Viernes 16: ESCUELA
DE ORACIÓN. Málaga
Salón de Actos (Jesuitas) a las 5’30 pm.
Liturgia
Isaías 54, 1-10 vuelve a las anchas promesas de Dios, que
anuncian un mundo nuevo y diferente. Alégrate,
rompe a cantar de júbilo, ensancha el espacio de tu tienda…, son todas
ellas expresiones que abren a la esperanza. Algo muy nuevo va a suceder y Dios
lo tiene preparado para ese pueblo que anhela su libertad. No temas…, que es palabra típica de las acciones de Dios; no te sonrojes, no tendrás que avergonzarte.
Y con una expresión de amor profundo, dice Dios: El que te hizo te tomará por esposa; su nombre es EL SEÑOR, tu
redentor, el santo de Israel, que se
llama Dios de toda la tierra.
Esa es la razón absoluta de la confianza: que quien está
detrás de todo esto es Dios. Y Dios sale a favor de su pueblo, y Dios se
compromete a no abandonar a su pueblo: no
se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará.
El adviento le duró siglos a aquel pueblo. Fue infiel
muchas veces, duro de cerviz, y adúltero contra su Dios. Pero la promesa se
mantuvo siempre. Y llegó a realizarse el día que se anunció a María la
encarnación del Dios con nosotros.
Nosotros vivimos hoy de esta realidad que ya no es promesa
sino un hecho que se ha verificado en la historia, y que nosotros revivimos y
celebramos de manera especial en estos días, con la mirada puesta en el
misterio de Belén. Quiera el Señor que nuestro corazón esté bien provisto de
esos lienzos de amor con que envolver al Niño y recostarlo en nuestro pobre
pesebre, emulando a María en su misterioso día de Belén.
Bien a sabiendas que ella arropó a un niño recién nacido y
que nosotros ya hemos de acogerlo en su plenitud adulta, en su mensaje
evangélico, en su realidad actualmente histórica, por la que la llegada a
nosotros de Jesús es algo nuevo que tiene que estarse haciendo en cada día.
Continúa el evangelio de Lucas (7, 24-30) con la despedida
de los emisarios del Bautista, a los que Jesús les ha provisto de las pruebas
evidentes de su misión mesiánica. Y Jesús se queda donde estaba, rodeado de las
gentes, a quienes les hace el panegírico del Bautista: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? Bien podemos comprender
que la gente no se va tras algo vulgar o alguien que hace lo de todo el mundo.
El pueblo tiene una tendencia peculiar hacia lo nuevo que se sale de lo
corriente. Y se va tras ello.
Por tanto, no habían salido a ver una caña agitada por el viento…, un individuo sin personalidad,
vulgar. No habían salido a ver a un
comodón -fofo- que viste de sedas y
lujos. Un individuo así no merece la pena. Eso se encuentra sin ir a
buscarlo, y nadie se va tras él.
Habían salido a ver a
un profeta y más que profeta. Ese que es descrito en los evangelios como vestido de piel de camello y alimentándose
de saltamontes y miel silvestre…: un alguien que llamaba la atención por su
austeridad, su predicación, su exigencia. Un
mensajero que prepara el camino al Mesías. Y Jesús añade ahora, de su
parte, un enorme calificativo: es el más
grande de los nacidos de mujer, el más grande los hombres que han existido
hasta aquí. Mayor, pues, que Abrahán el padre de la fe; mayor que David, el rey
que da ya el sentido mesiánico al “hijo
de David”. A un personaje así sí
merecía la pena salir a verlo.
Hay una reacción emocionada en las gentes que han escuchado
a Jesús. Se confirmaban en que había merecido la pena haber salido al encuentro
de aquel hombre. Incluso los publicanos, que habían recibido el bautismo de
Juan, bendijeron a Dios.
No así los fariseos y los ancianos del pueblo que no habían
aceptado aquel bautismo, y que los describe el evangelista como personas que frustraron el designio de Dios.
¡Cuánta importancia tiene ese final de la perícopa que
hemos comentado! Porque nos sitúa a nosotros ante la postura que adoptamos ante
la nueva llamada de Jesús en un nuevo adviento al que hemos sido invitados. Y
nos toca acoger la presencia de Jesús (mayor y mejor que la del Bautista para
aquellas gentes) y darle el verdadero valor de llamada a nuestro interior: no
podemos “vestir de sedas”, no podemos hacer de las Navidades un comer y beber o
un perdernos en fiestas exteriores. Salimos a ver a Jesús, mucho más que
profeta, porque él es el anunciado como Salvador.
no podemos “vestir de sedas”, no podemos hacer de las Navidades un comer y beber o un perdernos en fiestas exteriores. Salimos a ver a Jesús, mucho más que profeta, porque él es el anunciado como Salvador.
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