19 agosto: Algo muy conocido
El evangelio que hoy nos trae la
liturgia de la Misa es el muy conocido del “joven
rico”. El tal personaje viene a Jesús por su propia cuenta y con un deseo
de más. [A mí se me representan esas muchas personas que llegan diciendo que
necesitan hacer más…, que sienten un vacío… Y que tantas veces son la
demostración de que Dios no es estático ni se conforma con que el “bueno” sea “bueno”].
Llega el joven diciendo: Qué he de hacer de bueno para tener vida
eterna”. Como “BUENO” sólo es Dios,
Jesús le responde por los mandamientos de la Ley de Dios, que eran la base
sobre la que había de construir todo judío, si bien Jesús sólo hace ahora
alusión a los mandamientos de la “segunda tabla”, los que pudiéramos llamar “sociales”.
No matarás…, No cometerás adulterio, honrarás
a tu padre y a tu madre…, y amarás a
tu prójimo como a ti mismo.
Realmente, aquel muchacho leal y
de corazón bueno, responde –quien sabe si con rubor- que “eso lo he cumplido yo; ¿qué me falta?”. Quiere decir que ha tocado techo en lo que
fue hasta ahora y que venir a Jesús es porque lo que ha oído o visto en Jesús
le dice más. Y quiere, entonces, llegar
a más.
Jesús advierte que ese tal puede
aspirar al Reino de Dios que Jesús ponía delante de las gentes, y le dice: Si quieres llegar hasta el final, ve, vende
lo que tienes, da el dinero a los pobres.
Luego, vuelves aquí, y te vienes conmigo. [Es ese momento que
vivimos con emoción los que acompañamos a muchas de esas personas que expresan
que algo en su vida espiritual se le ha quedado corto…]
La liturgia de hoy concluye
simplemente diciéndonos que el joven se fue
triste porque poseía muchos bienes.
La liturgia no ha seguido más el comentario.
Pues bien: estaba yo haciendo
referencia a esas personas con deseos de más.
Podría seguir hablando así en ese impersonal, pero voy a optar por
sentirme yo ahí metido en medio del episodio…, o invitar a que todos nos
sintamos metidos… ¿Qué hemos de hacer para ser “buenos”? Penosa pregunta, desde luego, pero tan real
que tantos y tantas se acercan al confesionario para reducir su vida a un paso
sobre los mandamientos: No matarás”. Por supuesto, “yo no mato”. Permitidme que me abra yo una
interrogación. ¿De veras “no mato”? Porque Jesús –en realidad- está mirando hacia
mucho más que no quitar la vida. Matar posibilidades de uno mismo, porque “no
quiero compromisos”…, o esas mil formas de “matar” que se dan en el rincón
último de los sentimientos… A veces “matar a fuego lento”. ¿De verdad que me
puedo sentir limpio de ello? ¿Cuántos proyectos de mejoría…, cuántos exámenes de
conciencia no bien hechos…? Detrás de eso, se agostan en mí muchas ilusiones de
Jesús.
No cometerás adulterio, que en sí se reduciría al hecho de no
cometer un adulterio real (y ya es estar diciendo mucho en los tiempos que
vivimos), pero que Jesús miraba con esos ojos de Corazón puro. ¿No cabría una
revisión más fondo de ese terreno lascivio que tanto se escurre en el mundo que
vivimos, desde la actitud interna a la complacencia en las imágenes?
Honrarás a tu padre y a tu madre…, con todo lo que eso debe abarcar
en una sociedad donde hay otras personas que realizan sus funciones educadoras,
benefactoras, etc. Donde hay muchos padres ancianos, y donde los
responsables de la formación y enseñanza necesitan un doble aval: el de su
propia honradez para no ser sectarios, y el del reconocimiento de alumnos y sus
padres. Respeto a la Iglesia y a los miembros de ella, porque también están en
ese terreno de trasmisores de una doctrina y de un reino (que ellos no pueden
ni deben manipular a su manera). Y esos
mismos miembros de Iglesia –de arriba abajo y de abajo a arriba- responsables
de este vaso de barro que llevamos en nuestras manos, pero que encierra el
tesoro del reino de Dios.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y eso se queda corto cuando se plantea desde
Jesús, que enseña a amar como Él ama. Y aquí se me caen los palos del sombrajo…
¡Qué lejos estoy del modo distintivo del amor cristiano!
Comprendo ahora más a aquel joven
del Evangelio, yéndose triste porque
poseía muchos bienes. Y es que aun en un somero balance de mi vida, bien
que se advierte que los muchos bienes
personales acaban agostando tantas posibles respuestas hacia algo que me falta…, pero que mejor “lo
dejo estar”… porque no estoy por renunciar a tanto YO como hay en mí. Y ofrezco a otros esta reflexión porque
pienso que más de uno se puede ver reflejado en el “joven rico”…, aunque
peinemos canas. Que acumulamos
demasiados “bienes propios” que cierran la entrada a los que el Señor nos
quiere dar. Muchos “vacíos” he sentido…,
muchos me han comunicado… Y mucho también me temo que nos hemos quedado en ese
triste vacío… ¡No queremos complicarnos
ni que nos compliquen!
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