Viernes 16, a las 5’30 h., pm.
ESCUELA DE ORACIÓN.
Salón de Actos, Jesuitas. Málaga
Liturgia
Yo soy el Señor y no
hay otro. Bello comienzo de la 1ª lectura, tomada de Isaías (45, 6-8.18.
21-26). Tras una presentación solemne del Señor, viene una orden divina: Cielos, destilad el rocío; nubes derramad la
victoria. Una expresión muy significativa del adviento, con referencia
clara al anuncio del Mesías: ábrase la
tierra y brote la salvación (o al Salvador).
Es el anuncio de Dios, que predice ese importantísimo momento
de la llegada del Salvador a la tierra. Es obra de sólo Dios. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios
justo y salvador, no hay ninguno más.
Y de la boca de Dios saldrá una sentencia irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla… Y dirán: “Sólo
el Señor tiene la justicia y el poder”. ¡La salvación del hombre está mucho
más cerca, y es Dios quien trae ese desquite!
Con la vuelta de Isaías a esta 1ª lectura se ha avivado el
sentido gozoso del adviento. Y ya podemos hacer jaculatoria de este período la
expresión que ha salido al principio: “Cielos, destilad el rocío, y que las
nueves lluevan al Justo”. Porque estamos necesitando que aparezca el que viene
a salvar a su pueblo y establecer la paz en las naciones.
El evangelio repite, desde otro evangelista (Lc. 7, 19-23)
el mismo tema que tuvimos el domingo pasado. Vuelve a introducirse la figura de
Juan Bautista, personaje clásico del adviento, aunque ya en un momento
posterior a la venida de Jesús. Pero para Juan quedaba un interrogante: ¿era
Jesús, el Jesús de la misericordia y del perdón, ese Mesías que Juan había
predicado como quien pone el hacha en la
raíz de los árboles? ¿O debían esperar a otro?
Jesús no hace un testimonio personal de sí mismo para que
los emisarios lleven la respuesta a su maestro Juan, preso ya de Herodes. Lo
que hace Jesús es retener a aquellos hombres a su lado y seguir haciendo ante
sus ojos las obras habituales de su acción diaria: dar la vista a los ciegos,
hacer hablar a los mudos, poner en pie a los paralíticos inválidos, limpiar a
los leprosos, hacer oír a los sordos, y acudir amorosamente a los pobres para
socorrerles en sus miserias y anunciarles la Buena Noticia de la salvación.
Aquellos discípulos de Juan están viendo todo aquello. Es
la respuesta de Jesús. Y es una respuesta evidente para quienes tienen una
mentalidad mesiánica, puesto que todo aquello era lo que estaba anunciado que
sería propio del Mesías. Id a Juan y
contadle lo que habéis visto. Juan no necesitaría más. Era la respuesta
contundente para la tranquilidad de aquel hombre que había entregado su vida a
ser fiel al anuncio mesiánico, por el que se hallaba en prisión.
Ya dijo Jesús que “por
sus obras los conoceréis”. Ahora él tenía que ser conocido por esas sus
obras, las que estaban anunciadas desde antiguo. Pero nos quedaríamos en el pasado
si sólo fuéramos a considerar a aquellos ciegos que veían o a aquellos sordos
que oían…, etc. Los tiempos actuales nuestros ya han contemplado aquellos
hechos significativos. Pero el “signo” conduce a la realidad como el humo
conduce al fuego. Y hoy la presencia de Jesús está para abrir otra visión más
profunda, la que hace ver con ojos de fe y aceptar el mensaje que viene de la
Iglesia y que viene de Dios. Nos conduce a tener otra comprensión cuando oímos
la palabra de Dios para la que estábamos sordos o duros de oído. Tiene que ponernos
en pie cuando las parálisis de nuestra voluntad nos tienen postrados sin poder
enderezarnos debidamente. Tiene que caer esa costra de una lepra mucho más
contagiosa que la del bacilo de Jansen. Hoy sigue habiendo sordos que no oyen,
ciegos que no ven, cojos que no saben caminar sino cayéndose y levantándose
malamente, cargados con su lepra particular…, porque en el fondo no han
aceptado ser los pobres a los que les llega de verdad la Buena Noticia que les
dice: Si tu pie es ocasión de pecado,
córtalo; si tu ojo te es ocasión de pecado, arráncatelo… Y siempre acabo
diciendo: Jesús no nos quiere ni cojos ni tuertos. Pero nos quiere honradamente
drásticos para poner el remedio allí donde tenemos el defecto. Ese es el efecto
mesiánico más claro para hacer real el adviento en nuestro corazón.
Y,nosotros¿ somos fieles en vivir la Buena Noticia traida por el Mesías? La Iglesia ycada una de sus Parroquias siguen llevando la buena noticia de Dios al mundo. El Papa Francisco aprovecha todas las ocasiones para ayudarnos a ser conscientes de nuestra dignidad, o a recuperarla. En la Comunidad, el Párroco nos anima porque, a pesar de nuestros fallos humanos debemos procurar que no nos desmotiven y que no nos escandalicen...¡ Somos muy importantes para Dios, debemos descubrir la presencia del Espíritu en los gestos de cada día.
ResponderEliminarPero nos quiere honradamente drásticos para poner el remedio allí donde tenemos el defecto
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