Novena al
Sagrado Corazón, día 3º
Habiendo
presentado a Dios, en su misericordia y en su realidad de Dios alegre y
jubiloso que provoca en nosotros el regocijo y el gozo, vamos a contraponer hoy
una realidad tan contraria como el sufrimiento y el dolor. 1 Co 1, 18-25 nos
pone en claro que la cruz, para los no creyentes es una insensatez, una necedad. Para los
creyentes, la cruz es la sabiduría de
Dios y la fuerza de Dios.
De
la fiesta del Corpus –que ya celebramos en estas vísperas- tomamos Heb. 9, 11-15 donde se nos afirma que no es la sangre de becerros o sacrificios
humanos la que puede salvarnos, sino la sangre misma de Jesucristo, que se
ofrece como sacrificio para purificarnos
de nuestros pecados, en una alianza nueva. El pecado –búsqueda de la falsa felicidad- es
el que ha traído el sufrimiento, el dolor y la muerte, puesto que de las manos
de Dios –en la Creación- salió un proyecto de felicidad. Se ha producido un
choque frontal entre el proyecto de Dios, que era alegría y amor
misericordioso, y la realidad de la rebeldía del hombre que ha roto el plan
primitivo de Dios. El pecado rompe la armonía y crea el sufrimiento, el dolor…,
el nuevo pecado que va avanzando como un reguero de muerte…, la muerte en
definitiva.
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La
sabiduría humana no entiende ni puede entender del sufrimiento: lo considera un
sin sentido. Para el que confiesa a Cristo crucificado
y sacrificado, hay una sabiduría que da
fuerza y señala destino, porque Jesús se entregó en sacrificio para salvar y
liberar POR AMOR. El escandaloso “problema del mal” no puede ni mirarse si sólo
partimos de la sabiduría humana, pero adquiere sentido liberador cuando paramos
nuestra mirada en Jesucristo, y en Jesucristo crucificado. Con razón, Pablo no
quiere tener otra ciencia ni saber otra cosa que a Jesucristo, y éste crucificado, porque sin él no puede tener
respuesta a todos los infortunios que le tocó vivir en su vida.
Aquí
entra de lleno lo que ya he escrito en el Boletín de Junio: no quiere Pablo
saber otra cosa que a Cristo crucificado, pero al mismo tiempo describe la anchura, la altura, la profundidad del
amor de Cristo, que es estar diciendo que no se puede entender al
crucificado sin Corazón. Y para enfocarlo desde nuestra mirada, no podemos
entender qué es y quién es el CORAZÓN DE JESÚS sino desde la mirada que
pongamos desde nuestro propio corazón. El que no ama y no sabe amar, no
entiende el amor. He conocido personas que me han afirmado que ellos nunca han
amado a nadie en la vida (y uno que me lo dijo era casado y tenía hijos). Y se
queda uno perplejo cómo se puede vivir la vida sin amar y sin saber amar. Es
natural que esos tales no podrán comprender nunca a Cristo crucificado, y por
tanto no podrán ni vislumbrar qué y quién es EL CORAZÓN DE JESÚS.
El
padecimiento humano es siempre duro y no deseable (salvo esas almas
excepcionales que querían padecer para mostrar el amor). No llego ahí ni estoy
en la línea de amar el sufrimiento. Pero sí estoy en la línea de amar a mis
semejantes, y en el foco central del tema, AMAR A JESUCRISTO. Y desde ahí se me
hace posible aceptar el sufrimiento sin sufrir escándalo ni desesperarme ante
él. Voy acogiendo con paz las carencias paulatinas que trae consigo la edad, o
que provienen de la comunicación con las personas. Me duele el mal que hay en la
vida, el mal que brota de los malos corazones. Pero estoy apegado como una lapa
al Corazón de Jesucristo, y me abrazo a mi Crucifijo, y con esa única realidad
(porque Crucificado y Corazón de Jesús no pueden separarse) camino hacia
adelante y trato de ayudar a tantas personas sufrientes que pululan por
nuestras calles y domicilios.
Y
no digamos lo que es el dolor moral de una sociedad que se ha alejado de Dios,
y donde el pecado se ha hecho “natural” y ha tomado carta de ciudadanía, como
si vivir fuera del orden moral fuera el progreso y la libertad del hombre
moderno.
Aquí
se entiende perfectamente al Corazón de Jesús, porque Corazón es Amor, y amor
sacrificado (para ser de mayor evidencia y garantía). Desde el amor, la mirada
al Corazón de Jesús ayuda a superar nuestro pecado, nuestro sufrimiento (el
Corazón de Jesús es quien salva), y que así demos el paso a la respuesta de amor con amor.
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