, y sus obras eran malas y se
convirtió en asesino de su hermano que hacía obras buenas.
No os extrañe que el mundo os odie, porque habéis pasado de la muerte a
la vida. Lo sabemos porque hemos amado a los hermanos. El que no ama, permanece
en la muerte.
Habla Juan del “odio”
a los hermanos, que puede ser el no amarlos o el amarlos menos de lo que se les
debe amar. En el fondo es la falta de amor. Y a esos tales los llama “homicidas”
porque han matado ya al hermano en su corazón. El ejemplo de amor es el de
Jesús que dio su vida por nosotros. Nuestro amor a los hermanos debe llegar a
saber dar la vida por ellos, [No deja de ser una exigencia muy fuerte la que
nos plantea Juan, y a cuya realidad no es fácil llegar]. Habla de lo que e ver
al hermano en necesidad y no acudir a él. Tema nada fácil pero que ahí está… No
cerrar las entrañas de misericordia,,,
Y no amemos de palabra y de boca sino con obras. Esto dejará tranquila
nuestra conciencia, si bien –aunque no quedase tranquila-, Dios está por encima
de esa nuestra conciencia y conoce todo. Posiblemente nos llevaría muy
lejos esta afirmación de Juan, y no es el momento de entrar en disquisiciones
de más envergadura. Quedémonos con lo básico de la necesidad de un corazón
capaz de amar y de expresar el amor, y de estar abierto al hermano, de modo que
pueda uno llegar a dormir con la conciencia tranquila de haber hecho lo que
tenía que hacer. Y que no queden resentimientos más o menos abiertos u ocultos
por los que –muy al fondo- no se ha perdonado de corazón al hermano. Y
precisamente a aquel hermano del que uno se ha creído ofendido. Que muy
posiblemente no hubo en aquel hermano el más leve intento de molestar u ofender.
Y vamos al Evangelio
(Jn 1, 43-51), que es uno de los que tienen más belleza en el texto de San
Juan. Primero tenemos la llamada de Felipe: sencillamente un “Sígueme”, tan
claro y abierto como el de los otros discípulos. Y Felipe queda tan admirado
que se lo comunica a su amigo Natanael: Hemos
encontrado a aquel de quien habló Moisés y escribieron los Profetas: a Jesús de
Nazaret, Natanael es hombre prudente y receloso de posibles “devociones
emocionales” y responde con cierta ironía, con un refrán más que conocido: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe es práctico y no le discute. Ni está a la altura de poderle discutir a Natanael.
Y opta por lo más convincente: Lo llevó a
Jesús. Y allí se encuentra Natanael con la gran sorpresa y es que, antes de
que él “examine” a Jesús, Jesús le identifica a él: He ahí un buen israelita en el que no hay doblez. Natanael se queda
absorto ante aquella afirmación y pregunta a Jesús: ¿De qué me conoces? Y Jesús le llega a admirar más aún sacándole a
colación algo muy íntimo a Natanael: Cuando
estabas bajo la higuera, te vi. Qué fuera aquello no lo sabemos, pero que
debía ser algo muy personal y secreto de aquel hombre. El hecho es que
prorrumpe en alabanzas a Jesús: Rabí: tú
eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Y Jesús se lo atrae hacia
sí: Porque te digo eso ¿crees? HAS DE VER
COSAS MAYORES. En ese momento Jesús ha llamado a sí a aquel hombre como
discípulo. Le ha ganado el corazón. Le ha admirado. Y Natanael queda ya
prendido a la causa de Jesús.
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