17 agosto. Otra vez los
niños
El breve evangelio de hoy vuelve
sobre el tema de los niños. Con una particularidad: son otras personas quienes
se los traen a Jesús. Y bien puede uno imaginar que son los propios padres
quienes traen a sus hijos para que Jesús
les impusiera las manos. Por su parte Jesús disfruta y pide que no les
estorben a los niños llegar a Él. Jesús, el limpio de corazón, se embelesa mirando
esos ojos claros, limpios, sin malicia…, de los niños. Es como si en ellos viera
reflejada toda la diafanidad del reino de los cielos…, ese mundo que Él
quiere crear en la tierra, esa presencia de Dios mismo que debe ser como el
aire mismo que se respire. El niño, en
su inocente mirar, sentir…, sin las recámaras de los mayores, es el modelo de
ese pobre de espíritu que constituye la
base misma de ese reino que Él viene a establecer. En el niño se da la ausencia
de malicia, la fe ciega de los ojos limpios, la confianza total en lo que le
rodea. El niño no sospecha el mal, no vive la suspicacia, no es capaz de ver el
mal.
El dato que aporta hoy esta
texto me hace ir más a buscar a los padres…, a los que tienen esa ilusión de
que Jesús abrace a sus hijos. Han visto en Jesús una simplicidad tan llamativa,
una concepción de la vida tan limpia, una ilusión que aflora a sus ojos y se
derrama por todas sus palabras, y han concluido que Jesús es quien mejor puede trasmitir
a sus hijos esas cualidades que Él tiene… Que ponerlos bajo ese abrazo es como
la garantía impermeabilizadora para que esos hijos queden a cubierto del daño
que la sociedad trasmite.
Pero yo quiero hoy trasladar a
los padres una reflexión. ¿No son ellos los educadores de sus hijos? ¿No son
ellos los responsables de una crianza en la que sus hijos vivan una niñez y una
adolescencia normales. ¿No son ellos quienes tienen que imponer sus manos paternales para que sus hijos crezcan en una vida
sana y feliz?
Y ya me pregunto si esos niños de
hoy pueden llegar a ser niños, a vivir como niños…, a jugar como niños y a
educarse con sus juguetes para recibir de esos “trastos” los verdaderos interlocutores
del niño, con los que el niño mejor se entiende, con quien mejor se va
haciendo, y –a través de los cuales- los papás deben conducir sentimientos,
corregir defectos de reacción, Yo veo
que hoy los niños son “viejos prematuros” que no juegan si no es con las
tecnologías…, que no tienen tiempo para sus juegos de niños, y que se les
rellena el “tiempo libre” (el y correspondería al juego), con una serie de actividades
complementarias. Que no cabe duda que les será muy útiles “en el futuro”, pero
que les han robado el presente de NIÑOS.
Y si voy más allá, los padres
deben “bendecir”, abrazar, acompañar a esos niños. Por desgracia, más en manos de
otros que de los padres, tan atareados siempre y en todo, que para quien no les
queda tiempo ni paciencia es para sus hijos. A los niños no los educan hoy sus
padres, ni en los años de cera blanda que viven esos hijos. No hay esa creadora
“imposición de manos”…, esa mano al hombro, ese rato de “juego” con ellos…
juego que no se limita a jugar sino a dar calor, cauces de confianza, y clima
de educación paternal… Ese saber ir responsabilizando al hijo y no para
incitarle contra los otros, sino para corregirle sus naturales fallos de
niño. Aquella sabia táctica de verdaderos
educadores que, al venir el niño con sus quejas de profesores o compañeros,
decían al niño: “algo habrás hecho tú”. Y no
como un reproche sino como un elemento para que el pequeño vaya comprendiendo que
hay que ir por la vida con la verdad por delante, y sabiendo aceptar que todo
no es caprichos y “chuches”.
Se repite mucho hoy “lo difíciles que son los niños”. Habrá
una realidad por cuanto ya son engendrados en e magma de otra cultura. Pero hay
un punto que yo repito a las parejas de novios: no son los niños los difíciles; los difíciles pueden ser los padres. ¿Es lo mismo el feto que se desenvuelve en un
seno de amor y sin “descargas” violentas?
Porque desde ahí está ya el feto captando “ambiente” y creándose una
psicología: plácida o agresiva; con voces o sin ellas. ¿Es lo mismo el bebé que
sólo recibe paz en su desarrollo que el que es testigo mudo inconsciente de los
altibajos de unos padres que se gritan?
¿Puede tener la mima psicología el niño que ve armonía, unicidad en las
decisiones de sus padres, que el que ve que él es “moneda de cambio” o “carne
de cañón” de las desavenencias de su papás?
¿Será lo mismo un niño educado y
formado en valores humanos, espirituales, religiosos y morales que el que desde
que llega a su “uso de razón” está viendo a su alrededor que todo da igual, que
se le deja campear a su antojo, que no se cuida lo que hace, lo que lee, la TV
que mira, los colegas que frecuenta?
Quitadle al niño una referencia decisiva, y habréis hecho un “pasota”
que acabará devorando a sus blandos progenitores.
Me regalaron un libro en mi adolescencia
mayor, de título: PASO A PASO. Un chico, limpio y esencialmente bueno, y un
tito depravado que va dejándole disimuladamente a mano una serie de revistas, reseñas
fotos… Aquel ano jovencito va picando el anzuelo, por una curiosidad natural (y
mas en esa época de “descubrimientos”, y acaba el sobrino en la cárcel como
hombre depravado. Los papás y mamás podrán
tomar nota. No hace falta ponerles cebos a los niños. Basta con no evitárselos.
¡Qué bonito sería que los padres fueran los educadores de los hijos! - Lamentablemente desde la infancia los niños tienen que tratar con otros niños y con personas mayores, sus profesores, y el niño desde muy pequeño tiene las facultades abiertas y dispone de su libertad para seleccionar los mensajes que le interesan. Es una gran responsabilidad de todos lo que luego ocurra con ellos, no solo padres, no solo educadores, cualquiera es un ejemplo para el adulto y para el niño.
ResponderEliminarNo hace mucho tiempo hablando con un religioso donde habían estado mis hijos le dije con fundadas razones que ellos no continuaban la obra religiosa en nuestros hijos.