1 de agosto. Una parábola más
San Mateo suele agrupar
elementos de una misma clase. No significa que Jesús contara seguidas la batería
de parábolas que nos muestra el evangelista en ese capítulo 13. Es lo normal que, a través de sus tres años
de vida pública y en la medida que se iba dirigiendo a sus diversos auditorios,
iba enriqueciendo sus enseñanzas con las parábolas. Y que cada una venía a pelo
de aquello que estaba enseñando.
Podríamos pensar que esta parábola de la red barredera encajaba más en el
ambiente de pescadores, familiarizados con esa práctica…: tras la pesca, una vez desembarcados, habían
de seleccionar. Había peces que no eran
para uso alimentario, y otros que sí.
Los que no servían, los volvían a la mar.
Jesús
aprovecha aquella experiencia que Él veía para decir el parecido de aquella
faena con el Reino de los cielos que se comienza aquí en la tierra. En principio toda persona está invitada. La
red no discrimina. Luego, al paso del tiempo, en la realidad de la vida, hay
unas personas que son buenas, y otras que se vuelven de espaldas a esa
bondad. Hay personas que viven el reino,
que son útiles en el crecimiento del reino. Y hay personas que se hacen
inservibles…, amorfas, indiferentes, hostiles… No tenía Jesús que inventar
demasiado: el predicaba para todos. Muchos escuchaban con agrado sus enseñanzas.
Otros, siempre le criticaban, le hostigaban, no le dejaban vivir. Todos escuchaban lo mismo. Y sin embargo
daban muy diferentes respuestas. No es
que todos estuvieran tan en los extremos del bien y del mal hacer. En franja de nadie estaban los que no querían
saber, los que preferían estar donde estaban y que no les cambiaran el paso,
los comodones, los sabelotodo…
Y
Jesús dice: la vida real es así. Hay que vivir en medio de una realidad en la
que se cruzan por la calle o trabajan en el mismo lugar, o son parte de la
misma familia…, los honrados, los “frescos”, los trabajadores, los holgazanes,
los que se exigen a sí mismos y los que exigen siempre a los demás (sin mirarse
a sí y a los defectos propios)…, los que viven fieles a su fe y los que la
dejan adormecer, los silenciosos (de honda vida interior) y los que siempre
hablan y suenan a hueco, los que su vida espiritual se transfunde (aun sin
proponérselo), y los que nunca serán un testimonio que refleje a Jesús.
En
la parábola, Jesús dibuja a los pescadores que –ya sentados y con sus redes
fuera-, van haciendo selección. Hasta allí, fue un “todo revuelto”. Desde ese momento,
los peces que sirven se recogen. Los peces inútiles, se tiran.
Un
reflejo de la vida que tiene también su selección natural –en principio-, y que
la tendrá definitiva en ese final. La
selección natural la da la misma convivencia y roce diario. Hay personas con
las que gusta conversar, estar, aprender, distraerse, crear fondos de fe y
espíritu (porque son gentes maduras, profundas, respetuosas, que tienen algo
que decir). Y hay personas de las que se huye porque no aportan nada, son
belicosas, no son creativas y no ayudan a ser mejores. Ni su fe se trasluce en
su conversación y en sus hechos. De uno que todo se lo sabe y no deja salida a
otros, la reacción natural es irlo alejando. También ahí está siendo realidad
la parábola.
Y
la conclusión final de Jesús es tan de Jesús como el principio. El “dulce”
mundo que pretende que “todo es igual” y que todo acabará con todos igual…,
contraviene la enseñanza de Jesús, que deja siempre un amplio espacio para que
lo defectuoso se corrija…, mientras dura la vida de cada uno… (¡ y tres horas
después!). Pero deja claro que hay un último “después” en el que los que no
quisieron el reino y lo rechazaron, quedarán caídos del lado que ellos mismos
eligieron. Allí será el llanto y rechinar de dientes. “Mis marinos malagueños”, que contaba un
Padre, testigo del hecho en Málaga. Un
grupo de marinos de graduación que tienen el coche preparado para huir durante
la guerra incivil española. Ya que está todo preparado, a uno se le ha
olvidado algo (que tampoco tenía importancia), pero sube al piso a
recogerlo. Tiempo suficiente para que
los milicianos lleguen y todos aquellos marinos caigan detenidos. Y en la
cárcel, la mayor amargura, el rechinar de
dientes, era pensar…: “con el coche
preparado, el motor en marcha, el pie en el estribo…, ¡y por una bagatela mía,
todos apresados!” Y bien sabía las consecuencias
finales…
Jesús
ha preparado muy bien toda esa realidad del “hoy”, con todas las posibilidades,
con todas las esperanzas, con todas las advertencias y, por supuesto, con todas
las exigencias del Reino. El “mañana” no
se debe jugar a cara o cruz. Aunque hay quien se lo juega en uso y abuso de su
libertad.
Concluye
Jesús que una persona entendida, reflexiva, de pensamiento profundo, siempre
tiene a la mano sacar nuevas formas de enseñanza, de ayuda, de exposición y
testimonio de su vida recta. Siempre puede sacar de su arca cosas nuevas y
cosas antiguas… Y siempre tendrá a la mano la posibilidad de un reciclaje. Unas veces es uno mismo quien tiene que
reciclarse…, ponerse al día, porque la vida es vida que se desarrolla y no es
una mole de granito. Otras veces hay que
aportar novedades que abran los ojos a ese reciclaje. La actuación a la que nos
tiene acostumbrados hoy día el Papa es la de un reciclaje en profundidad.
ResponderEliminarNo da usted punta sin hilo ...mi única esperanza es que cuando estemos arriba Cristo
sondeará los corazones y saldrá a la luz la intención de cada cual en cada momento .Entonces más de uno nos llevaremos una sorpresa .