20 agosto. No se puede
servir a dos señores
La pedagogía litúrgica enseña mucho. Otra cosa
es cómo la vivimos y reflexionamos nosotros. Ayer cortó el episodio del joven rico en un momento álgido…, como
en las telenovelas. El joven se ha
marchado triste, por ser persona que poseía muchos bienes. Y eso nos deja colgando una cuestión para
reflexión personal: los años que nos
pasamos desgraciados por el temor de no ser felices…, como decía un autor.
El joven se fue triste. Había mascado su vergüenza, su fracaso. Era una buena persona, había soñado con ese
camino nuevo de Jesús…, le faltaba algo…,
sentía un vacío, porque su espíritu ya le reclamaba más. Vino para ello, pero no calculó si tenía para acabar la “torre” que había comenzado. Él
mismo sintió la vergüenza y el rubor de los que vieron su retirada… [Todo esto tiene una fuerza que llega hasta
nosotros y nos “toca” cuando nos vemos volviendo grupas ante la dificultad de “nuestra
riqueza”, Ahí está el Evangelio].
Lo que hoy nos completa liturgia
es cómo quedó Jesús, que debe ser un
punto a pensar mucho… Los ojos de Jesús fueron siguiendo la trayectoria del
joven. No dijo Jesús, todavía, ni una palabra. Pudo hasta esperar ese último
arranque del joven, al que podía picarle aún el amor propio de su huida
vergonzante. Pero el muchacho se tragó
el bolo de sí mismo… Le podía demasiado su
riqueza, sus mucho bienes. Y en ellos se perdió en la lejanía. Jesús pensó
lo cierto que era que no se puede servir
a Dios y al dinero. Y con esa amargura se volvió hacia donde estaban sus
discípulos y musitó aquello que le había rondado por dentro: ¡Es más difícil que un rico entre en el
reino que meter un camello por el ojo de una aguja”! Le brotó instintivamente.
Los apóstoles dijeron espantados: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”
Jesús no había hablado de “salvación”. Habló de un paso mucho más hondo que es
el Reinado de Dios…; que o reina Dios o reina el dinero. O dicho de otro modo:
que Jesús mismo encarna ese nuevo Reino en el que haber cumplido los mandamientos
no es igual que haber hecho la opción por el seguimiento de Jesús, que viene a
traer un vino nuevo, un estilo nuevo.
Y en esa opción, el rico que se aferra a su riqueza y vive en y desde su
riqueza, se queda en ella y es incapaz de dar un paso hacia un más.
Aunque Jesús aporta ahora un
matiz importante a la respuesta que da a sus apóstoles: Es imposible a los hombres; pero
para Dios es posible. Un rico afincado en su riqueza se ha cerrado la
puerta. Otra cosa es que llegue Dios y porfíe en entrar en ese antro del
egoísmo humano. No puedo aislarme de la reflexión del Padre Ramón Cué con su “Cristo
Roto”: Dios actúa –dice en su meditación- con el terciopelo de su mano derecha,
Con ella atrae, abraza, acaricia, y ablanda…
Es la mano que toca a Juan, Andrés, Santa Catalina, Santa Teresa del Niño
Jesús… Pero Dios se topa con el frontón
de los “ricos”, tan pagados de sí mismos, tan soberbios, tan autosuficientes…,
que no hay terciopelo que los ablande. Dimas,
el ladrón de la cruz en el Calvario, Saulo de Tarso –perseguido y blasfemo-,
Ignacio de Loyola –soldado desgarrado y vano (como él se define), no responderían
al susurro de la brisa de Dios. Y Dios sacó su
mano izquierda, y verse “en el mismo suplicio”; caer rodando por tierra, y
ciego; o la herida que postra al militar…, y la mano izquierda de Dios (que no ha sido la que ha hecho
directamente esas cosas), acaba posándose en el hombro de los antes altivos
personajes y esa mano (al fin y al cabo tan dulce y cariñosa como la derecha),
acaba haciendo posible lo que era imposible
para los hombres. ¡Bendita mano izquierda
de Dios!
Pedro quiso aprovechar el
momento para buscar su consuelo: A
nosotros, que lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué nos toca? Y Jesús dio la respuesta: A quienes POR MÍ dejan padre, madre,
hermanos, hermanas, casas, hacienda, tendrán todo eso centuplicado y luego la
vida eterna. [No era el momento de entrar
en el terreno de si ellos “lo habían dejado todo”; que ahí cabría tela que
cortar.. Porque dejar “cosas” siempre es menos difícil… El “rico” hasta es
capaz de dar mucho dinero… El problema es si es capaz de ceder de sí mismo, ceder
de sus razones, apearse de “sus verdades”, ceder el paso a otros, apartarse del
protagonismo, saber perder sin victicismos… Por eso digo que Jesús no quiso
aguar la respuesta general por la que declaraba el valor del que ha sido capaz
de seguirlo, dejándose tantas cosas en el camino. Pero yo llego a ese punto y no puedo menos
que pensar muy a fondo que NO HE DADO TODO.
Mientras “YO” estoy en medio y sigo defendiendo mi YO, actúa como la serpiente
que recibe todos los golpes que casi destrozan su cuerpo…, pero con él están
protegiendo su cabeza. Ahí no deja que
lleguen].
Es un evangelio que cuestiona y
desmantela. Porque lo mismo le cae al que se defiende a sí sin contar con
nadie, como al que se defiende atacando, como al “bueno” que no habla para que
no le entren moscas, como al puritano que nunca tiene una palabra de aliento,
como al pasota que no quiere que le alteren su tranquilidad. No es bueno que identifiquemos tanto la
pobreza o riqueza social con los términos evangélicos, mientras estemos –quizás-
defendiendo nuestra “cabeza” para que nadie nos toque nuestra propia cresta.
Porque si algún enemigo radical hay contra Dios y su reinado en las almas, más
allá del dinero en el “YO” indoblegable de cada cual, y de cada cual a su
manera.
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