9 agosto.
Bases cristianas
Hoy
no queda mucha iniciativa de contemplación. Ayer se quedó la Lectura continua en el punto
álgido de Jesús que llega a decirle a Simón que se aparte de Él. Era lo más
duro que podía decirle Jesús a aquel discípulo incondicional; fue lo que más
sintió en alma aquel hombre que había pretendido –erróneamente- librar a Jesús,
Mesías, de la pasión y la muerte.
Pero
esa Lectura continua retoma hoy el punto en donde lo dejó. Era muy consciente
Jesús de que Simón se la había llevado, pero que todos los demás pensaban igual
que Simón; que todos estaban a años luz de concebir un Mesías que padece, que
cae en manos de sus enemigos, y que acaban matándolo. Eso era como hacer un nudo en las ilusiones y
ambiciones de un pueblo que tenía entendido que ser “Pueblo de Dios” era una
prerrogativa tan grande como que su “mesías” iba a ser un ciclón que arrasa a
los enemigos, mientras el pueblo de Dios sale victorioso. La propia larga
historia de ese pueblo, que había pasado por los más espantosos avatares y humillaciones
y padecimientos, avalaba que su Dios estaba siempre de su parte, y acababan
venciendo. Si Jesús es el Mesías, los discípulos no pueden menos que estar
seguros de que Jesús va a ser un caudillo victorioso. Los estudiosos piensan que Judas Iscariote se
dejó enrolar en aquellas filas de elegidos, porque su ideal belicoso contra los
romanos encontraba en Jesús al “jefe” idóneo para combatirlos.
Y
he aquí que cuando la misma revelación de Dios a Simón declara a Jesús el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y esa
confesión merece una especial bendición de Jesús (con promesa de roca
inexpugnable: “PEDRO”), todos ven llegada la hora esperada: la restauración del
reino de Israel. Jesús se vuelve contra
Simón, que piensa como los demás, a lo humano, aunque el Padre le haya revelado
cosas mucho más altas…, que Simón ni ha entendido de lo que se trataba.
Entonces,
tras ese punto tenso, con Simón destrozado, con el pellizco de ese “apártate de Mí”, Jesús se viene a ellos,
se sienta como podía haberlo hecho el primer día, y comienza “la primera clase”,
“los palotes”, el “abc”…, algo que tiene que quedar muy claro para todo
creyente en Cristo: “Quien quiera venir detrás de Mí, que se niegue a sí mismo”.
¿Qué hay detrás de “sí mismo” para que haya que “negarlo”? Está todo el enemigo
más acérrimo de Dios: el propio YO…,
el amor propio, el egoísmo, el “yo” por delante y por encima de todo. Por consiguiente: el obstáculo que bloquea la
puerta para poder ir en el camino de Dios y de Cristo.
La
huida de todo lo que es padecer, quedar detrás, traer humillación…, es
movimiento instintivo de todo ser. Por tanto, rival abierto de Jesús. Gozar, tener, dominar, vivir placenteramente
sin cortapisas…, todo eso se opone frontalmente a Jesús. Por tanto, hay que negar
(dominar, doblegar, controlar, evitar…) todo eso que hace que haya siempre una
rémora en el modo de seguir a Jesús. HAY QUE NEGARSE A SÍ MISMO.
Eso
supone –y ahí tienen los apóstoles la respuesta a su escándalo anterior- hay
que tomar la cruz. CRUZ es todo
lo que contradice al instinto de gozar y dominar, más allá de lo que es el uso
debido de esa Creación que Dios nos puso en las manos para dominarla. Cruz que siempre nos viene grande…, larga…,
no “a nuestra medida”. Pero la que es MI
CRUZ…, la que no permitirá Dios que nos rebase las fuerzas…, pero que es cruz.
Y hay modos y modos de llevarla. Ahí apunta Jesús. Porque en ese modo de llevarla –una vez
controlado el YO-, está el desemboque gozoso de seguir a Jesús. Por eso San Pablo ya no quiere saber otra
ciencia que la de Jesús crucificado, y se
gloría en la cruz de Jesucristo.
Supone
perder…, ceder…, pero no por una
actitud masoquista, sino POR MÍ –dice
Jesús-. Lo que motiva esta nueva regla
de vida es el amor a Jesucristo, la ilusión por estar con Él…, por llegar a
identificarse con Él, para que siguiéndole
en lo que cuesta, le sigamos también en su gloria. Yo cedo mi YO pero en mí
se hace realidad la VIDA DE CRISTO. Por eso, la nueva regla es que quien pierde, gana; quien quiere ganar en todo, pierde. Y la explicación la pone Jesús diáfanamente: ¿De qué le vale a uno ganar el mundo entero
si arruina y malogra su vida? Nada podrá
dar ahora a cambio.
En
cambio, Jesús mismo promete que será Él quien vendrá un día, entre ángeles –en el
esplendor de su divinidad- para pagar a cada uno los intereses de aquello que
negó, cedió, renunció voluntariamente, por el gozo de parecerse más a Cristo y hacerse una sola cosa con Él.
San
Ignacio de Loyola conduce al ejercitante no sólo a que sea “buena persona”,
entusiasta enamorado de Jesús…, sino a elegir
con toda decisión y libertad aquello que Cristo escogió… Y ya vemos a través del Evangelio la que fue
la elección de Jesús y la realidad de Jesús.
Estamos
–he dicho- ante el abc del evangelio…,
los primero palotes de una vida cristiana…, y a su vez, el punto central de ser
cristiano: seguir a Jesús dondequiera que vaya y por los caminos que Él marchó. Que en ese IR CON ÉL está la locura del amor
cristiano, la que no tiene fronteras ni a lo ancho, ni a lo largo, ni a lo alto
ni a lo profundo, porque trasciende toda ciencia humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!