7 agosto. “Cambiar el paso”
La
celebración ayer de la fiesta de la transfiguración nos dejó inacabada la
escena de la multiplicación de los panes. Porque aquello no debió acabar tan
gozoso, si nos atenemos a las mismas palabras evangélicas que nos dicen que “Jesús apremió
a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla”. No era lo normal. Jesús siempre iba con ellos
y ellos con Jesús. Y el hecho de “apremiar” (otras traducciones dicen: “obligó
perentoriamente”) estaría diciendo mucho más que el de decir que hicieran ellos
solos la travesía. Lo dejo a la oración
de cada uno. Y les doy una clave que nos
aporta San Juan: “La muchedumbre enardecida quiso llevárselo y tomarlo con rey”. ¿Habría acabado aquel gran milagro en un
intento de materializar sus efectos? ¿Se habrían implicado los propios
discípulos, ávidos siempre de medrar humanamente?
El
hecho ya de hoy es otro cantar. Jesús
está en los límites de Palestina. Dice el evangelio que se retiró al país de Tiro y Sidón. Una vez más y tras situaciones
especiales, Jesús opta por el retiro y el anonimato. Desea “perderse” por un
espacio de tiempo. Y donde menos podían
imaginarlo era en esa franja limítrofe con el paganismo.
Pero
he aquí que es una mujer pagana la que le sale al encuentro, la que sabe de Él
y de su obra, y viene a pedirle ayuda porque mi hija tiene un demonio muy malo.
Y dice el evangelista que Jesús no
le hizo caso. Bien extraño por
cierto, para los que estamos familiarizados –evangelio en mano- con esa
atención y rapidez con la que Jesús acude a toda necesidad, a todo sufrimiento,
a todo dolor.
La
mujer insiste. Se ve que Jesús opta por coger el camino y salirse de la
situación. Los discípulos acaban pidiendo a Jesús que la atienda…, aunque no
por un altruismo meritorio, sino porque
viene detrás gritando, y eso les importuna. ¿Imagina alguien a Jesús como
quien se quita fríamente el caso de encima?
Yo no puedo menos que pensar que en su corazón, siempre abierto a hacer
el bien, se establece una lucha del querer y no poder. Quiere, porque Jesús es
así y quiere pasar siempre haciendo el bien y curar toda enfermedad o dolencia… “No puede” porque sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel” [Yo comprendo lo poco que guste esa idea –“no
puede”- a los que entienden a Jesús revestido de la divinidad y siempre bajo el
paraguas de la divinidad de principio a final, sabiéndoselo todo de
antemano. Yo digo que la realidad de
Jesús, hecho un hombre cualquiera, semejante
en todo a los hombres, menos en el pecado”, debe significar algo verdadero.
Y entonces Jesús, ante la mujer aquella, está en esa doble realidad de su
Corazón misericordioso, y su misión de Mesías enviado solamente a Israel.
Por eso he dicho el “quiero” y “no puedo”]. Y la mujer no ceja. Postrada ante Él, suplica… ¡Qué mal rato le está haciendo pasar a Jesús!
Jesús recurre a un dicho popular para
explicarse: El pan de los hijos no se le
puede echar a los perrillos. Y la
mujer, en profunda humildad y en gran papel de mujer, le da la vuelta al
argumento… Tienes razón, Señor. Pero también los hijos comen las migajas que
caen de la mesa de los amos.
Jesús
había hablado una vez de “los signos de
los tiempos”: los hechos y circunstancias de la vida está ahí y enseñan por
sí mismas. Lo que hay es que saber “traducirlos”…, cotejarlos con el Corazón de
Dios…, y ver que Dios habla por la boca de los niños de pecho, por la nube en
el horizonte…, o por la mujer pagana que está allí ante él, humillándose,
suplicante, con un dolor tan grande en el alma.
¿Y no será Dios, el Dios del Cielo, quien habla a través de esos signos?
¿No
estamos asistiendo en este momento de nuestra historia real a una efusión del
Espíritu de Dios, que –en el devenir de los tiempos y las situaciones- nos pone
un Papa que sabe leer en los signos de los tiempos y “crea” una manera
nueva? No la “crea”: la LEE. Porque detrás de las realidades de un mundo
distinto, cambiante, Dios sigue siendo Dios y sigue actuando: Mi Padre trabaja…, decía Jesús, así en
tiempo verbal presente. Y nuestro Padre
Dios sigue trabajando.
¿Y
no “trabajó” también aquel día de la mujer cananea?
De
hecho, Jesús –que se había resistido- acaba viendo que Dios dicta un nuevo
renglón de la historia…; “lee” en aquella ocasión el “libro” que le pone delante
aquella mujer…, y “traduce” que Dios está usando aquel medio para abrir un
nuevo horizonte: no es sólo Israel… El mundo entero, la fe de la mujer pagana,
acaba siendo determinante. Y Jesús
accede y le dice: Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. Y una profunda respiración se escapó desde el
propio Corazón de Cristo que, desde el principio deseaba atenderla.
Pienso
que la historia nos ha colocado en una encrucijada impresionante. Estamos ante
una puerta insospechada y cuyos efectos no veremos posiblemente nosotros, salvo
en este arranque del que somos testigos.
Pero hoy la Iglesia –y somos nosotros esa Iglesia- estamos ante un reto
de impensables dimensiones. O tan
posibles de pensar como aquella fuerza de la Iglesia que nos narran las
primeras historias… Una Iglesia que no
tenía ropajes: era evangelio puro y fe ciega en Jesús. Hermanos míos: sea grande nuestra fe, y así se cumpa lo que deseamos!
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