Liturgia
Ha finalizado el Tiempo Pascual, que se ha extendido desde
el domingo de Resurrección hasta la fiesta de Pentecostés. Y entramos en el
amplio espacio de “Tiempo Ordinario”, que este año corresponde al “ciclo impar”
(por estar en año impar: 2017). Tuvimos una primera parte de este ciclo una vez
pasado el ciclo de la Navidad y hasta el Miércoles de Ceniza: 8 semanas que
este año nos dieron una primera parte de este ciclo. Ahora se retoma a partir
de la semana 9ª, de la que nos llegan dos relatos que vamos a comentar.
El primero, del libro de Tobías (1, 1-9), “una novela
ejemplar” para presentarnos las bondades y nobleza que se requieren en el reino
de Dios. Tobías está preparado para una comida festiva en su casa y, cuando
todo está preparado, piensa que puede haber algún pobre que no tiene comida ese
día, y envía a su hijo a la plaza para que se traiga a algún indigente que
participe del banquete familiar.
Pero cuando regresa el hijo trae la mala noticia de que han
asesinado a un correligionario y han dejado el cadáver tirado en la calle.
Tobías se levanta de la mesa y se va a recoger el cadáver, esconderlo hasta que
llegue la noche y pueda enterrarlo sin sospecha. Ya había tenido problema por
un hecho semejante en otra ocasión.
Pero Tobías, que miraba a Dios más que a las leyes del rey
y a su propio peligro, seguía haciendo aquella labor humanitaria. Después de
enterrar a aquel cadáver, se lavó, se purificó de haber tocado un cadáver y se
puso a comer, apenado y desazonado.
Tenemos, pues un ejemplo de hombre noble de corazón,
consecuente con sus convicciones religiosas, aun a costa de un posible castigo.
Nos podrá parecer un hombre que se mete donde no lo llaman o una persona que
afronta su propia convicción religiosa hasta las últimas consecuencias. En
realidad está en ese punto del que entiende la religión como parte de su propia
vida y no como un añadido que se toma o se deja a discreción.
No nos deja lejos de lo que es la verdadera adoración a
Dios y de lo que encierra el culto al Sagrado Corazón. Es la ley del “todo o
nada”, que han entendido así los verdaderos devotos del Corazón de Cristo, y
hacia cuya actitud debemos caminar nosotros.
El evangelio está tomado de San Marcos (12, 1-12) y es una
parábola que Jesús cuenta a los sacerdotes y a los doctores de la ley y a los
senadores. Una parábola muy querida porque reproduce a Isaías, con la viña
custodiada por una verja, con su propio lagar para obtener el vino, y la torre
de vigilancia para que todo quede a buen seguro. Una imagen que llevaban todos
ellos muy en su imaginación como el “recinto” de Dios: su Pueblo.
Jesús cuenta que el dueño la arrendó a unos labradores que
debían rendir a su tiempo el fruto correspondiente. Pero ocurrió que cuando
llegó ese momento y les envió unos criados para cobrar el arrendamiento, los
maltrataron y los despidieron con las manos vacías. Ya aquella injusticia
produce malestar en los oyentes.
El dueño envía nuevos criados, y no se limitan a
maltratarlos sino que los descalabran e hieren. Y a una tercera embajada en la
que acaban matando a los emisarios. La indignación que producen estos hechos va
creciendo en los oyentes, que no llegan a comprender cómo el dueño de la viña
no toma represalias fuertes contra aquellos malos arrendatarios.
Jesús riza el rizo y pone una nueva embajada; esta vez es
su propio hijo, pensando que a él lo respetarán. Pero el resultado es que lo
sacan de la viña y lo matan también, pensando que ahora –ya sin herederos del
dueño- la viña acaba pasando a su propiedad.
Y en el colmo de la indignación por tanta tropelía, Jesús
pregunta para que ellos respondan: ¿Qué
hará con aquellos labradores el dueño de la viña? Otro evangelista deja que
sean los sacerdotes y doctores los que respondan. Marcos pone a Jesús mismo
dando la sentencia: Acabará con ellos y
arrendará la viña a otros. ¿No habéis oído que la piedra que desecharon los
arquitectos vino a ser la piedra angular? Y aquí es donde los oyentes se
dan cuenta que la parábola los ha reflejado a ellos, y precisamente están dispuestos
a llevarla a cabo: Intentaron echarle
mano pero temieron a la gente, y se marcharon.
Jesús nos cuenta la parábola a nosotros. A nosotros nos toca
traducirla a nuestra cuenta particular. Ante el Corazón de Cristo nos toca
sacar las consecuencias de esa viña nuestra que debe rendir sus frutos a su
debido tiempo.
Con demasíada frecuencia nos olvidamos que somos enviados de Dios a trabajar en su Campo- Reino de Dios. Se nos antoja que somos los amos, pero ni el tiempo ni las cosas nos pertenecen. Los cristianos somos administradores y tenemos que rendir cuentas al Amo. Actuamos como siervos del Evangelio cuando no reconocemos a Cristo en los hermanos o cuando creemos que nuestro tiempo es muy valioso y nos resistimos a perderlo escuchando a alguien que se nos antoja que es un "pesado"...
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