18º Domingo-C,
T.O.
Tema
central: la avaricia y la codicia. Se abren las lecturas con una sentencia
lapidaria: Vaciedad sin sentido; todo es
vaciedad. Y dentro de la concepción pesimista de la vida del autor de este
libro [Eclesiastés, 1,2 y 2, 21-23], hay una constatación real de la vida que
le lleva a pensar de qué le vale el
hombre trabajar, sudar, cansarse, pasar penas y fatigas…, hasta perder el sueño
por la noche… Y precisamente porque
el autor está pensando en el sentido de lo meramente humano, concluye que todo
eso que se hace, está vacío cuando se queda a ras de la vida terrenal.
En
el Evangelio tenemos una pequeña escena que abre paso al tema principal. Jesús se encuentra con uno que viene a
pedirle a Jesús que diga a su hermano que reparta bien la hacienda
patrimonial. Jesús le responde: ¿Quién me ha nombrado a mí juez entre
vosotros? [A veces se nos viene al
pensamiento esta frase de Jesús, porque muchas personas acuden al sacerdote con
pretensiones muy humanas de que él dirima entre personas. Y el sacerdote tiene
que decir como Jesús: ese tema a mí no me
incumbe]. No es quitarse de en medio sino que la misión de Jesús (y por
tanto, del sacerdote no es entrar en temas que dependen de la racionalidad y el
elemento puramente humano. El hombre tiene capacidad y medios para resolver sus
problemas. Está capacitado para el diálogo, la reflexión, la racionalidad… Y para eso se basta a sí mismo. Otra cosa es que la pasión de cualquier tipo,
ofusca, altera el equilibrio emocional, hace descarrilar de las razones, y
entramos en el tema de la codicia y la avaricia.
Jesús
se vale de una parábola para hacerlo presente a muchos y para abrir a todos los
campos donde avaricia y codicia se puede dar, de una u otra manera. Y cuenta el hipotético casi del ricachón que
ha obtenido una gran cosecha. Y al no tener dónde almacenarla, ordena tirar
abajo sus silos y construir otros más grandes para almacenar tal cosecha. Y cuando ya ha concluido esa obra –sólo pensando
en sí y en tener más- se dice a sí mismo; “túmbate,
come, bebe, y date buena vida”. ¡Ya
tiene para vivir sin hacer más! Pero Jesús
quiere advertir que nadie tiene asegurada la felicidad con los bienes humanos,
y cuenta el mensaje que recibe aquel ricachón: ¡Necio!, esta misma noche te van a pedir la vida; lo que has acumulado, ¿de quién será? Pues eso le ocurre a todo el que no es rico
ante Dios.
Es
evidente que Jesús expresa la raíz y el pecado de la codicia y la avaricia. El
rico sólo ha pensado en sí mismo. Sólo ha visto la vida por el agujero de su
comodidad y seguridad, como si ello le asegurara la vida y el bienestar. No ha contado con que los bienes materiales
son efímeros y que esa misma noche puede morir y todo ese caudal humano no le
va a servir de nada.
Seríamos
miopes si nos quedáramos en “bienes materiales” como referencia directa de la
avaricia de que aquí habla Jesús. Jesús tiene la mirada mucho más amplia y ya
lo traduce San Pablo en la 2ª lectura: aspirad
a los bienes de arriba; no a los de la tierra.
Porque habéis muerto [a ese mundo de apoyos materiales] y
vuestra vida está ya escondida en Cristo, en el que tenéis asegurado el
verdadero futuro. En consecuencia –y
aquí comienza la enumeración de “tras avaricias y codicias” que no son las del
dinero-, dad muerte a todo lo terreno
que hay en vosotros: la lascivia, la
impureza, la fornicación… [un capítulo muy concreto y de una actualidad
pasmosa; muchas personas tendrán que
hacer ese examen, y saber que por mucho que agranden “sus graneros” y quieran
tragárselo todo, ¡necio!, hoy te van a
pedir la vida].
Sigue
el capítulo de cualquier clase de pasión,
codicia y avaricia, que es una idolatría.
Otra parada reflexiva. La peor pasión es la del amor propio desbocado,
encerrado en el egoísmo de un YO que se siente superior, casi infalible, que
nada tiene él que corregir…, y los otros son los que tienen que avenirse al
modo de ser del egoísta. Egoísta que no
duda nunca de sí, que siempre se coloca en la cogolla…, que siempre va
agrandando sus graneros porque de puro inflado, no cabe dentro de sí
mismo. Y ahí están todos los problemas
familiares, las rupturas matrimoniales, los hijos víctimas…; ahí está todo ese
mundo repelente del endiosamiento humano y de la absurda pretensión de poder vivir
ya sin Dios, sin ley, sin enseñanza, sin procesos de educación para la
convivencia…
San
Pablo exhorta a los fieles de Colosas a despojarse
de la vieja condición humana, con sus obras…, a no seguir engañándoos unos a
otros…, y a revestirse de la imagen de
Cristo, que se va renovando conforme se le va conociendo mejor. Es evidente que es el antídoto más completo
contra el veneno de la avaricia y autosuficiencia humanas.
Y
todo eso, que ya tiene todo su valor en una oración meditativa, adquiere valor
sacramental –que expresa y tiene fuera para realizar- una transformación en la
persona: ese es el sentido de las lecturas en la celebración de la EUCARISTÍA,
porque así es el mismo Dios, por su Espíritu Santo, quien nos mete este botón
de fuego. una nueva evangelización –lo
diremos una vez más- no consiste en usar más veces el Evangelio ni el sabérselo
de memoria (como alguno dice)-, sino ese momento en que la persona siente que
ese Evangelio le exige vivirlo tal cual
es, lejos de la sordinas que tan fácilmente se ponen para evitar su
exigencia.
En el diálogo que sostiene el rico labrador consigo mismo interviene otr personaje,DIOS,que no había sido tenido en cuenta y que con sus palabras revela que este hombre se ha equivocado al programar su modo de vivir.
ResponderEliminarNuestro paso por la tierra,es un tiempo para merecer;nuestra vida es corta;nuestros días están contados y quizás algunos pensemos con nuestro modo de vivir que nuestro paso por la tierra haq de durar siempre.
Estamos en manos de Dios.Dentro de un tiempo, quizá no largo,nos encontremos cara a cara con Ël.Vivamos vigilantes,porque no sabemos ni el día ni la hora.