LITURGIA Problemas de electrónica impidieron que saliera a su hora
Concluye el libro de
Tobías como una película americana en que todo acaba bien. [Tob 12,1. 5-15.
20]: Tobit, el padre ha recobrado al vista, se ha cobrado la deuda, Tobías, el
hijo, ha traído a Sara como esposa, y Sara ha podido tener matrimonio, después
de los fracasados maridos que se le habían muerto. Y la explicación es que
Sara estaba destinada a Tobías y por eso
no le cuajaron los anteriores. Se quiere hacer una afirmación sobre los planes
de Dios, que tenía dedicada a Sara para Tobías y por eso ninguno otro podía ser
su marido. De ahí las reticencias de Ragüel, el padre de Sara para dar a su
hija en matrimonio a Tobías, por el temor de que éste también muriera. Todo ha
acabado bien. Y Tobit quiere pagar a Rafael, el misterioso acompañante de
Tobías, por tantos favores y protección sobre su hijo, pero Rafael no admite
nada, y se declara como uno de los siete espíritus que sirven ante el trono de
Dios. Hace una alabanza a Tobías por sus buenas obras, y le hace partícipe de
su secreto: han sido todas esas buenas obras las que Dios premia, aunque por
medio ha tenido la prueba de su ceguera. Pero aquel riesgo que había corrido
Tobías enterrando a los cadáveres de los asesinados, no ha quedado sin
recompensa.
No admite paga por su
acompañamiento a Tobías sino que les exhorta a alabar a Dios. Todo el
agradecimiento debe ir a parar a Dios por sus obras maravillosas.
El evangelio de Marcos
(12, 38-44) tiene dos partes, aunque el argumento es uno. Se contraponen la
ostentación de los fariseos y gentes de poder y la viuda que no tiene más que
una monedita. Jesús avisa sobre los letrados, llenos de ropaje y apariencias,
que buscan los asientos de honor en las sinagogas y ser los primeros en los
banquetes. Peor aún: se valen de argucias para aprovecharse de los bienes de
las viudas, a quienes les prometen oraciones a cambio de ese dinero.
Evidentemente la sentencia contra ellos va a ser más rigurosa porque tienen
muchas más capacidades para desenvolverse y mucho más dinero para vivir bien.
La contraposición está
en aquella pobre viuda que no tiene más que un ochavo para vivir aquel día, y
sin embargo, sin aspavientos los echa en el cepillo del templo. Y Jesús, que
había visto sin inmutarse (y casi con indignación) la ostentación de los ricos
en echar sus amplias limosnas de forma llamativa para ser vistos por la gente,
viene a llamar la tención de sus apóstoles ante la monedita de la pobre viuda,
¡que esa sí le ha llegado al corazón! Porque los demás echan de lo que les
sobra (¡y todavía les sobra más la soberbia!), mientras que la pobre mujer ha
echado lo poco que tenía para sus sustento de aquel día. ¡Eso sí es un don! Eso
sí es un corazón abierto a la causa de Dios, representada en las limosnas del
templo. Y en aquel detalle debían fijarse los apóstoles y no deslumbrarse ante
las donaciones de los potentados, aunque aquello sonara más y aparentara más.
Yo acabo de regresar
de un Retiro (“ejercicios espirituales”) de 3 días a un grupo de Señoras, del
grupo de “mujeres” del Movimiento apostólico familiar “San Juan de Ávila.
Personas que se distinguen por su sencillez, su afán de colaboración, su
participación activa, desde lo que es la parte litúrgica a lo que llega a ser
más llamativo, aquellos matrimonios que se han venido a encargarse de la cocina
y del fregado del menaje, y todo eso vivido con una simplicidad notoria en
recíprocos servicios de una verdadera Comunidad de personas. Y se me viene a la
mente la moneda de la viuda, una mujer sin nombre pero de corazón grande. Y es
que los hechos pequeños adquieren un valor extraordinario cuando se hacen con
espíritu de servicio como quien no hace la cosa, como si apenas tuviera
importancia. Me ha llamado la atención el silencio en el comedor (así se avisó
desde el primer momento por ellas mismas), y en las dependencias de la casa, el
estar cada cual en su puesto, aunque sea la cosa tan sencilla de bendecir la
mesa. La atención prestada, las notas para luego tener ideas sobre las que
meditar, y muchos etcéteras pequeños, que acaban haciéndose grandes. Realmente
de los que se hacen como niños es el reino de los cielos.
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