El papa Francisco ha celebrado esta tarde, en la Basílica
Vaticana, la celebración eucarística con ocasión de la fiesta litúrgica de la
Virgen de Guadalupe. Como no podía ser de otra manera, la imagen de la
“morenita” estaba presente en el altar. Además, muy cerca ondeaban banderas de
todo América Latina. Es el tercer año consecutivo en el que el Santo Padre
preside en San Pedro la misa en honor a la patrona de toda América.
Así, en la homilía, el Papa ha advertido qué difícil es
presumir de la sociedad del bienestar “cuando vemos que nuestro querido
continente americano se ha acostumbrado a ver a miles y miles de niños y
jóvenes en situación de calle que mendigan y duermen en las estaciones de
trenes, del subte o donde encuentren lugar”. Niños y jóvenes –ha condenado–
explotados en trabajos clandestinos u obligados a conseguir alguna moneda en el
cruce de las avenidas limpiando los parabrisas de nuestros autos…, y sienten
que en el “tren de la vida” no hay lugar para ellos. Al mismo tiempo, el Santo
Padre ha observado cuántas familias van quedando marcadas por “el dolor al ver
a sus hijos víctimas de los mercaderes de la muerte”. Qué duro, ha lamentado
el Papa, es ver cómo hemos normalizado la exclusión de nuestros ancianos
obligándolos a vivir en la soledad, simplemente porque no generan
productividad; o ver la situación precaria que afecta la dignidad de muchas
mujeres. Algunas, tal y como ha indicado el Papa, “desde niñas y adolescentes,
son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa”.
Son situaciones, ha reconocido, que nos pueden paralizar, que
pueden poner en duda nuestra fe y especialmente nuestra esperanza, nuestra
manera de mirar y encarar el futuro. Frente a todas estas situaciones, el
Santo Padre ha invitado a decir con Isabel: “Feliz de ti por haber creído”, y
aprender “de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a
nuestra Madre”.
Por otro lado, el Santo Padre también ha explicado que
Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de
otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría, ha
recordado el Papa en la homilía. De este modo, ha explicado que la escena
evangélica lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: “cuando Dios
sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas”, “pone en movimiento lo
que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición”.
Cuando Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de
aquellos que se sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de
su pueblo. Así lo vemos en María, “la primera discípula y misionera”. Así
lo hizo también en 1531: “corrió al Tepeyac para servir y acompañar a ese
Pueblo que estaba gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de
todos nuestros pueblos”, ha precisado el Pontífice.
María –ha asegurado el Papa– es así icono del discípulo, de
la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar nuestra fe y nuestra
esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar. También ha
subrayado que tenemos que aprender de esa “fe recia y servicial” que la
caracteriza.
El Pontífice, ha indicado que la sociedad que estamos
construyendo para nuestros hijos está cada vez más marcada por “los signos de
la división y fragmentación”, dejando “fuera de juego a muchos”,
especialmente a aquellos a los que “se les hace difícil alcanzar los mínimos
para llevar adelante su vida con dignidad”. En esta línea ha advertido de que
se trata “una sociedad que le gusta jactarse de sus avances científicos y
tecnológicos”, pero que “se ha vuelto cegatona e insensible frente a miles de
rostros que se van quedando por el camino, excluidos por el orgullo que ciega
de unos pocos”. Una sociedad que “termina instalando una cultura de la
desilusión, el desencanto y la frustración en muchísimos de nuestros
hermanos”, e inclusive “de angustia”.
Celebrar a María es hacer memoria “de la madre”, “de que no
somos ni seremos nunca un pueblo huérfano”. Y donde está la madre “hay
siempre presencia y sabor a hogar”, “los hermanos se podrán pelear pero
siempre triunfará el sentido de unidad”, “no faltará la lucha a favor de la
fraternidad”.
Al respecto, Francisco ha reconocido que siempre le ha
impresionado ver, en distintos pueblos de América Latina, “esas madres
luchadoras que, a menudo ellas solas, logran sacar adelante a sus hijos”. Mirar
la Guadalupana — ha explicado el Papa– es recordar que la visita del Señor
pasa siempre por medio de aquellos que logran hacer carne su Palabra, que
buscan encarnar la vida de Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de
su misericordia.
Celebrar la memoria de María “es celebrar que nosotros, al
igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con
su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos
gestos”. Su presencia –ha indicado Francisco– nos lleva a la reconciliación,
dando fuerza “para generar lazos en nuestra bendita tierra latinoamericana”,
diciéndole “sí” a la vida y “no” a todo tipo de indiferencia, de exclusión,
de descarte de pueblos o personas.
Finalmente, el Santo Padre
ha invitado a no tener miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada.
María –ha asegurado el Papa– es así icono del discípulo, de la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar nuestra fe y nuestra esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar. También ha subrayado que tenemos que aprender de esa “fe recia y servicial” que la caracteriza.
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