Liturgia
Nos han lavado la mente de tal manera que hoy apenas se
pueden tocar temas de total actualidad (y que aplastan valores esencialmente
religiosos) sin que contra el osado que lo haga no recaiga una acusación de
“hablar de política”, atacar la “libertad de expresión”, “no respetar las ideas
del prójimo”, “tener ideas antiguas”, “ser un extremista”…, etc. Y el hecho
real es que han conseguido su objetivo de mantenernos callados por ese temor de
ser tildados y menospreciados. Y ahí estamos sufriendo el aplastamiento de
nuestros valores cristianos, sin poder levantar la voz.
En una tertulia de televisión, todos opinan a su manera
pero en cuanto surge la persona que pretende poner un valor sobre la mesa, no
se le deja hablar y se le echan encima para que no pueda expresar su tesis.
Y somos conscientes de que ese fenómeno nos está sucediendo
incluso en la familia, sobre todo con las generaciones más nuevas (pero no sólo
con ellas), y ahí tenemos silenciados a quienes mantienen unos principios y
tienen la cabeza muy sobre los hombros.
Pues bien: el evangelio de hoy (Mt 10, 26-33) es muy claro.
Jesucristo avisa a sus apóstoles: No
tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a
descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de
noche, decidlo a pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde las
azoteas. No tengáis miedo a los que
pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma. ¡Difícil, Jesús
mío, en los momentos en que estamos! ¿A ver quién puede hoy opinar y expresar
algo sobre el hiperbólico “orgullo”,
sobre el aborto, sobre las provocaciones carnavalescas, sobre profanaciones de lugares sagrados, sobre
tantos temas humanos que están sobre el tapete de la vida, y que por tanto lo
mismo pertenecen al ámbito de lo cívico como al de lo moral, al de la vida
privada como a los principios de la religión católica?
Nos queda la palabra de Jesús de que todo eso saldrá a la
luz y pregonado desde las azoteas, pero mientras tanto, vivimos atemorizados y
acallados, con el cuerpo intacto pero con el alma partida.
Dice Jesús que no tengamos miedo a los que no pueden matar
el alma, pero la realidad es que vivimos como zombis sin voz ni voto, y que
hasta el alma nos la están cociendo a fuego lento y que muchas personas –de las
que quieren mantenerse fieles- ya no saben siquiera qué es verdad y qué es
mentira.
Tenéis que temer a
quien puede destruir con el fuego alma y cuerpo. Yo he defendido siempre
que eso no se refiere a Dios, porque no encaja en absoluto con el contexto que
sigue. Mientras somos acosados por las redes del mal –que sí pueden ir
destruyendo alma y cuerpo (conforme a lo dicho)-, queda una seguridad en la fe
del verdadero creyente, y es que no cae
un cabello de la cabeza sin que lo disponga Dios. Y Dios, por su parte, es
el que cuida hasta de los gorriones ¡Cuánto más de nosotros! Lo que se está
pidiendo es una fe que traslade montañas, porque lo que estamos experimentando
va en el sentido contrario.
Y afirma Jesús –y ahí está la clave- que si uno se pone de su parte ante los hombres,
también él se pondrá de parte de ellos ante el Padre del Cielo. Nos pone
entre la espada y la pared. No tenemos que entrar en pelea con los que piensan
y actúan al revés, pero nosotros tenemos que conservar y mantener la verdad
evangélica. No discutimos pero no aceptamos comulgar con ruedas de molino, ni
ante los particulares ni ante los políticos, ni ante los familiares que nos
tildan de ignorantes. Sigan ellos su camino, pero nosotros nos ponemos de parte
de Jesucristo y de su evangelio, sin temores ni achicamientos.
Es muy expresiva la 1ª lectura (Jer 20,10-13) en que se
pone a las claras el procedimiento de los malvados en su intento de apabullar
al justo. Pero es muy clara la postura del profeta que recurre en oración a
Dios –que examina al justo y sondea lo
íntimo del corazón- para poder ver finalmente la victoria de la verdad
sobre la mentira, de la bondad sobre la malicia. Para acabar con un canto de
victoria y de alabanza a Dios porque libró la vida del pobre de las manos
del impío.
Dios Padre, que cuidas de nuestros cabellos y de los mismos
gorriones, sal con tu poder a favor de tu Iglesia.
-
Que no temamos a tantos que intentan silenciarnos. Roguemos al Señor.
-
Que tengamos valor para mantener firmes los principios cristianos. Roguemos al Señor.
-
Que sobrellevemos con valor y firmeza a quienes pretenden anularnos el
alma. Roguemos al Señor.
-
Que des tus fuerzas a tantos hermanos nuestros a quienes le están
quitando la vida del cuerpo. Roguemos al
Señor.
Señor, Dios
nuestro, que conoces lo íntimo de nuestro corazón: ayúdanos frente a los
enemigos y haz que podamos alabar tu Nombre, que se cuida de los pequeños.
Por Jesucristo N.S.
Pues, sigamos levantando la voz: ¡Adelante!. No nos callaran.
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