10 agosto.-
San Lorenzo
Muy
a pesar mío, hoy se vuelve a cortar la Lectura continua. La fiesta de San
Lorenzo, Diácono en Roma en el siglo III, tiene tintes especiales aun en el
ámbito popular. Y vamos a seguir las
lecturas con la que la Liturgia lo describe. Por lo pronto, el Evangelio (Jn
12, 24-26) podría muy bien ir del brazo con el que tuvimos ayer: pedía Jesús la abnegación de cada uno para poder ser
discípulo suyo. [“Negarse” no es un término negativo de destrucción, sino
positivo: de purificación, libertad interior, dominio de sí, alejamiento de los
“ídolos” del amor propio, el orgullo…, el YO].
Hoy,
en otro evangelista, casi se está diciendo igual: el que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en
este mundo, se guarda para la vida eterna. [Otra traducción desde el “argot”
bíblico: “aborrecerse” equivale en castellano
a “amar menos”, a ocupar un segundo plano…, porque el primer plano corresponde
a otro. Incluso saber irse al “tercer puesto”, al “último puesto”…, porque le
toca mejor a uno y porque le abre a una actitud más abierta hacia el servicio a
otros. Por eso, “el que se aborrece a sí mismo”, se guarda para la vida
eterna. Y creo que podría añadirse –con palabras
mismas de Jesús- que aun en este mundo ya promete provecho a quien sabe pasar
desapercibido.
Enlazamos
perfectamente con la enseñanza de ayer en las palabras que siguen: “el que quiera servirme, que me siga”. [Negarse,
tomar la cruz para seguir a Jesús…] Y
añade Jesús algo muy consolador: donde
esté Yo, estará mi servidor. La
liturgia lo aplica a San Lorenzo. Y se ha cumplido. Y San Lorenzo, desprendido
de si, en heroica actitud de caridad a los más pobres… Llevado a los tribunales
y preguntado por las riquezas de la Iglesia [ya se ve que esta tarandilla es
tan antigua como la Iglesia], presentó como respuesta a los andrajosos,
pedigüeños, pobres, enfermos… ¡Esos eran los tesoros de Cristo! Y aquello, tomado como mofa por Vespasiano,
le valió el peculiar martirio que sufrió el santo: A quien me sirvan Dios lo premiará.
Hay
una frase de entrada en la primera lectura que me ha hecho pensar mucho. Dice
San Pablo a su comunidad de Corinto: “El
que siembra tacañamente, tacañamente cosechará”. Cada uno recibe según siembra. Y lo he
aplicado como una oración de autoanálisis, de evaluación personal. Es cierto
que siempre es más fácil “captar” los “sembrados” de otros” y desde ahí hacer
un juicio. Pero, si por un pequeño rato
fuéramos capaces de aplicar esa regla de tres a los “frutos que recogemos”, nos
ayudaría mucho a nuestra mejoría o crecimiento personal.
El
egocéntrico –que todo se lo sabe, que sólo él sabe, que todo ha de ser como él
lo piensa, que no quiere ni admite pareceres…- se queda solo como la una. No quiso relación…, y se queda sin ninguna
relación de quienes están alrededor.
Luego, hacia afuera, puede que sea admirado por “su seguridad”, u objeto
de mofa oculta por su insensatez.
El
envidioso y celoso que parece que él pierde porque otro gana, se queda aislado
sin que nadie quiera cuentas con él…, o se le adula para no tenerlo enfrente.
El
charlatán que siempre habla, y que de tanto hablar se cree lo que él dice, es
alguien que va viendo que la gente le huye porque no hay manera de entablar una
conversación con él, que –por otra parte- habla como quien jamás se equivoca.
El
pesimista siembra amarguras. Nadie quiere cuentas con él porque nadie quiere
vivir amargado.
Aquí
tocaría volver el objetivo de la cámara hacia uno mismo…, y ver qué siembro yo…
Y puede ser interesante descubrirlo por “los frutos” que cosecho. Porque no es “el otro” el que lo hace mal; es
la propia siembra que hago yo.
San
Lorenzo podía mirar los frutos de su caridad hacia los pobres y
necesitados. Y su siembra se hace
contagiosa porque os proporcionará y
aumentará la semilla, y multiplicará la cosecha de vuestra caridad. Así ha acabado esa lectura que hoy se aplica
al Santo que celebramos.
En
la Lectura continua se ha saltado la transfiguración porque acabamos de
celebrarla. En ella Jesús da el destello necesario para que se acepte su mesianismo,
aunque lo anuncie con “fracaso” humano hasta la muerte. El momento luminoso del
Tabor hace asomarse al final de la película: Jesús-Mesías no fracasa en su
sufrimiento y muerte.
Bajaron
el “monte elevado” y vinieron a encontrarse con cierta tensión: los discípulos
que habían quedado en el llano, no pudieron ayudar a aquel muchacho epiléptico
para quien el padre pedía curación. Jesús llega de su retiro en la montaña
alta, increpa “al demonio” [por una parte abordado como “generación perversa”…, aunque
aquí es claramente la enfermedad epiléptica], y cura al niño.
Los
apóstoles preguntaron luego, ya en casa, por qué no pudieron ellos “echarlo”, y
Jesús les responde con la necesidad de la fe honda, que es la que puede tener
poder para cambiar los efectos negativos.
Con esa fe plena y total, nada es imposible.
NO DEJÉIS DE LEER LA
ENTRADA SIGUENTE. Caso que intentaré
arreglar.
LA CASA DE LOS ESPEJOS
ResponderEliminarUna habitación forrada de espejos.
Entra un perro todo juguetón y se encuentra feliz porque “todos los perros” son juguetones. Y sale feliz de allí porque se siente muy acogido y correspondido.
Entra otro perro gruñón y al ver a “los otros” asoma los dientes, cosa con la que le corresponden igualmente esos “otros” perros. Y sale de allí gruñendo más que cuando entró.
Creo que es una buena representación de esa 1ª lectura: cada uno recoge lo que siembra. Y los otros son el gran espejo donde mirarse.
ResponderEliminarQue buen retrato ...
El dicho de recogerás lo que siembres, o bien, la parábola del sembrador.
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