Novena al
Sagrado Corazón, día 7º
LOS SIGNOS CONDUCEN A LO QUE SIGNIFICAN
La liturgia y la
“paraliturgia” (todo aquello que se utiliza con signos religiosos), deben
sernos útiles en tanto en cuanto que nos conduzcan a LO SIGNIFICADO; es decir:
por sí mismos no tienen más que un cierto valor afectivo, devocional…, pero
tienen el riesgo de quedarnos en ellos (sobre todo en la piedad más popular).
Pero no debemos atenernos a los símbolos.
Hoy día, por una influencia sudamericana, estamos buscando “bendiciones” a todo
símbolo religioso. Nunca se han bendecido las estampas ni esa serie de pequeñas
cosas que acompañan el sentido religioso del pueblo sencillo. Lo que hay que
preguntarse es si tales bendiciones cambian en algo el proceder de las personas
que han solicitado la bendición.
Los signos son para interpretarlos:
sugieren, interpretan, significan, conducen…, a algo que está más al
fondo. Medallas, “detentes”,
escapularios, apuntan a lo que quieren conducir y llevar. Una medalla ha sido
siempre como una “foto” de lo que representa, y se ha utilizado como recuerdo y
protección. Un “detente” es el deseo de detener al pecado y al mal, poniendo
como protección al Corazón de Jesús. Pero no es un amuleto ni puede permitir
que la persona viva una vida al margen del “detente” que lleva colgado o en la
cartera. Un escapulario es un “hábito”: representa una vestimenta que indica
qué vida de seguimiento hace uno, acorde con tal escapulario. Revestirse del
escapulario del Sagrado Corazón es mucho más que echarse por los hombros un
símbolo de quita y pon. Y así lo podemos decir de los llaveros y los pink y
cualquier otro medio de recordatorio de sentido religioso.
La
imagen del Corazón de Jesús es un “signo”. Representado de una u otra forma,
siempre es la imagen de Jesucristo con algunas connotaciones significativas: el
brazo extendido hacia adelante expresa una protección sobre el pueblo. El
corazón fuera del pecho nos indica que su amor no se queda dentro: es tan
fuerte que sale hacia afuera. Diríamos en un lenguaje muy expresivo que
“explota” hacia el exterior. Y explota con los atributos más fuertes de su
pasión redentora: la corona de espinas que lo circunda, la cruz que lo corona,
la llaga que lo muestra en el exceso de su amor; las llamas, que son un símbolo
del amor que arde en su corazón. Y si nos vamos a la representación más moderna
del “Cristo de la misericordia”, los rayos blanco y rojo expresan el agua del
bautismo y la sangre de la Eucaristía.
Ahora
bien: el contenido que debe quedar bajo todos esos signos es el amor desbordante de Jesús, en las dos
direcciones: al Padre; a la humanidad (nosotros). La clave de la interpretación es, pues EL
AMOR. Y es el amor de Cristo, y es el amor nuestro desde lo más hondo, también
en las dos direcciones que Él ama. ¡En las dos direcciones! No nos quedamos en
los signos espirituales, devotos, piadosos. Nos proyectan a nuestra manera de
AMAR, y de un amor que da la vida por la persona amada. Un “dar la vida” que no
está en la muerte sino en la salida de sí mismo y de los propios gustos y
comodidades para abrirse al hermano que me necesita. Un “dar la vida” en el
poco a poco, en el detalle que HOY se me presenta, en la necesidad que HOY
tiene ese otro que tengo junto a mí, y que –como Cristo nos enseña- no es sólo
el “amigo” sino también el “enemigo”. Es el signo de ese “sol mío” o “lluvia
mía” que sale y cae en el día de hoy sobre justos e injustos, agradables y
desagradables, los de mis ideas y los de las ideas contrarias. El brazo
extendido del Corazón de Jesús permanece extendido sobre todos y no se retrae
ante los blasfemos y pecadores.
Lo
que no tiene sentido es la costumbre –repetida cada año- de muchas gentes que
compran la medalla del Apostolado de la Oración para que se les imponga en la
novena, y luego nunca más se supo de ellos. Han adquirido un amuleto religioso
más para la “colección espiritual”, pero ¿qué efectos concretos y prácticos
tiene esa medalla o ese pink, o ese escapulario en la vida de búsqueda de la perfección
a la que nos llama Jesucristo en el evangelio?
El “Sed perfectos como vuestro Padre celestial
es perfecto” es una llamada que no está en lo imposible. Dios es perfecto
como Dios porque a Dios no le sobra ni le falta nada. Nosotros hemos de ir a la
búsqueda de nuestra perfección que
supone una parte que “desmochar” en nosotros (porque nos sobra), y una parte
que añadir en nosotros (porque nos falta) para ir haciendo una figura más
cercana a esa perfección humana y espiritual… La perfección de Dios es algo que
ES PLENO. La nuestra es algo que se está haciendo…, que necesita irse haciendo.
Y eso deberá traspasar los símbolos para hacer realidades que se vayan notando
en nosotros. Y esa es labor de la vida. El signo nos lo recuerda. La realidad
tiene que estarse haciendo cada día. Los
signos conducen a lo que significan.
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