Liturgia
Recuperamos de alguna manera el ritmo navideño, con este
día que es llamado: 5º dentro de la octava de la Navidad, en que no hay ninguna
celebración santoral que prevalezca, y que deja paso a sucesos relacionados con
el nacimiento de Jesús. Quedando el hecho de la imposición del nombre en la
circuncisión para el día 1 (a los 8 días del nacimiento), hoy el evangelio nos
narra el primer acto público que llevaron a cabo aquellos padres con el niño. Y
sucede a los 40 días del nacimiento, cuando se ha pasado ya la cuarentena de la
madre, y es el acto de presentación del primogénito en el Templo, tal como
estaba prescrito por la ley. (Lc.2, 22-35)
A la llegada al Templo se adelanta un anciano que ha sido
iluminado por Dios para reconocer al Mesías en aquel Niño que lleva en sus
brazos la madre, y se da a conocer y explica su sentir. María le deposita al
Niño en sus brazos y Simeón, el anciano, prorrumpe en una oración salmódica: Ahora, Señor, ya puedo morir porque mis ojos
han visto al Salvador de Israel y luz para todos los pueblos. Emocionado
devolvió el Niño a su madre que, junto a José, estaban llenos de admiración por
aquella revelación de Dios. Así entraron en el gran patio, compraron las
palomas que habían de ofrecer para rescate del Niño, y penetraron en las
dependencias del Templo. María entregó el niño a José (porque ella no podía
pasar del atrio de las mujeres) y José se adelantó hasta el sacerdote a través
del atrio de los hombres y llegó hasta el sacerdote. El sacerdote tomó al niño
y lo presentó a Dios, como hubiera hecho con cualquier niño, sin sospechar que
estaba presentando al Salvador de Israel. Se cumplió así todo lo que estaba
prescrito por la Ley de Moisés, y llenos de alegría emprendieron su regreso a
Belén, con el ánimo hecho a que ya estaba todo cumplido y lo que les quedaba
era regresar a Nazaret.
La 1ª lectura es muy rica (1Jn 2, 3-11) y hoy día es de una
actualidad total. Afirma Juan que quien dice: “Yo conozco a Dios” y no guarda
sus mandamientos (el que se dice ‘creyente-no practicante’) es un mentiroso y la verdad no está en él. Por el contrario, quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a
su plenitud. En esto conocemos que
estamos en él.
Todavía va a explicar más el sentido auténtico del
verdadero creyente (practicante, se supone, porque el otro no es verdadero
creyente): es la referencia a la luz y a las tinieblas. Y concreta que la luz es amar al hermano, y ese tal no
tropieza. Pero quien aborrece a su hermano, está en las tinieblas. Las
tinieblas han cegado sus ojos.
Algunas lecciones de la Navidad (Fragmento corregido y
aumentado de “Quién es Este”)
Me vais a permitir
parar la escena “a lo Berlanga”. El rato que María estuvo fuera, yo me atreví a
la travesura de sacarlo del pesebre y acogerlo en mis brazos. No era más que
ese trocito pequeño de un niño recién nacido, que no hace sino lo propio de un
recién nacido...
Pero
de pronto experimenté que más que arrullarlo yo a Él, Él me calentaba a mí. Que
era pequeño, callado, impotente…, pero que de su calor brotaba un enorme
borbotón de vida.
Aquí me gana la Liturgia de la Nochebuena. Ha aparecido la
bondad de Dios y su amor al hombre, enseñándonos
con erudición de sabiduría. Yo no había hecho
nada, ni merecía nada, ni mi acción había sido otra que coger al Niño en los
brazos. Y surgió esa avalancha de palabras de LA PALABRA …, la callada y
elocuente Palabra de Dios, del NIÑO recién nacido, como que me decía: “Mírame; limítate
a mirarme. Detén tus ojos en mi “nada humana”…, y ya tienes todo
lo que quiero decirte: ¡Que abandones los
ídolos mundanos y la vida a “media religión”! Reconozco que me
fue como un terremoto en mi alma. ¿Ídolos mundanos? Los tengo a montones. Desde
que me levanto hasta que me acuesto: “Voy a hacer”, “me gusta”, “no tengo
gana”, “mañana haré”, “me quedo sentado tranquilo”, “¿qué tiene esto de malo?”,
“voy a comprarme…”, sin que haya un discernimiento previo de lo que puede ser
acorde con los deseos de Dios en el momento concreto mío. Y así podemos
construir nuestra personal letanía. ¿No son demasiados ídolos los que tengo?
Podría hasta enumerarlos. Son más de los que creo y de los que veo. Lo que pasa
es que nos quedamos en “no ser malos”, “no hacer el mal”…, y no advertimos que
el “mal” está detrás de muchas de esas apetencias que vienen al paso de la
vida.
Y es que YO soy el
primer diabólico ídolo que se mete en esos “deseos mundanos”. Y el
pequeño-GRANDE Corazón del Niño, parece que me está latiendo más fuerte… Me
está avisando. Ha aparecido la bondad de Dios que trae
la salvación a todos”. ¿Me estará
llegando? ¿Estará escuchando mi alma esos latidos suaves, pero tan recios, de
ese corazoncito humano que me he atrevido traviesamente a sacar del pesebre
frío para ponerlo sobre mi pecho?
En Belén algo está pasando... Los ángeles no paran de cantar ¡Gloria a Dios en las alturas y PAZ a los hombres que tanto ama el Señor! Pero nadie da tanta gloria a Dios como este pequeño Niño que ahora está en los brazos del Padre Cantero que, ¡al fin lo consiguió! Hace días que el "esclavito" quería cogerlo...Quería estrecharlo entre sus brazos en un abrazo interminable y darle todo el amor que le negaron en la posada, pero se sintió embargado por una ternura muy especial...la que sólo aquel Niño puede dar porque es el Verbo eterno. El corazón le latía más fuerte.Los cristianos estamos conmocionados porque, "ha aparecido la bondad de Dios que trae la salvación a todos". Ahora, con Jesús,ya podemos tributarle una alabanza perfecta, infinita y digna. Nadie podía traer la PAZ al hombre más que Jesús el Salvador, que, borrando la ofensa del pecado, reconcilió al hombre con su Creador y estableció entre ambos un pacto: el Creador será Padre, y el hombre su hijo. La Navidad es un tiempo precioso para atrevernos a acercarnos al Niño y ponerlo junto a nuestro pecho y decirle lo contentos que estamos de tenerlo entre nosotros y que queremos amarlo sobre todas las cosas, que nos ayude, que nos enseñe a amar como Él.
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