Liturgia
Se me antoja que hoy es un día de reflexión en la liturgia
del adviento. Hasta aquí se ha insistido en esa idea optimista de la venida del
Mesías, con esos efectos admirables de “lo imposible” que se va a realizar el
día de su venida. Hoy, sin embargo (Is 48, 17-19), se plantea en condicional: Si hubieras atendido a mis mandatos, sería
tu paz como un río…, tu nombre no sería aniquilado ante mí. Ahora bien: ¿es
esa la historia de Israel: haber atendido a los mandatos de Dios?
Eso se presenta como ocasión de parada en nuestro adviento
particular: un examen sobre cómo estamos viviendo el adviento, y cómo está
influyendo en nuestra realidad personal. Porque se nos plantea en condicional
para saber si Jesús va a acabar desembarcando
de lleno en nosotros.
Y desemboca en un evangelio (Mt 11, 16-19) que insiste en
la idea de reflexión sobre las propias actitudes. Porque Jesús plantea cuál es
la actitud de aquel pueblo, que ni aceptó a Juan Bautista “por exagerado” (“tiene demonio”, porque ni comía ni
bebía), y no acepta a Jesús porque come y bebe, y es tomado como comilón y borracho. ¿Qué es, entonces,
lo que ese pueblo quiere).
Nosotros tenemos delante un camino que nos presenta Jesús,
y que representa la sabiduría de Dios. ¿Cómo estamos siguiendo ese camino?
¿Cómo está repercutiendo en nuestro adviento particular?
Éste sería, pues, el momento en que nos sitúa la liturgia
de este día. Un planteamiento de reflexión, de toma del pulso, de comprobar en
qué situación concreta está cada uno. Medida muy práctica para romper la
inercia con la que podemos ir caminando sin plantearnos que el adviento es un
período de preparación para recibir de lleno la venida del Señor, que está
viniendo cada día y que nos anuncia su venida final.
Otro aspecto que también merece la pena considerarse: Estamos en el
tiempo de la insatisfacción. Hay quien no está de acuerdo con la Iglesia porque
no la quiere, porque le atribuye todos los males, porque está “traumatizado”
por ella, por cualquier causa.
Y
los hay que su “disgusto” con la Iglesia es porque quieren que actúe más drásticamente,
más impositivamente. Querrían que la
Iglesia solucionara las cosas por la fuerza.
JESÚS
define hoy a “aquella generación” religiosa de sus tiempos, como los niños
que juegan en la plaza que ni bailan cuando les tocan música alegre, ni lloran
cuando le tocan música triste. Unas
gentes que ni aceptan al Bautista porque exige, ni aceptan a Jesús
misericordioso y de espíritu abierto.
Y
Jesús concluye: los hechos dan razón a la Sabiduría de Dios. Dios tiene sus caminos. Va haciendo pedagógicamente.
Ha preparado los caminos, ha enseñado para bien de la humanidad. Y dice: si hubieras atendido mis mandatos,
sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar.
Sigue la “historia” de JOSÉ
Una palabra
primera le fue poniendo en trance. - ¡NO TEMAS! Muy bien conocía
José las veces que esa palabra anunció a los antepasados la visita del Señor,
¡No temas!..., y además: - No temas en recibir como esposa a
María, tu prometida, porque lo que en Ella hay, es DEL ESPÍRITU SANTO. José sintió que
un calambre profundo le recorría el cuerpo. La explicación consolaba,
explicaba. ¿Pero y él? ¿En qué lugar quedaba él? Él la recibía en su casa como esposa…, pero…
El “sueño” le
había dado una clave substancial: “Tú le pondrás
nombre al Niño, y lo llamarás JESÚS”. No salía de una y
estaba metido en otra… Si era “JESÚS”, era el Mesías, Enmanuel, Dios salvador…
Se estremeció. Pero más aún cuando él le pondría el Nombre, que era misión
propia de un padre de familia. - ¡DIOS!, exclamó José, sin saber lo que decía…
¿Me metes en tu familia? ¿Yo voy a ser “padre” de JESÚS? ¿Me das el mando sobre
las obras de tus manos? ¿Voy a salir custodio y responsable de estos dos seres
privilegiados?
José volvió a
quedar rendido en su lecho. No sé si durmió ya. Lo que sí era cierto es que se
había hecho día su propia noche, y que brillaba el sol antes que llegara la
aurora. ¡¡¡Y que era evidente que lo que ahora “soñaba” era con que empezara a
despuntar el día, para irse a casa de María, y con la solemnidad y el gozo
emocionado de aquella familia, ir derechamente al punto que le había mandado
Dios: “Se llevaría a María a su casa”… Contraería el
matrimonio. Una nueva era –misteriosa, desconocida- estaba por comenzar.
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