5 de agosto.
VIRGEN DE LAS NIEVES
El
evangelio de San Mateo se había quedado en ese punto penoso de la muerte de
Juan Bautista, degollado por orden de Herodes, en la locura de una borrachera
en la que se le fue la lengua.
El
tema que aborda hoy la continuación del evangelio es el ya consabido “pasar a la ribera opuesta”, un recurso
habitual en Jesús, casi siempre que ha precedido una situación tensa, dolorosa
e incluso amenazadora contra su integridad.
Ahora ha sido ya un paso demasiado violento y absurdo, que ha costado la
vida a un hombre cabal, verdadero, un profeta que no se doblegaba ante nadie y
daba a cada cual una solución a aplicar para corregir sus defectos; un hombre que realizaba una gran labor de preparación
de la llegada del Mesías.
Jesús
opta por esa “orilla opuesta”, que no debemos tomar como una línea recta de
parte a parte… Es mucho más expresivo que eso: va a “lo opuesto” de eso que ha
ocurrido con el Bautista. La acción de
Herodes ha sido repugnante. Y “el mal olor” de esa acción le pide a Jesús la
marcha a un paraje “descontaminado”…, “opuesto”. Allí se fueron en barca… Era un lugar tranquilo y apartado. Por un rato podrán
pensar, comentar… Jesús desahogará su pena a sus íntimos… Para eso había dejado a todo el numeroso
grupo de gentes que estaban con Él en el otro lado.
Pero
la masa no se resiste a perder esa compañía en la que recibe mucho bueno de
Jesús. Por eso, mientras Jesús bogaba
por el Lago, ellos se pusieron a bordearlo…
Y a su paso iban reclutando nuevas gentes, a las que con rapidez casi
nerviosa les comunicaban que iban tras Jesús, ese Profeta en el que palpan que
Dios ha visitado a su pueblo.
Por
eso el descanso de Jesús no fue muy prolongado. Pronto apareció la primera avanzadilla
de los más ágiles y rápidos de la gente; luego fueron apareciendo más…, y más… Era una muchedumbre amplia la que se les
venía encima a los extrañados apóstoles y al propio Cristo. Pero tendremos que
decir: ¿de qué se iban a extrañar?
Cuando alguien es bueno y hace el bien y reparte lo mejor de sí, como
quien no hace la cosa…, se lleva de calle a la gente sencilla, a los de buena
fe, a los que han experimentado ya el gusanillo de un planteamiento nuevo para
su mundo religioso. Más aún: los había que podían captar que había algo más que
“la religiosidad”; que más allá hay todo un estilo, un nuevo estilo, una espiritualidad en la que no hacen falta
los códigos y normas, porque algo mucho más “caliente” y más interior les va
brotando dentro, al contacto con la palabra de Jesús.
Por
eso se explica que esa gente ni ha comido ni ha pensado en comer. A algunos de
los reclutados por la ribera les había cogido almorzando. Pero la mayoría iba
como atraídos por aquel “otro alimento” que les llegaba al alma y les
completaba como personas y como tales personas que amaban al Dios Yawhé. Sólo que aquí encontraban como el trasunto de
ese Dios invisible y trascendente…, y que era tan cercano como el hombre Jesús
al que podían escuchar, del que recibían bienes, el que curaba a sus enfermos… Todo eso era otro mundo distinto al que habían
estado acostumbrados. Por eso siguen a Jesús tan incondicionalmente.
Ahora
miremos desde Jesús y sus Doce. Evidentemente para los Doce era una
contrariedad. A los ojos de Jesús, ésta
es “la otra orilla”, la otra
realidad: el corazón sencillo, el ansia de luz, el hambre de la Palabra, la
necesidad de la indigencia humana… Y
Jesús se sentía en ello en su propia salsa.
Luego…,
las ocurrencias de Jesús… Se dirige a
sus apóstoles y le dice, sin más: Dadles
de comer. Debieron quedarse
traspuestos. ¿¿Deliraba el Maestro?
¿Quería decir otra cosa? ¿Habían entendido mal? ¿De dónde
vamos a sacar panes para dar de comer a esta muchedumbre? La idea de ellos era “más lógica”: despedir a la gente y que cada uno se busque
donde pueda. Aunque ellos tuvieran
dinero, ¿cómo acarrearían pan para tanta gente?
¡Pero es que no tienen dinero!
Sólo tienen –y lo dicen cabizbajos, como avergonzados de la “oferta” que
pueden hacer- cinco panes y dos peces.
Jesús
debió darlo por bueno y suficiente. Al fin y al cabo –con la exégesis de este
relato- Jesús está proponiendo la actitud de repartir. Lo que le interesa a Él
es ese paso. En lo práctico y material no es sólo insuficiente lo que tienen, sino
ridículo. Pero Jesús tiene preferencia
por lo pequeño. Y una vez que le ofrecen esos panes y peces…, dice –decididamente-
que las gentes se vayan echando sobre la hierba en grupos. Los Doce, expectantes. No se explican
nada. Y menos, lo tranquilo que está el
Maestro, cuando tiene a sus espaldas a 5,000 varones…, más mujeres, niños…
Jesús
toma los panes. Mira al Cielo; los parte; los bendice. Y toma un trozo y se lo
da a un apóstol, otro a otro… ¡A
repartir! Y cada cual, casi ruborizado y
sin saber qué puede hacer, se acerca al primero, parte por medio el trozo
recibido…, y la sorpresa y el estupor llega cuando le queda tanto como antes de
empezar a repartir… Y así se va dando
pan y un pellizco de pez a cada cual…, y resulta que todos tienen, todos comen,
todos se sacian… También ellos.
Ellos
se habían retirado junto a Jesús. Comían en silencio Casi pasmados. Jesús no
les decía nada. Eso sí: tenía un rostro de gran satisfacción. También los apóstoles podían ir sonriendo
porque con sus manos habían repartido milagros… Cuando llevaban un rato, alguno
se atrevió a decirle familiarmente: ¿Cómo
has hecho eso?
Al
final, Jesús les mandó recoger las sobras…, ¡porque había sobrado! Y cada
apóstol con un cesto, fue recogiendo y llenando con lo que sobró.
[NOTA: una pregunta que siempre me he hecho –lo de
menos importancia-: ¿de dónde sacaron los apóstoles los doce cestos?].
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