Liturgia
Resulta difícil decir algo nuevo cuando en la “historia”
que voy narrando a través del adviento, los detalles que se pueden imaginar ya
han quedado desmenuzados.
Recordando el texto de Lc. 1, 39-45, María se puso en camino desde Nazaret, y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de
Judá. Vale poner acento en ese detalle: “a prisa”, “presurosa”… María no
dejó mucho tiempo entre el anuncio recibido y su marcha a la casa de Zacarías e
Isabel. Si había de ir –y eso para ella estuvo claro- debía hacerlo pronto, tan
pronto como le permitiera dejar resueltos sus puntos esenciales, como era el
tema de José.
Cuando llegó y pudo dar con la casa de Zacarías, entró y saludó a Isabel. Y lo que podía
haber sido un encuentro familiar normal, se convirtió en una revelación de Dios
a Isabel que, en cuanto oyó el saludo de
María, saltó la criatura en su vientre, se llenó Isabel del Espíritu Santo y
dijo a gritos: ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre!’.
Isabel se admiraba de que a ella fuera a verla la madre de
su Señor, y alabó a María otra vez: Dichosa
tú que has creído.
A esas alabanzas contribuye también la 1ª lectura del
profeta Sofonías (3, 14-18): Regocíjate,
hija de Sión, y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor en medio de ti será
el rey de Israel, y ya no temerás. Él se goza y se complace en ti, te ama y se
alegra con júbilo como en día de fiesta.
Puede también tomarse como 1ª lectura un párrafo del
libro del Cantar de los Cantares (2, 8-14) en que se hace una descripción poética
del Amado, que ronda la casa de su enamorada, a la que encuentra y alaba con
palabras dulces y amorosas: Levántate,
amada mía, hermosa mía, paloma mía: déjame ver tu figura, déjame oír tu voz; tu
voz es dulce, tu figura es hermosa.
Sería la misma alabanza de Isabel pero en términos
propios del libro del amor que hay en la Sagrada Escritura.
EL REGRESO DE MARÍA A NAZARET
Para María era
mucho más aquel regreso. Y no mucho más porque era el regreso a casa, sino
porque ahora será su boda e irá a casa de José. Y pienso que sería muy seráfico
imaginar que María ya se sabe de antemano lo que eso vaya a ser. Están por ver
los planes de Dios, los planteamientos de aquella boda, el futuro que supondría
en una pareja hebrea. Interrogantes los
había a puñados. Y junto a cada uno de ellos, una respuesta muy clara: “Dios
dirá”.
La llegada de la
caravana a la encrucijada del camino de Nazaret se realizó al cabo de varios
días, cuando ya había habido esa sintonía entre los componentes de la misma, a
través de varias jornadas. Y aunque María se mantenía en el círculo femenino,
su finura grácil, su alegría juvenil contagiosa, su servicialidad, su
naturalidad…, eran más que apreciadas por todos. De ahí que la parada de la
caravana en el punto convenido tuviera emoción, gratitud, nostalgia, gozo, y su
poquito de pena. María, aquella muchacha antes tan desconocida por todos, hoy
era familiar. Y dejar ya en el camino y en la despedida –seguramente para no
encontrase más-, les resultó a todos más sensible. María tuvo con ellos esos
gestos suyos tan delicados y agraciados. A más de una de las compañeras de
viaje, le había quedado dentro algo. El encuentro con María no había quedado
estéril en el sentir de muchas.
Por su parte,
María tenía un impulso profundo en salir hacia Joaquín, su padre, y unirse a él
en gesto filial y reverente. Y, luego, estaba allí José, profundamente
emocionado. Recuperaba a la que en pocos días sería ya su esposa formalmente,
tras la celebración de la boda, que empezaba por el traslado de la mujer a la casa
del marido. Recorrieron el camino hasta la aldea, contó María muchas cosas,
expresó su satisfacción de cada momento, porque en cada situación había sido
feliz.
Llegados a casa,
Ana esperaba a la puerta y corrió impaciente hacia su hija. Un “¡Myriam!” muy maternal fue la
exclamación de la madre, y el abrazo largo que viene tras la ausencia, en que
tanto la había echado de menos. Después, los detalles de la vida en la montaña,
el embriagador momento de su llegada y saludo a Isabel, la mudez de Zacarías que
se cura de pronto cuando declara que “Juan ES el nombre del niño”. Un tiempo
inolvidable, un viaje muy bueno, los “pequeños consuelos” que pudo ir llevando
a muchos sufrimientos…, la riqueza que le había dado aquellas jornadas y
aquellas realidades vividas.
[Del libro: Quién
es este]
vale poner acento en ese detalle: “a prisa”, “presurosa”… María no dejó mucho tiempo entre el anuncio recibido y su marcha a la casa de Zacarías e Isabel.
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