20 domingo, C, del T.O
Es evidente que deseamos otros evangelios
que van más con nuestros sentimientos, esos que prefieren ver a Cristo haciendo
milagros, y que pensamos que son los que nos levantan la “devoción”.
Pero Jesús, primero, y la
Iglesia continuando la obra de su Fundador nos tienen que poner delante
realidades en la que sintamos l urgencia de una realidad actual, Y la Iglesia
nos brinda hoy un cuadro de realidades… Enmarca la situación una primera lectura
[Jer 38, 4-6; 8-10], muy realista. Jeremías es un profeta de verdades. Ha visto
el desastre que pude sobrevenir a Israel –que tiene su símbolo central en el
Templo, y advierte los desastres que están rondando si no se ponen remedios. La
reacción política y religiosa es echarlo a un poco de lodo, sin alimentos. Alguien ve que eso es injusto y da la cara ante
el rey en favor del profeta, y lo libra.
En el Evangelio Jesús dice a sus discípulos que “he venido a traer fuego a la
tierra, ¡y qué ansias hasta que arda”. En una humanidad perdida en sus interés
y negocios, en sus gustos y planteamientos, y aún en sus luchas religiosas de
diversa influencia, el Corazón de Cristo siente ansias devoradoras de poder
meter un botón de fuego que hg quemar la maleza, purificar las escorias y dejar
nítido el mensaje de salvación. Todo eso es una utopía, pero a ella no renuncia
Jesús.
Junto a ese Jesús que vive la
verdad y se siente acosado como Jeremías, Jesús capta otra verdad que expresa
con toda su crudeza. [Que evidentemente no es del gusto “piadoso”, pero que Jesús
la pone sobre el tapete con un realismo llamativo: “En adelante una familia de 5 estará dividida tres contra dos y dos
contra tres: estará dividido el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,
la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y
la nuera contra la suegra”. Y esas
palabras suenan mal a muchos, porque a Jesús le queremos escuchar palabras
bonitas.
Pero Jesús no hace sino reflejar
la realidad. Lo que Él quiere es ese fuego que devora la escoria, precisamente porque
la escoria debe purificarse. Pero la realidad es que en ese egoísmo humano, en
esa soberbia del hombre que pretende erigirse en dios, el resultado es la lucha aun dentro de la propia familia…,
allí donde debiera haber una unión natural en la que todos tiraran en el mimo
sentido, Y sin embargo es un hecho que se
rompe la armonía, se crean las tensiones, se producen las distancias…, y muchas
veces por razones religiosas…, por puntos de vista contrarios…, por prejuicios
ancestrales, por deformaciones e ignorancias, por malos ejemplos y malas
influencias. Aun repasando la Historia, ¡cuántas guerras tan graves se han
camuflado bajo señuelos de guerras de religión (aunque en verdad no lo eran).
Pero el tema religioso vine a convertirse en el “motivo” de la discordia.
Jesús quiere hacer arder todo
ese entramado de maleza…, quiere uno de esos fuegos descontrolados que abrasan
y hacen desaparecer lo que había. Aunque en Jesús, su fuego es un ardor
interior en cada corazón, como para que ahí dentro desaparezcan las escorias de
la soberbia, del egoísmo, de la maleza acumulada por juicios prematuros o
contagiados… Y que de ahí surja una nueva vegetación que asemeje a aquella que
Dios plantó para el gusto y alimento del hombre, en sana armonía.
Jesús siembra entonces una
planta esencial en la Eucaristía… Esa Eucaristía convertida en COMUNIÓN, está
tendiendo las manos de unos hacia los otros, de tal manera que una nueva vida
brote en el vergel de la fe, en el oasis del mundo… Una realidad que responda a
la Buena Noticia que trae Jesús, y que ponga en el mundo la paz, la verdad, los
efectos de una auténtica belleza, la buena fe, el camina en una sola dirección,
aunque sea por camino diferentes (puesto que nadie pude poner coto al
Espíritu).
La 2ª lectura viene a
espolearnos en esa línea de evangelización
integral que necesitamos desde los estamentos altos de la Iglesia hasta los
de abajo… Que la obra del Papa, con sus gestos –que apuntan a una primavera- se
vayan contagiando y se vaya ampliando hacia esa vida de evangelio radical que todos necesitamos. Esa 2ª lectura nos estimula: una
nube ingente de espectadores no rodea; por tanto, quitémonos los que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en
la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y
completa nuestra fe, Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz,
sin miedo a la ignominia… Soportó la oposición de los pecadores…, ¡y no os
canséis ni perdáis el ánimo!
Algo, pues, se ha de ir cociendo
en este período de la historia, y –hoy por hoy- recae en nosotros mismos esa
llamada, esa responsabilidad. La nueva evangelización no es algo que
v a caer como una breva ni se va a imponer por mandatos. Estamos emplazados
CADA UNO COMO PARTICULAR y como PARTE DE LA IGLESIA, a entrar en terreno de
sinceridad, superando lo substancial que ya tenemos, e incorporando en la vida
un fuego que purifique lo que no es evangélico, y un botón de fuego, un celo
por e Reino e Dios, que haga posible un atisbo de novedad. Contando con que habrá luchas internas,
familiares, de colectivos diversos (religiosos) y de amplia oposición de los
hijos de las tinieblas. Pero somos
descendientes de un Cristo que acabó crucificado…, y por lo mismo está sentado a la derecha de Dios Padre.
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