8 agosto.-
Pensar, decir, reconocer, actuar.
Volvemos
a un tema más que conocido. Eso sí: hoy, al estar en la Lectura continua, está
completo. Y por tanto enriquece y da el pleno contenido a ese día que Jesús se
sentó tranquilamente, como en una sobremesa, a departir con sus discípulos. Y
por supuesto con mucho deseo de ver por dónde respiraban. Con pedagógica
picardía Jesús pregunta por los dimes y diretes de la gente acerca de Él. Y habría discípulos de esos que ven más la
botella medio vacía y pudieron responder con esas dudas e incluso aversiones
que se pudieran escuchar sobre Jesús. La mayoría, el grupo de quienes ven la
vida con colores, van respondiendo con eso que han escuchado que siempre
comparan a Jesús con un personaje transcendente: o Elías –gran profeta de
Israel-; Jeremías, gran defensor de la verdad de Dios…, o algún otro profeta. Han entrado en tema y en clima. Y ahora Jesús
entra en directo.
Y
vosotros, ¿quién decís que soy Yo?
Éste era realmente el tema. Le venían siguiendo, pero ¿qué idea tenían
de ese Maestro? Porque hoy tenemos más
que visto la ingente cantidad de “creyentes”
que no tienen ni idea de quién es realmente Jesús y lo que enseña y pide Jesús.
Podría haber sido muy bueno que se expresara Mateo o Natanael, Felipe o Juan...
Me hubiera encantado conocer la versión o “instantánea” que pudiera haber aportado
cada uno. Pero, muy a su estilo, el que
saltó para responder en nombre de todos fue Simón. Y dijo, muy convencido: Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo. Por decirlo así, se
había acabado la cuestión. Nadie podía
añadir nada más.
¿De
dónde sacaba Simón esa respuesta? Si analizáramos,
lo que Simón dijo, sería en él una respuesta de memoria, de un reconocimiento
de algo que ni él mismo sabría explicar.
Pero Jesús sí ha visto claro que allí ha habido una manifestación directa
de Dios. Y responde a Simón: Bienaventurado eres Simón, el puro Simón,
porque lo que has dicho no ha salido ni de los que sabes, ni de los que ves. Te
lo ha revelado mi Padre del Cielo. Por eso yo te digo ahora, por mi parte, que Tú eres PEDRO y sobre esta PIEDRA edificaré
mi Iglesia, y las fuerzas del infierno no podrán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos:
lo que ates o desates en la tierra, quedará atado o desatado en el Cielo.
[NOTA: en el lenguaje semítico eso de atar-desatar equivale a todo el poder que
hay entre los dos extremos. Por eso
tiene ya LAS LLAVES para abrir/cerrar…:
TODO].
La
cosa quedaba redonda, preciosa, emocionante, triunfal. Pero Jesús no juega a fuegos artificiales, y
quiere dejar claro que todo eso anterior está muy bien, pero que Simón –como Simón-
no sabe lo que ha dicho. Y como había
que dejar cada cosa en su sitio, Jesús le expresa lo que es realmente EL
MESÍAS. No es el caudillo guerrero,
liberador del pueblo, a lo Judas Macabeo.
El Mesías tiene que padecer mucho en
Jerusalén, por parte de la clase religiosa –sumos sacerdotes y doctores-, y ser
ejecutado. Y resucitar al tercer día.
Simón
Pedro se frota los ojos como quien se despierta de un mal sueño... No puede
entender lo que está escuchando. Le parece absurdo, impensable. Las miradas de los otros le están incitando a
hablar… Y Simón habla y actúa. Toma a
Jesús en un aparte y le dice seriamente:
No nos des esas bromas. A ti nunca
puede sucederte esto. No lo decía en
tono simple, como punto de cercanía amistosa. Dice el evangelio que “le increpó”. Fue una regañera. [Por supuesto que lo “del tercer día” ni lo
había escuchado ya, porque se había ofuscado con lo primero].
Y
Jesús reaccionó fuerte. Era un tema básico en el que no podía consentir que se
salieran de la línea de la verdad. Por
eso, Mirando ahora Jesús a todos, increpa a Pedro con las más duras palabras: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, que me
haces tropezar. Tú piensas en humano; no como Dios.
Y
el evangelio se corta ahí. No ha querido
el evangelista alterar el silencio sepulcral
que siguió a ese instante. Estaba
disgustado Jesús. Estaba desecho Pedro. No es sólo que le ha llamado “Satanás”,
que es el mayor enemigo de Jesús. Es esa
palabra: “Apártate de mí” la que ha
dejado tiritando a Simón. ¿Cómo podía ya él quedar apartado de Jesús? [Y la verdad: ¿acaso Jesús quería apartar a
Simón Pedro, al que le ha dado el poder pleno?
Por
eso es inmenso el silencio del evangelista al llegar aquí. Porque lo que hace
Mateo es dejarnos la patata caliente en las manos… Ahora somos nosotros los que
hemos de regurgitar este tema… Somos capaces de una fe ciega en Jesús…, pero no
en su verdad, en su plan de vida, en su exigencia. Podemos ser alabados y declarados
dichosos por nuestra fe, pero al mismo tiempo “apartados” por ese nuestro modo
fácil (= “mesiánico”) de creer a nuestra
manera…, de creer “hasta un punto”…, mientras nos escandaliza “Jerusalén”,
donde se va a padecer.
Pienso
que ese silencio que hace Mateo es una tremenda pregunta abierta ante nosotros.
¿Con qué nos quedamos? ¿Hasta dónde llegamos? ¿Qué pretendemos en la ocasión
concreta que estamos llamados a vivir de una nueva evangelización? Y eso no es una palabra: supone todo un cambio
desde las raíces de nuestra vida personal. ¿Quién decimos nosotros que es Jesús-Mesías? La respuesta está por dar en la vida personal.
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