15 agosto: ASUNCIÓN DE MARÍA
Hoy es un día que resuena en la
Iglesia con aires de gran fiesta. Aún antes de que Pío XII proclamara el hecho
como dogma de fe, ya era vox populi y fiesta litúrgica la ASUNCIÓN DE MARÍA EN
CUERPO Y ALMA AL CIELO.
La liturgia desarrolla la idea
con tres lecturas: la primera revela
un portento especial que se desarrolla en el Cielo y en la Tierra. En el Cielo
está LA MUJER (término bíblico muy significativo para expresar a la Mujer asociada
a la Redención. Esa Mujer está vestida de
Sol; la Luna está bajo sus pies, y le orla una corona de 12 estrellas. Todo un portento superior a todo lo humano.
Frente a Ella, ya en la Tierra
se alza el Dragón, serpiente infernal, para hacerle la guerra; primero la
pretensión de mancharla a Ella con su baba de maldad; pero –sobre todo- impedir
que llegue a dar a luz al Hijo de sus entrañas.
En esa guerra –nos muestra el libro del Apocalipsis- interviene el poder
de Dios para arrebatar al Hijo al Cielo, y San Miguel para luchar contra el
Dragón en la Tierra. El Dragón es derrotado y en el Cielo se oye una gran voz: ya llega la victoria, el poder y el
reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías. Todo irá hoy en un sentido traslaticio hacia
María, que es el propio canto de alabanza a Dios que se ha verificado en esa maravilla
de la Mujer que es liberada y llevada al Cielo.
La segunda lectura nos lleva al inicio de ese camino: la Resurrección
de Jesucristo, que abre camino a la resurrección de todos los demás, cada uno por su orden (dice Pablo). El primero fue Jesús y después quien más asociada
estaba a esa obra salvadora de Jesús. Sin nombrarse a María (que no era el
objeto ni el momento del raciocinio del Apóstol), la liturgia ve evidente que por su orden, la primera es Ella. Cristo tiene que reinar…, y el último
enemigo aniquilado es la muerte. De
ahí que María –como símbolo esencial de esa victoria sobre la muerte- sea llevada
al Cielo en cuerpo y alma, antes del momento final.
María reconoce –Evangelio- la inmensa maravilla que
Dios ha realizado en Ella y prorrumpe en un himno de alabanza a Dios, porque puso los ojos en la esclava…, porque escogió
al débil y al pobre…, porque hizo en Ella maravillas.
La Liturgia ha expresado así los
aires de fiesta para este día…, para ese gozo hondo del creyente que halla así
elevada a la Virgen Santa.
Cuando Pio XII declaró el dogma
para toda la cristiandad, expresó la ayuda que debería llevar consigo esa
mirada a la Virgen que SUBE. Bien sabemos que no se trata de que el Cielo sea
un espacio “arriba”, pero todos tenemos asociada la mirada hacia arriba a una
elevación del pensamiento. Y cuando el mundo camina mirando a la tierra, como
los irracionales de cuatro patas, es menester ofrecerle una imagen que se eleva…
A ver si así –con ese imán que atrae hacia arriba- se eleva el pensamiento de
la humanidad.
El mundo camina con el sentido puesto
en el dinero y el poder. Eso se constituye en la razón de hacer y actuar. No
importan los medios ni se detiene ante principios éticos ni morales, ni sociales. El sexo, como comercio, como explotación,
como cebo, es la moneda de cambio para alcanzar objetivos mafiosos de
aplastamiento humano para ventajas económicas de los promotores. No hay frontera, no hay límite. Y lo terrible
es que el mismo procedimiento vale para destruir Estados, manipularlos,
someterlos, colonizarlos…; para destruir economías autóctonas…, para explotar
personas (–incluso niños-, el objetivo más indefenso)… Todo un mundo que repta
en el lodazal de las pasiones humanas desbocadas.
A levantar la mirada, a establecer
en el corazón un movimiento ascendente que se despegue de tanta zafiedad, la Virgen María, llevada al Cielo en cuerpo y
alma en las alas de los ángeles, nos atrae la atención hacia arriba. ¡Falta hace!
Porque cuando un mundo pierde la mirada que le une a sus valores humanos
-siquiera humanos- también pierde su dimensión racional…, su esencia
espiritual. Sea María llevada al Cielo
un fuerte imán que nos atraiga hacia esas alturas que nos dignifican.
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