Liturgia.- 25 diciembre: NAVIDAD
Cuando hoy acudimos a la Misa de Navidad, lo que esperamos
es encontrarnos con los textos evangélicos del nacimiento de Jesús. Y nos
encontramos con un evangelio aparentemente muy seco, muy teológico, muy
sublime, pero que no nos habla del Niño recién nacido.
Por eso, más que entrar en los textos de esta “Misa del
día”, creo que es ilustrativo volver a hacer un resumen de la rica liturgia de
la Navidad, para poder sentir en nosotros el ambiente espiritual de la Navidad
de Jesús. Retomo y repito lo que ya toqué ayer en el blog: el día de Navidad
tiene 3 formularios que van progresando en la vivencia del misterio que
celebramos.
Anoche celebrábamos la MISA DE NOCHEBUENA. Teóricamente a
las 12 de la noche, que ya es el comienzo del día 25, la Navidad. [El adelanto
a horas más tempranas se debe a razones pastorales y prácticas: la edad de
muchas personas que no podrían asistir a esa celebración si se tuviera a la
medianoche, es una de esas razones. No la única]. En esa Misa rompió ya de
nuevo el canto del GLORIA, que repite en su primer verso las palabras de los
ángeles de Belén: Gloria a Dios en el
Cielo, y en la tierra paz a los que ama el Señor. Ha sido el villancico
primero que ha roto ya el “morado” del adviento. Ya no es espera; ya es
realidad. Y el evangelio (Lc 2, 1-14) ha contado la somera historia del
nacimiento de Jesús, nacido de la Virgen María y envuelto en pañales y
recostado en un pesebre que le ha servido a María como cuna en la que depositar
al niño recién nacido.
Ese Niño, según la liturgia de esa Misa, viene a enseñar
(Tit 2, 11-14), desde su silencio y su indefensión e impotencia de Niño… Allí
han sido llamados los pastores, por un ejército de ángeles que les anunciaron
que les ha nacido el Mesías, el Salvador.
Esta madrugada se ha celebrado LA MISA DE LA AURORA, el
evangelio (Lc 2, 15-20) nos cuenta cómo los pastores han acudido a la llamada y
vienen a adorar al Niño. Ese niño nos
pone de manifiesto “la humanidad de Dios” (Tit 3, 4-7), su misericordia hecha
persona, que nos ha salvado por el bautismo o nuestro segundo nacimiento, el
nacimiento a la vida sobrenatural. María, nos dice el evangelio conservaba todas estas cosas en su corazón,
como un tesoro inmenso que hay que ir desmenuzando en el día a día. Como los
pastores que –al encuentro con Jesús- alaban a Dios y le dan las gracias por
todo lo que han visto y oído.
Y cuando nos ha llenado el alma el misterio de Belén, llega
la MISA DEL DÍA en la que hay un salto inmenso desde la pequeñez de Belén a la
infinitud de la eternidad. Porque este
Niño que nos ha nacido es nada menos que el Verbo eterno de Dios, que estaba ya en la eternidad con el Padre.
(Jn 1, 1-18). Del nacimiento temporal en una gruta de pastores, se salta a la
misma eternidad en que ya existía el Verbo de Dios. Ese Hijo que andando el
tiempo y llegada la plenitud de los
tiempos (Heb 1, 1-6), Dios, que había
hablado muchas veces y de muchas maneras desde antiguo, ahora nos habla EN EL
HIJO. Es la PALABRA DEFINITIVA DE DIOS, la que condensa todas las
enseñanzas de Ley y Profetas, la que nos da a conocer al Dios verdadero. Ese
Hijo que realiza la purificación de
nuestros pecados (la Redención), y que hoy está sentado a la derecha de la majestad de Dios en las alturas.
Consecuencia que saca la liturgia de este día de Navidad.
Nos dice la 1ª lectura (Is 52, 7-10): Qué
hermosos los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva,
que pregona la victoria. ¡Qué maravilla es que haya nacido hombre el Hijo
de Dios! Y qué gozo y dignidad la de cada creyente que sabe comunicar la dicha
de la Navidad de Jesús…, o lo que es igual: la presencia de un Dios
misericordioso que nos puso a Jesús ahí entre nosotros para que pudiéramos
nosotros elevarnos hasta la grandeza de la fe.
Cuando el sacerdote ponga hoy la gota de agua en el cáliz
del vino que va a consagrar, va a decir una oración, por la que pide a Dios que
podamos nosotros participar de la divinidad de Jesucristo, que se ha dignado
abajarse hasta nuestra humanidad. Si es una oración que suena siempre a
maravilla de Dios en su amor al ser humano, hoy parece tomar un resplandor
especial cuando nos situamos ante el pesebre y contemplamos absortos la
realidad de Dios hecho Niño, hecho humanidad.
Con razón cantamos el primer villancico de la historia: Gloria
a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres a los que ama el Señor.
A todos, porque a todos los ama.
Sintámonos solidarios con el mundo, con todo el mundo, y en
especial por los desfavorecidos que hoy no pueden celebrar gozosamente la
Navidad.
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Para que el mundo entero sienta cercanos y misericordiosos al Papa y a
la Iglesia. Roguemos al Señor.
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Para que nosotros tengamos entrañas de misericordia y nos duela el
dolor del mundo. Roguemos al Señor.
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Para que vivamos la alegría de tener a Jesús entre nosotros. Roguemos al Señor.
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Para que seamos testigos de esa alegría, que no se empaña por otros
motivos humanos. Roguemos al Señor.
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Para que la Eucaristía de hoy nos haga sentirnos muy unidos a Jesús, Roguemos al Señor.
A los que celebramos
con cristiana alegría el nacimiento de Jesús, concédenos penetrar en este
misterio y amarte cada vez con amor más entrañable.
Por Jesucristo N.S.
Ya no es espera; ya es realidad.
ResponderEliminarEse niño nos pone de manifiesto “la humanidad de Dios” (Tit 3, 4-7), su misericordia hecha persona, que nos ha salvado por el bautismo o nuestro segundo nacimiento
Hoy nos ha nacido el Salvador. Los profetas lo anunciaron con siete siglos de antelación: "El pueblo que andaba en tinieblas, vió una Luz grande"(Is,9)
ResponderEliminarEsa Luz disipa las tinieblas del pecado, de la esclavitud, de la opresión...Jesús es portador de alegría y de PAZ. Estas Navidades todos andamos muy preocupados por los hermanos que han tenido que huir de la guerra. Sólo Dios puede confortarlos a todos con el don de la Paz y permitirles volver a su país y a su hogar. Ante una situación tan dramática, ojalá que los gobiernos empiecen a solucionar el macroproblema antes de que los emigrantes se mueran de hambre y de frio.
El Pueblo de Dios ya recibió en este Niño a aquel Mesías tan esperado por nuestros antepasados; su inmensa esperanza ya es nuestra inmensa realidad. Cristo vive y está con nosotros y es una adorable REALIDAD.