LITURGIA
1Jn
3, 7-10 nos pone delante una doble afirmación: el justo no peca, y el
injusto comete pecado. El justo
está en la órbita de Dios; el injusto
está en la órbita del diablo.
Parecería que se contradice el autor,
que al principio de esta carta afirma que quien dice que no peca es un
mentiroso y no puede alcanzar el favor de Dios. Pero la explicación es muy fácil.
Existe un pecado que no es de muerte, que no rompe la unión con Dios, y que es
esa deficiencia innata que tenemos todos los humanos, que al cabo del día hemos
“desacertado” siete veces…, ¡muchas
veces! Pero no es un pecado que nos aparta de Dios sino que en realidad apega
más a Dios porque nos hace más humildes y más necesitados de luchar para
mantener la unión con Dios. Ese pecado lo tenemos y no podemos negarlo. Y nos
va a acompañar siempre, por cuanto que siempre habrá una distancia evidente
entre nuestra justicia y la justicia-santidad de Dios. Caminamos
hacia ella, pero siempre acompañados por nuestras carencias y deficiencias.
Existe otro pecado, que es del
diablo, y es el pecado que produce muerte en el alma de la persona. Ese es el
que hace realmente injustos, malos,
alejados de Dios (por lo que respecta a la persona). Ni ama a Dios ni ama al
hermano. Pero el que h nacido Dios, no comete pecado porque el germen de
Dios permanece en él, y no puede pecar porque ha nacido de Dios.
El evangelio es también muy rico. Es
el primer encuentro de los hombres con Jesús que comienza su vida pública. Pasaba Jesús. El Bautista se le queda
mirando y ante sus discípulos pronuncia una palabra: Este es el Cordero de Dios. Y dos discípulos se quedan impactados por
aquella persona y se ven atraídos como por un imán que les separa del grupo y
emprenden el camino tras de Jesús. No detuvo su marcha el “Cordero de Dios”
hasta que estuvieron más en descampado. Y allí Jesús siente que le están
siguiendo y se vuelve y les espera y les pregunta; ¿Qué buscáis? Los dos discípulos se sintieron cortados y al mismo
tiempo satisfechos. Y respondieron con otra pregunta, que podía llevar mucho
sentido. No dijeron que iban tras de él, pero se interesaron por dónde vivía. Podía ser una evasiva, pero
también un interés por saber dónde encontrarlo también mañana…
Jesús no les dio las señas. Fue más
íntimo y los invitó a ir con él: Venid y
lo veis. Y aquello les dio confianza y fueron
y vieron y se quedaron con él todo el día. Cómo se desarrolló aquel encuentro no tiene
más datos concretos, pero expresa muy bien lo a gusto que se encontraron y el
gozo que experimentaron, que no tuvieron prisa en marcharse. VIERON… Y puede
afirmarse que lo que vieron en realidad no era tanto el “lugar” sino LA PERSONA…
Se quedaban prendados e la persona.
Cuando se fueron de allí, Andrés –uno
de ellos- no pudo menos que expresar su emoción a su hermano Simón, afirmándole
que habían encontrado al Mesías.
Simón fue conducido por Andrés a aquella casa donde ellos tanto habían gozado,
y antes que Andrés le presentase al Maestro, hubo una profunda mirada de Jesús
sobre Simón, al que le identificó como conocido de toda la vida: Tú eres Simón. Tú te llamarás Cefas (nombre hebreo que significa “piedra”,
roca fuerte). Simón se quedó admirado. No sólo lo había conocido por su nombre
de Simón sino que aquel Maestro le había asignado un nombre nuevo (cosa muy
significativa en el mundo hebreo, donde se designaba u a misión. Simón era
ahora mucho más que Simón: Jesús le había “confirmado” con el nombre de PEDRO.
Y eso era mucho más que un nombre. Detrás había un proyecto. Y Pedro quedó ya
atado para siempre –afectivamente- a Jesús, de quien no podrá separarse, aun
cuando tenga sus salidas de tono, como cualquier persona normal. Pero sus
pecados no fueron nunca “de muerte” porque su corazón había nacido ya de Dios…,
de Jesús, el Mesías de Dios, que un día confesará Simón Pedro con toda su alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!