Liturgia
En Heb 4, 1-5. 11 hay una idea que se mira desde dos
ángulos. En el ángulo positivo los que
HOY responden a la Buena Noticia, entran
en el descanso de Dios. Y en el negativo los que no se adhirieron HOY por la fe a lo que habían escuchado, no
entran en el descanso. Consiguientemente, empeñémonos por entrar en aquel descanso para que nadie caiga.
En el evangelio tenemos una de las descripciones más
detalladas de Marcos (2, 1-12). Jesús ha vuelto a Cafarnaúm, de donde salió
hace poco y donde las gentes lo buscaban. Por eso en cuanto se supo que había
vuelto, tuvo otra vez a “todo el mundo” buscándolo. Y nos dice Marcos que acudieron tantos que no quedaba sitio ni a
la puerta. Pero allí donde había curado a tantos, alguno se había quedado sin
acudir en aquella ocasión, quizás por no tener quien lo llevara, y ahora sabe
aprovechar su oportunidad y pide a cuatro personas –cuatro amigos, seguramente-
que le conduzcan en su camilla hasta el taumaturgo.
Llegaron allí y se toparon con que no podían ponerlo ante
Jesús porque el gentío lo impedía. Y sea por una decisión espontánea de
aquellos 4, sea que las gentes no hicieron mucho a favor de abrirle paso, el
hecho es que hubieron de recurrir a una estratagema que, en realidad suponía un
trabajo imprevisto. Pero los amigos están para algo y le dieron al paralítico
esa muestra de sinceridad.
Imagino que dieron la vuelta por detrás de la casa, y que
entraron por la puerta trasera. Y en vez de presentarse directamente allí donde
estaba Jesús en el porche hablando a las gentes, optaron por subirse a la
azotea y quitar las lajas que formaban el techo (¡muchas tuvieron que quitar
para que entrara por allí una camilla!), y hacer descender al enfermo ante el
propio Jesús a base de unas cuerdas que se buscaron por allí. Hay que pensar
que no se sentían en casa extraña, y que los moradores de aquella casa (¿será
precisamente la de Andrés y Simón donde Jesús había curado a la suegra?) fueron
cómplices de aquella operación.
También pienso que Jesús no se encontró de pronto con el
enfermo delante. Quitar unas lajas del techo tuvo que provocar caída de tierra
delante de Jesús…, y sobre Jesús mismo. Y lo lógico es que Jesús interrumpe su
discurso y se queda mirando hacia arriba y ve descender ante sí a aquel pobre
hombre que debía llevar cara de asustado por lo novedoso de la situación y
porque dependía de 4 cuerdas.
El hecho es que, de pronto, cambia todo el panorama y Jesús
se encuentra ante un paralítico y ante cuatro hombres asomados al hueco de la
azotea. Se admiró Jesús de la fe de los 5, y cortando su discurso por donde
iba, se dirige al enfermo y le dice: Tus
pecados son perdonados.
Pienso siempre que aquel hombre se quedó un poco
desconcertado. La verdad es que no venía a aquello. Y lo que a él le dolía de
momento era su parálisis. Pero Jesús, que es más largo que todo eso, aprovechó
el momento para enseñar más allá de lo que se podía ver. Y, cómo no, allí
surgieron los fariseos que se escandalizan de que un hombre se atreva a decir
que los pecados de otro están perdonados. Lo que piensan es que aquello es una
blasfemia: que Jesús se ha arrogado un poder divino.
Jesús escuchó las quejas y el murmullo que se había
levantado y reaccionó dirigiéndose a ellos: ¿Por
qué pensáis así? Y con una fuerza profunda les hace un desafío: ¿Qué es más hacedero: decirle al paralítico
“tus pecados son perdonados” o decirle “levántate y anda”? Pues para que veáis
que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar pecados…, se dirige ahora al
paralítico que tiene allí delante con los ojos abiertos como platos, y le dice: Levántate, toma tu camilla a
cuestas y vete a tu casa. Y lo hizo. Que no había sido una fanfarronada de
Jesús. Era un hecho que quien puede curar a aquel paralítico, le puede también
perdonar sus pecados. Que Jesús se valía de aquella creencia de la enfermedad
como consecuencia del pecado, y por tanto que –perdonado el pecado- el
paralítico podía salir andando.
Se quedaron atónitos
todos, y no digamos cómo se quedaron los fariseos aquellos. Las gentes se
hacían lenguas y hasta se alegraban de aquella interrupción que se había
producido. El paralítico pasó entre la gente, que se había quedado sin
palabras, y Jesús continuó su explicación, que ahora revestía una mucha mayor
fuerza. Con razón las gentes exclamaron: Nunca hemos visto una cosa igual.
"Nunca hemos visto cosa igual". El pecado nos paraliza. Los fariseos no entendieron a Jesús. Nosotros tampoco entendemos los juicios de Dios y llevados de nuestras soberbias, hasta nos atrevemos a investigar a Dios...
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