Liturgia
Llegaos al último día de la primera parte del Adviento.
Isaías ha sido el principal protagonista y el que mejor “ha traducido” ese
sentido de la esperanza de un pueblo que sufría su exilio pero no dejaba de
soñar con la vuelta a su Patria y a su Templo. Isaías, con atrevidas
comparaciones, ha abierto el ansia de “lo imposible” expresado en imágenes, que
la promesa de Dios la ha de hacer posible en la realidad consoladora de la
venida de un salvador.
Hoy (56, 1-3. 6-8) abre un nuevo cauce de esperanza,
dirigido a los extranjeros. La idea de pueblo encerrado sobre su propia cultura
y sus propias tradiciones, les llevaba a sentirse únicos y distintos. Hoy
Isaías abre camino a los extranjeros: si ellos son fieles a los planes de
Dios…, si ellos honran a Dios los sábados, y si ellos ofrecen sus sacrificios
sobre el altar de Dios (o sea: si ellos siguen las prácticas que Dios tiene
establecidas para su pueblo), también esos extranjeros serán aceptados por el
Señor. El Señor reunirá primero a su pueblo disperso, y luego unirá a ese
pueblo los otros que vengan y vivan las costumbres de Israel.
Es claro que ahí estamos nosotros y que nosotros podemos
gozar de las promesas hechas a Israel. Y por tanto la esperanza de un Mesías
salvador nos llega igualmente a nosotros. Es el adviento que estamos celebrando
y que va mucho más allá de aquellas prácticas de Israel. Nosotros tenemos ya
delante el evangelio de Jesucristo y la Iglesia de Jesucristo para poder
caminar en esa ruta de la salvación y de la perfección a la que nos ha llamado
Jesucristo.
El SALMO 66 nos hace cantar el gran estribillo de la
confianza: ¡Oh Dios!: que te alaben los
pueblos; que todos los pueblos te alaben. Y nosotros formando parte de ese
coro ingente de voces agradecidas a la salvación que Dios ha puesto en
nosotros, “pueblos” añadidos al PUEBLO DE DIOS y formando parte de ese pueblo
con todo derecho, con todas las de la ley. Que
canten de alegría las naciones, porque riges al mundo con justicia y a los
pueblos con rectitud.
Estos evangelios salpicados que hemos ido teniendo durante
el adviento, que –de alguna manera- querían “traducir” el anuncio de la primera
lectura, desembocan hoy (Jn. 5, 33-36) en un testimonio sobre Jesús:
inicialmente el de Juan Bautista, que lo señaló ya como presente: He ahí el Cordero de Dios. Pero luego
hay un testimonio mucho más importante y profundo sobre Jesús: el que da el
Padre a través de las obras de salvación que le ha dado a realizar. Obras
mesiánicas, que han quedado expuestas (hace dos días en las lecturas), con las
que son obras propias del Mesías de Dios. Esas
obras son las que dan testimonio de mí, y de que el Padre me ha enviado.
HACIA LA MONTAÑA DE JUDEA
[Del
libro: ¿Quién es Este?]
Joaquín movió sus hilos entre conocidos de Cafarnaúm, de
donde partían las caravanas hacia Jerusalén. Había conocidos de solvencia y
personas bien honradas para llevar a María hasta la gran Ciudad con toda
garantía, y hasta para que luego en Jerusalén pudiera seguir bien protegida
hasta Aim Karim, el pueblo de Zacarías. Todo esto llevaba sus días, idas y
venidas, modo y punto de encuentro, forma de viaje…, y un coste. No se resolvía
de pronto.
María con su madre, preparaban lo que fuera a llevar. Estaba
sin prisas. Sabía que aquello requería detalles que Joaquín resolvería. Y al
mismo tiempo, María iba soñando junto a José, en sus tiempos disponibles, lo
que sería aquella boda en la que estaban ilusionados… Las tramas se cruzan y no
son por casualidad. Todo va teniendo su tiempo… Y se va recuperando la
tranquilidad.
El día convenido, un rato amplio antes de la posible hora de
paso de la caravana que iba a Jerusalén, Joaquín y José, acompañando a María se
encontraban en la encrucijada de la
Calzada real con el camino que venía de Nazaret. En Nazaret
había quedado Ana, con su pensamiento puesto en aquel viaje que emprendía su
hija, y pidiendo al buen Dios que la llevara de su mano. En la espera,
conversaban Joaquín y José. María parecía más absorta en sus pensamientos. No
sé si es ese algo tan especial que experimenta una muchacha muy joven en su
primera salida de casa, hacia un destino lejano, con una normal incertidumbre
de los pasos que había de dar.
Había pasado un rato prudente de espera cuando se vislumbró
en el horizonte la caravana. El que la conducía se detuvo allí, avisó al
responsable (todo como estaba previsto). Joaquín saludó respetuosamente al que
sería el protector de su hija, y el buen hombre la condujo hacia la carreta de
las mujeres. Hasta allí mismo la acompañó su prometido. Despedida emocionada, a
la vez que esos ojos de ilusión que brillaban en María expresaban el saludo
acogedor hacia el resto de las otras mujeres.
La idea de pueblo encerrado sobre su propia cultura y sus propias tradiciones, les llevaba a sentirse únicos y distintos.
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