Liturgia
La 1ª lectura (1Sam. 1, 24-28 es como el tráiler de algo
que, en el evangelio, está supuesto o se adelanta al de mañana: el nacimiento
de Juan. En esa 1ª lectura la madre de Samuel ya trae al hijo en sus brazos y
viene a presentarlo y ofrecerlo al Señor. Era el hijo que había pedido con
insistencia, y el Señor de lo concedió. Es el caso de Isabel y Zacarías (“ha sido escuchada tu oración; tu mujer te
dará un hijo…”). Eso lo tendremos explicitado el día 23.
Hoy nos presenta la reacción de María ante las alabanzas de
Isabel (Lc 1, 46-56). María no se apropia nada y todo lo remite a Dios: Proclama mi alma la grandeza del Señor…,
porque ha mirado la pequeñez de su esclava. Por tanto, ella no se atribuye
ninguna alabanza. Todo va vuelto hacia Dios. Ese Dios cuya misericordia llega a sus fieles de generación en generación…, ese
Dios que enaltece a los pequeños, y que
auxilia a Israel, acordándose de su misericordia.
Concluye con los tres meses que María acompañó a Isabel. Si
yo pienso con lógica, no se iba a ir María antes del parto de Isabel (aunque
ese evangelio del nacimiento de Juan vendrá mañana). Por eso pienso que ese
versículo vendría mejor una vez nacido Juan y celebrada la fiesta de su
circuncisión. Pero al evangelista no le importan demasiado esos detalles y lo
que ha hecho es concluir lo referente a María y dar por cerrado ese tema.
JOSÉ LA LLEVÓ A SU CASA. LA BODA
Y llegó el día.
José –con sus ropas de fiesta y su turbante de distinción- se dirigió a casa de
Joaquín, rodeado igualmente de su cortejo de jóvenes amigos. Saludó a madre e
hija, se dirigió al padre de familia y le hizo la entrega simbólica por la que
María pasaba a ser su esposa y la señora y dama de su hogar.
María salió de su
aposento. José la vio deslumbrante, con emoción honda de su alma. María sentía
latir su corazón más que de ordinario. De suyo, abandonaba su casa y empezaba
una vida nueva, llena de misterios futuros, porque bien sabía que estaba dentro
del misterio de Dios. Y Dios tendría que ir aclarando.
Las fiestas fueron
alegres y amplias, como se acostumbraba entre los judíos. Y cuando acabó todo
aquello, empezó esa vida diaria. José que salía con su cestillo de comida para
ir al tajo; María se lo había preparado con cariño, y con esa limpieza –incluso
exterior- que brotaba de su espíritu inmaculado- Mucho más felices eran el día
que José trabajaba cerca, o en el pequeño taller que estaba en su patio, a la
derecha de la entrada. Ese día comían juntos, hablaban mucho de sus cosas,
disfrutaban de la mutua compañía.
Por la mañana
temprano María iba a la fuente, amasaba y cocía el pan, limpiaba y dejaba todo
en su sitio, y como un sol… Por las tardes se salía a la puerta y departía con
sus vecinas. Disfrutaban ellas de aquella manera de conversar, exponer, elevar
el pensamiento a aquella su nueva vecina del lugar. María atraía. Con Ella se
estaba seguro. Todas tenían “guardadas las espaldas”. Y cuando entraban en tema
de la Historia
de la Salvación, María rebosaba. Allí era como si hablara alguien más que ella
sola. Sentían a Dios.
Y así se
desenvolvieron días y días, con toda naturalidad. La vida de la nueva casa de
Nazaret, la de José (que es ya la de José y María) vivía la normalidad del día
a día. Hasta que una tarde, al regreso de José, María planteó una duda que le
venía rondando el pensamiento: - José, ¿qué significará que el Niño
tiene que nacer en Belén? La pregunta era
muy seria y habría que reflexionarla… ¿Era una expresión judía por aquello de
la ascendencia de José? ¿Era otra cosa?... Pensamiento (de no poca importancia):
¿cuál será la voluntad de Dios? Porque Jesús “nacerá en Belén”, según las
profecías. Y sin embargo no se mueve una hoja, no sopla un viento, ni hay un
sueño, ni un ángel…, que diga algo. Y María y José se plantean una y otra vez:
- La fidelidad a Dios ¿estará en que nos
marchemos por nuestra cuenta hasta allí, o en esperar que Él siga llevando el
caso a su manera? Y pasaban los días
y aquello no tenía respuesta. Oraban a
Dios, le pedían que se manifestase. La gente de ahora diría: “Dios no me
escucha”. Personas con la fe de ellos, simplemente esperaban.
[Del libro:
“¿Quién es Este”]
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
ResponderEliminarDesde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. Gloria al Padre.
Preparados para recibir el gran DON DEL HIJO, acogemos la acción de gracias y alabanza de María a Dios, como que las hacemos nuestras. Nos unimos a nuestra Madre y esperamos con Ella la Navidad, con corazón pobre.
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