13 agosto. HACERSE COMO NIÑOS
El evangelio de hoy ha unido dos
textos [Mt. 18, 1-5; 10, 12-14] que en otros evangelistas van por separado, y
que pueden unirse en razón del último versículo que hace referencia a los pequeñuelos. Que ese término se identifique en Jesús con
la expresión “ser como niños” no es
cosa que yo afirme o niegue. Pero ahí
está, y en realidad no afecta directamente a mi comentario.
Partimos de esa pregunta de los
apóstoles: ¿Quién es el más grande en el
Reino de los Cielos…?, esa obsesión repetida de diferentes formas por aquellos
hombres que pensaban tan en humano.
Jesús opta por “crear” una
parábola viva tomando a un niño, poniéndolo en medio, y diciéndoles: Os digo que si no os hacéis como niños, no
entraréis en el Reino de los cielos. [Tengamos en cuenta que “reino de los cielos” no se refiere al
Cielo sino al seguimiento de Jesús aquí en la tierra]. Por otra parte “hacerse como niños” no es
infantilizarse; y hasta habría que decir “como los niños de antes”].
Ante aquellos apóstoles tan
metidos en sus pensamientos de “ser más”, Jesús les opone “ser como niños”. El niño es sencillo, simple en su modo de ver
–simple ver-, sin malicia, sin suspicacia, sin pretensiones de ser más o
aparecer más. El niño es dúctil,
maleable, crédulo… “Lo ha dicho mi padre” y eso es determinante, definitivo. Se
encapricha en bien o en “mal” en un determinado
momento, y se le pasa al momento siguiente cuando le presentan otro objeto
que le atrae su interés.
No pretende Jesús que “hacerse
como niños” sea vivir infantilizados ni irresponsables. El adulto tiene que
tener la madurez de adulto a la par que la simplicidad del niño: no tener
malicia, no hacer juicios de valor, vivir el momento presente a tope y no andar
pensando o preocupándose por el mañana.
Ni “mayor”, ni “menor”, ni recelos ni aspectos comparativos: el niño
sabe vivir gozosamente este presente que tiene ahí delante, aunque sea una
simple figurilla de cartón.
Y a esa realidad de lo sencillo
sin malicia, madurado con los años y el sentido de la responsabilidad es a la
que nos exhorta Jesús. Es, como si dijéramos, evocar su propia infancia feliz,
niño pero con la madurez propia de su edad correspondiente. Y luego joven y adulto, pero sabiendo ser tan
sencillo y tan responsable.
Todo eso está diciendo que el reino de los cielos -esa nueva realidad
que trae Jesús- requiere distanciarse de tantas posturas adquiridas, de tantas
seguridades, de tanto “mercadeo” de lo “religioso”, de esas seguridades que no
dejan lugar a SABER DUDAR para poder abrir cauces a una verdad más completa…, a
una sinceridad más radical…, sin el afincamiento de cada uno en su propia
posición. El día que el Evangelio no sea
“un libro de meditación” sino una llamada personal, una exigencia, un estreno,
un vuelco en lo hondo del corazón…, estaremos en esa línea que nos está marcando
el actual Obispo de Roma, que
revoluciona desde la sencillez y la vuelta a la originalidad de la vida
cristiana.
Lo estamos admirando, nos está
ganando… Pero ¿hasta qué punto nos está
llevando a cuestionarnos nuestra personal actitud para entrar en esa dinámica
distinta que se viva desde la simplicidad y sencillez de niños no aniñados…, de cristianos
maduros que afrontan una nueva era?
Eso no es cuestión de palabras, ni vamos a decir que se resuelve de la
noche a la mañana. Pero el secreto está
en ser capaces de ser como niños…, de
vivir la ilusión que les llega en cada instante. Y estar así abiertos a la sorpresa
que luego puede surgir.
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