Liturgia
Dejamos a
Isaías que ha sido el profeta del adviento, que ha expuesto de mil
formas lo que será ese futuro tan distinto, porque la llegada del Mesías hará
todo nuevo y prodigiosamente bueno. Sus audaces comparaciones y paradojas han
querido mostrar la diferencia de un mundo ya salvado con lo que es la situación
opresiva del destierro.
Hoy se toma la 1ª lectura del libro Eclesiástico (48,1-4. 9-11)
con su panegírico de Elías, profeta más cercano en el tiempo que Isaías, que
Dios lo “reserva para el momento de aplacar, reconciliar padres con hijos, y
restablecer las tribus de Israel”.
En
el Evangelio sigue Jesús tomando la idea de un Elías que volvería a
hacerse presente..., ¡y se ha hecho presente y lo han despreciado!
Comprenden los apóstoles que Jesús se ha referido a Juan Bautista. Para
concluir que “el Hijo del hombre va a padecer a manos de ese mismo pueblo
que maltrató a Elías”.
Todo esto en el adviento, ¿qué? -Pues
que tanto esperaron entonces y no aceptaron la llegada del gran profeta, que en
el adviento real de hoy, el que vivimos nosotros, nos enfrenta a nuestra
acogida de Jesús. Ayer nos ponía ante un balance de situación. Hoy nos pone
ante una mala solución de ese balance. [Quedamos ahí ante nosotros mismos].
JOSÉ Y MARÍA
Estaba amaneciendo. José, que se iba a su trabajo de
jornalero, no pudo menos que pasarse por la casa de Joaquín. Y desde luego,
venía radiante. Miraba a María con unos ojos tan abiertos y alegres que en
ellos le decía los mejores piropos de su vida. Con las lágrimas saltadas, José
abrazó a Joaquín largamente: “¡Qué grande es Iahvé, querida familia! ¡Qué
inmensa es Myriam! ¡Bendita entre las mujeres!” Es muy difícil saber más porque desconocemos las costumbres
de la época. Pero que José se quedó embelesado mirando a María, eso sí que
podemos estar seguros: “Ya lo sé todo;
Dios vino también a mí, a su manera… Un sueño –que fue celestial- me puso ante
los ojos la maravilla de Dios. Y que María es Madre del Enmanuel”… Se atragantó José, tuvo que pararse. Ana le trajo una silla
(hasta es posible que era de las que había hecho José). Y casi sin poder
pronunciar, añadió: ¡Y Iahvé me confirma mi matrimonio con Myriam,
y me da las veces de padre… Yo le pondré al Niño el nombre de Jesús! No podía seguir… Dios pone en nuestras manos –mías y de esta
Flor de la vida (miró a María con un cariño inmenso)- al SALVADOR.
- ¡Joaquín y Ana: en cuanto vosotros lo autoricéis, realizamos la boda! Así me lo ha dicho –en sueños- Dios.
Intervino María, con mirada cómplice a José: “Sí; así será.
Pero ahora hemos de pensar todavía…” José miraba extrañado: ¿pasaba algo nuevo?
Pues sí; muy lateral al hecho central, pero “pasaba algo”.
Cuando Dios vino a Ella, le comunicó la noticia de Isabel, anciana y
embarazada. Y Ella, María, sentía la obligación de ayudar a su pariente.
¿Debían esperar esos meses hasta el regreso? Reconocía María que ahora no era
Ella sola la que decidiera; ni siquiera ya solo junto a sus padres. Ahora Ella
estaba ya con esa otra realidad de José, dispuesto y a punto para la boda. Habían pasado unos momentos tan difíciles que
no podía ser plato de gusto el tomar nuevas responsabilidades… Habría que ver
también ahora qué pensaba José… Y José, hombre de Dios, miró a María y le dijo: - Tú, ¿qué piensas? María respondió con los ojos bajos: - Que aunque retrase nuestra boda, debería ir. Pero ahora, tú decides,
José.
Lo propio de José –ya lo iremos viendo- no era “decidir”. Su
alma era un receptáculo del deseo de Dios. Y si bien es verdad que aquí no
actuaba directamente Dios, el parecer de María aparecía claro. Y eso ya le era
suficiente.
Joaquín y José hicieron un aparte. José estaba de acuerdo con
el parecer de María. A él le gustaría realizar la boda e irse con ella. Pero su
trabajo comprometido de antemano no le permitía ahora. Y al fin y al cabo eran
tres meses… Lo sentía más en aquel instante, cuando venía eufórico después de
la visita recibida de Dios. Pero Dios lleva la historia y Él sabrá si es mejor
hacer todo de esta otra manera. Para cuando regrese María estará ella de tres
meses. No es nada extraño en aquella sociedad en la que –al fin y al cabo- ya
se pertenecían desde antes.
[Del libro:
“Quién es Este”]
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