Domingo 21-C- Tiempo
ordinario
Buen capítulo en la enseñanza periódica
de las celebraciones dominicales. Abre
camino Isaías 66, 18-21: Dice el Señor: Yo
vendré para reunir de todas las naciones y pueblos; vendrán para ver mi gloria…
Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a caballo a vuestros
hermanos, y en carros y literas y en dromedarios, para traer ofrendas al Templo
del Señor. Marca ahí la profecía el
proyecto salvador de Dios, que abarca a todos los pueblos. Quede esto como
marco que encuadra todo lo demás.
Uno viene a Jesús [Lc 13, 22-30]
y le pregunta: ¿Serán muchos los que se
salven? La respuesta de Jesús no dice si muchos o pocos. Lo que hace es indicar el camino de esa
auténtica salud del alma que Él ha venido a traer: La puerta es estrecha y hay que
esforzarse para entrar. Que os advierto que muchos querrán entrar y no podrán.
La puerta es estrecha. Eso es un
principio que hay que admitir como premisa de comienzo. Si es estrecha, se
entra pero se roza uno… Mirar a Jesús en su vida y su muerte y queda bien claro
que sale uno rozado… No es que no se puede entrar, sino que hay que esforzarse al
entrar. ¿Serán muchos? ¿Serán pocos?
Jesús no puede determinar de antemano si muchos o pocos: depende de que
decidan esforzarse en entrar por esa puerta. De hecho, se puede entrar. Ya
entraron otros.
Pero ahí, remolones, quedan
muchos, que si sí, que si no…, que si se estropean el vestido…, que si más adelante…,
que si ensancharán la puerta, que si podrán entrar de otra manera… [Miren los lectores a su alrededor, y vean la
cantidad de “creyentes” (que no dudan de serlo), pero que andan ahí merodeando
pero pretendiendo que sea “a su modo”…
Por eso no practican la fe que dicen tener… Y mientras ellos discuten y remolonean sobre
sus otras formas, llega l amo de la casa y cierra la puerta. Es ese momento de echarse las manos a la
cabeza y reconocer cómo se perdió la oportunidad.
Ahora ya no hay ni estrecha ni
ancha. Se ha cerrado. Y ahora vendrán
las lamentaciones y las súplicas: ¡Señor,
ábrenos! Y ya, desde detrás de la
puerta, desde el lado de “allá”, la respuesta será dolorosa: No sé quiénes sois”. ¿Son muchos? ¿Son pocos? Cada cual tendrá que hacerse su
planteamiento, mirando cómo está ahora mismo ante la “puerta estrecha”, la
puerta que hay…, y que no se va a ensanchar a gusto de cada consumidor.
Yo me hago cargo que no son
éstas partes del Evangelio las que gustan, y que se prefieren las otras. Pero
habremos de saber que hay en el Evangelio lo uno y lo otro, y que se
complementan. Que el Corazón de Dios y
el Corazón de Cristo son infinitos en misericordia, bondad y anchura y
comprensión. Pero con la misma realidad
el Reino de Dios no se puede construir sobre arenas movedizas. En este camino, con esa puerta, nuestra fe
cristiana tiene que estar cimentada sobre roca. Y la Roca es Dios, la Roca es
Cristo. Y nos advierte San Pablo que Cristo no es un sí y un no, sino un si en el
Señor…, un AMÉN que tiene la fuerza de firmarle en blanco a Dios para
que sea su voluntad y no la nuestra la que vaya llevándonos por ese camino suyo
y por esa puerta que Jesús ha descrito.
Pretender “creer”, y al mismo
tiempo manipular la Palabra, es una falsa fe.
La 2ª lectura, de Hebreos 12 nos
viene a enseñar cómo estas enseñanzas que Dios nos da de antemano, son
precisamente las que corresponden a un padre. Porque los verdaderos buenos
padres no son los que dejan que sus hijos crezcan a lo salvaje, a los que les
apetece. Un padre corrige y –si llega el caso- castiga. Corrección y castigo
que no es desamor ni es falta de misericordia con el hijo, o que no llega a
comprenderlo…, sino todo lo contrario:
corrige para enderezar; castiga para ayudar (cuando el hijo se pone
díscolo) para que esa planta crezca derecha, y sea persona proba en su
desenvolvimiento posterior.
Lo que Jesús ha puesto de
relieve es una verdad que dice cómo son las coas. Y a la vez es una advertencia
y corrección para quienes las pretenden de otra manera. El “creyente” díscolo, ha de ceder. El que
camina por los caminos de Dios, no tiene inconveniente en rozarse al entrar,
aun a costa de algún leve desollón.
Desemboca en esa inmensa pradera de la EUCARISTÍA, que le supera en gozo
al esfuerzo realizado.
¿Son muchos? ¿Son pocos? Ni
Jesús lo ha determinado ni yo lo puedo determinar. Simplemente lanzaría
tímidamente la especie de si todas las Comuniones de cada día en nuestros
templos…, en los funerales, en las bodas…, podríamos darlas como realidad de haber
entrado por la puerta estrecha con la fe practicante que lleva la llave para la
participación en el Sacramento de la fe y del Amor. O si la corrección del Padre no tendría que
entrar aquí para volver a restaurar las conciencias que se han resquebrajado y
presentan ciertas grietas de fidelidad sincera a la voluntad de Dios.
Buen día para hacer fuerza hoy,
cuando llegue el momento de la Misa en el que pidamos que venga a nosotros SU REINO, y
que HAGAMOS SU VOLUNTAD aquí en la tierra, con la misma fidelidad de amor con
que de hace en el Cielo.
Querido P. Cantero:¡Magnifica homilía! Me ha llegado muy profundamente. Gracias a Dios.
ResponderEliminarAfectuosos Saludos.
En el Evangelio de la misa de este domingo 21y ante la pregunta que le hace a Jesús uno de los que le acompañan en su camino hacia Jerusalén,el Señor no quiso responder directamente;le pregunta por el número y EL responde por el modo;no es la cantidad ,sino la calidad:"entrad por la puerta estrecha"...Y enseña a continuación que para entrar en el REINO DE DIOS,no es suficiente pertenecer al pueblo de Dios,ni la falsa confianza en EL,no bastan esos privilegios divinos;es necesaria una fe grande y esta acompañadas con obras,a la que todos hemos sido llamados.
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