12 agosto: Un
pez providencial
Jesús sigue
por Galilea. No olvidemos la secuencia: Jesús anunció su mesianismo –con maltrato
y muere-, Simón reaccionó contra aquello y recibió una reprimenda de Jesús.
Pero Jesús, a la semana, le completa visiblemente la escena con la
transfiguración en la montaña alta, dejándole ver (por decirlo así) el final de
la película. Siguen ahora por Galilea, y Jesús vuelve a la carga y les deja
nuevamente el mensaje: en Jerusalén va a ser entregado en manos de los hombres,
y le matarán; al tercer día resucitará.
Ellos se ponen muy tristes porque ven que no ha servido de nada la reacción de Simón… Que el Mesías al que ellos siguen no es el
mesías que ellos soñaron… Y que el
mensaje de la muerte, el fracaso, está ahí y no ha variado nada en 15 días.
En esto, llegan
por allí los cobradores del impuesto del Templo, y le preguntan a Simón
(¡siempre Simón en esa primera fila!) si su Maestro paga el impuesto. Sin titubear dice Simón que sí. Era su
experiencia de ocasiones anteriores, y por tanto lo sabía muy bien. Cuando se lo comenta a Jesús, Él le dice que
vaya al lago, eche el anzuelo y el pez que pique levará en la boca un estater, que es doble de la dracma con que se pagaba el
impuesto. Y con esa moneda pagas por ti
y por Mí.
Evidentemente
a todos se nos va la atención al pez providencial que soluciona el problema…; el milagro que supone “ese pez” precisamente
acudiendo al anzuelo de Simón.
Sin embargo
la fuerza de ese hecho va por otros caminos.
De una parte debe ver Simón que la muerte que Jesús anuncia no es una
muerte a más no poder, una muerte fracasada, un líder que fue derrotado a la
primera de cambio. Ese Maestro suyo
puede hacer que un pez, tal pez, lleve en su boca la moneda del tributo. Por
tanto, Jesús no es el hombre vencido por la desgracia o las pasiones humanas.
Él podría modificar esa situación, como modifica tan sencillamente la situación
para poder pagar la moneda del impuesto
Debe
comprender Simón, y todos los demás apóstoles que Jesús ha venido a este mundo
en la totalidad humana de cualquier hombre. Y como tal ciudadano judío debe
pagar el tributo. Y como eso es una aportación que corresponde a cualquiera, Él
la paga.
Lo que debe
quedar, pues, tras la lectura de ese episodio singular es la reflexión de
Jesús: ¿Quién paga los impuestos? ¿Los extraños o los hijos de los reyes? Es evidente que los extraños. Por tanto, como en una nueva “transfiguración”
a los ojos de Simón Pedro, Jesús está lanzándole la idea de que Jesús está en
la línea del rey o de los hijos del rey… sin embargo Jesús paga como otro
cualquiera. Hay una “luz” de posible
excepción a la que Él puede acogerse: ser REY, o EL HIJO del Rey. Está por encima del tributo y de la
dependencia del Templo porque aquí hay
uno que es más que el Templo. Pero
Jesús seguirá la línea marcada de vivir y ser como un hombre cualquiera.
Ésta es la fuerza del episodio y no el pez milagroso.
Todavía se
añade algo, muy en consonancia con la labor de Mateo en su evangelio: Simón ha
recibido una revelación de Dios, con la que Simón reconoció en Jesús al MESÍAS,
y por la que Jesús le reconoció a él como PEDRO…, esa piedra o roca sobre la
que edificaría su Iglesia. Mateo ya prepara a sus lectores para ese futuro.
Porque Cristo dejará un día este mundo y volverá al Padre. Pero su Iglesia seguirá entre las olas de un
mar encrespado. En esa Iglesia Simón Pedro tiene ya un puesto de hijo, y de hijo que está al frente. Entonces el “milagro del pez” atañe también a
Pedro, de modo que con aquella moneda, doble de valor de lo que Jesús habría de
pagar por Él, Simón podrá entregar también lo correspondiente a su propio
tributo: coge la moneda y págales por mí
y por ti.
Si tuviera tiempo,
hoy todavía intentaría dejaros la materia de mañana martes. Ya sabéis que hay un impasse hasta que yo reciba
el elemento que me haga posible conectar Internet. Si la situación se hubiera prolongado más, ya
tenía un generoso ofrecimiento para que siguiera funcionando el blog sin
alteración. Pero por posibles 24 horas
de demora, creo que es más simple –si así fuera- quedar en leve “eclipse”.
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