DEBAJO ESTÁ EL TEMA DEL DÍA 5
El papa Francisco en la catequesis de este miércoles
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy quisiera contemplar con ustedes la
figura de una mujer que nos habla de la esperanza vivida en el llanto. La
esperanza vivida en el llanto. Se trata de Raquel, la esposa de Jacob y la
madre de José y Benjamín, aquella que, como nos narra el Libro del Génesis,
muere dando a la luz a su segundo hijo, es decir, a Benjamín.
El profeta Jeremías hace referencia a Raquel dirigiéndose a los
Israelitas en exilio para consolarlos, con palabras llenas de emoción y de
poesía; es decir, toma el llanto de Raquel pero da esperanza: «Así habla el
Señor: ¡Escuchen! En Ramá se oyen lamentos, llantos de amargura: es Raquel que
llora a sus hijos; ella no quiere ser consolada, porque ya no existen» (Jer
31,15).
En estos versículos, Jeremías presenta a esta mujer de su
pueblo, la gran matriarca de su tribu, en una realidad de dolor y llanto, pero
junto a una perspectiva de vida impensada. Raquel, que en la narración del
Génesis había muerto dando a luz y había asumido esta muerte para que su hijo
pudiese vivir, ahora en cambio, es presentada nuevamente por el profeta como
viva en Ramá, allí donde se reunían los deportados, llora por sus hijos que en
cierto sentido han muerto andando en exilio; hijos que, como ella misma dice,
“ya no existen”, han desaparecido para siempre.
Y por esto Raquel no quiere ser consolada. Este rechazo expresa
la profundidad de su dolor y la amargura de su llanto. Ante la tragedia de la
pérdida de sus hijos, una madre no puede aceptar palabras o gestos de
consolación, que son siempre inadecuados, nunca capaces de aliviar el dolor de
una herida que no puede y no quiere ser cicatrizada. Un dolor proporcional al
amor.
Toda madre sabe todo esto; y son muchas, también hoy, las madres
que lloran, que no se resignan a la pérdida de un hijo, inconsolables ante una
muerte imposible de aceptar. Raquel contiene en sí el dolor de todas las madres
del mundo, de todo tiempo, y las lágrimas de todo ser humano que llora pérdidas
irreparables.
Este rechazo de Raquel que no quiere ser consolada nos enseña
también cuanta delicadeza se nos pide ante el dolor de los demás. Para hablar
de esperanza con quien está desesperado, se necesita compartir su
desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien sufre, es necesario
unir a su llanto el nuestro. Solo así, nuestras palabras pueden ser realmente
capaces de dar un poco de esperanza. Y si no puedo decir palabras así, con el
llanto, con el dolor, mejor el silencio. La caricia, el gesto y nada de palabras.
Y Dios, con su delicadeza y su amor, responde al llanto de
Raquel con palabras verdaderas, no fingidas; de hecho, así prosigue el texto de
Jeremías: «Así habla el Señor: Reprime tus sollozos, ahoga tus lágrimas, porque
tu obra recibirá su recompensa – oráculo del Señor – y ellos volverán del país
enemigo. Sí, hay esperanza para tu futuro – oráculo del Señor – los hijos
regresarán a su patria» (Jer 31,16-17).
Justamente por el llanto de la madre, hay todavía esperanza para
los hijos, que volverán a vivir. Esta mujer, que había aceptado morir, en el
momento del parto, para que el hijo pudiese vivir, con su llanto es ahora el
principio de una vida nueva para los hijos exiliados, prisioneros, lejos de la
patria. Al dolor y al llanto amargo de Raquel, el Señor responde con una
promesa que ahora puede ser para ella motivo de verdadera consolación: el
pueblo podrá regresar del exilio y vivir en la fe, libre, la propia relación
con Dios. Las lágrimas han generado esperanza. Y esto nos fácil de entender, pero
es verdadero. Tantas veces, en nuestra vida, las lágrimas siembran esperanza,
son semillas de esperanza.
Como sabemos, este texto de Jeremías es luego retomado por el
evangelista Mateo y aplicado a la matanza de los inocentes (Cfr. 2,16-18). Un
texto que nos pone ante la tragedia de la matanza de seres humanos indefensos,
del horror del poder que desprecia y destruye la vida. Los niños Belén murieron
a causa de Jesús. Y Él, Cordero inocente, luego morirá, a su vez, por todos
nosotros. El Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres: no se olviden
de esto. Cuando alguien se dirige a mí y me hace una pregunta difícil, por
ejemplo: “Me diga padre: ¿Por qué sufren los niños?”, de verdad, yo no sé qué
cosa responder. Solamente digo: “Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo,
Él ha sufrido, y tal vez ahí encontraras una respuesta. No hay otras
respuestas. Solamente mirando el amor de Dios que da en su Hijo que ofrece su
vida por nosotros, se puede indicar el camino de la consolación”. Y por esto
decimos que el Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres, los ha
compartido y ha recibido la muerte; su Palabra es definitivamente palabra de
consolación, porque nace del llanto.
Y en la cruz estará Él, el
Hijo muriente, que dona una nueva fecundidad a su madre, confiándole al
discípulo Juan y convirtiéndola en madre del pueblo de los creyentes. Allí, la
muerte es vencida, y llega así a cumplimiento de la profecía de Jeremías.
También las lágrimas de María, como aquellas de Raquel, han generado esperanza
y nueva vida. Gracias”.
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