Liturgia
Llegamos hoy a un punto clave de la historia de la
Salvación. Vivido ayer el momento de la anunciación del precursor, hoy
desembocamos en la página más repetida en la liturgia del año y de intenso
contenido, por revelarnos el instante en que María, abierta completamente a la
voluntad de Dios, pronuncia su inmenso Sí con el que abre su alma y su
cuerpo a la entrada en el mundo humano del Hijo de Dios. Lc 1, 26-38 es una
narración para embelesarse en su lectura y meditación. En este momento se realiza
la promesa de Dios, de una virgen que
concibe y da a luz un hijo y le pone por nombre ‘Enmanuel’, algo que queda
fuera de todos los poderes humanos (Is.7, 10-14).
Desarrollado ampliamente hace unos días en el blog, no me
detengo más en ello, pero remito a la descripción detallada que ya ofrecí,
porque merece la pena regustarla en oración contemplativa.
[Del libro: ¿Quién es Este?] MARÍA EN CASA DE
ZACARÍAS E ISABEL 2
¿Qué hace entonces
María ante las alabanzas de Isabel? Sentirse Ella más nada, más pequeña, y
llevar hasta Dios todas las alabanzas juntas: proclama mi alma
la grandeza del Señor, y mi espíritu se goza profundamente en Dios, mi Salvador. Ahí se vuelve a
Dios todo su ser. Ahí ya pueden caer en Ella todas las alabanzas. Sabe muy bien
que no son de ella ni para Ella. Es el Dios inmenso que mira lo pequeño, que
tiene predilección por el pobre que no es nada…, como lo hizo siempre con
Israel, desde la promesa hecha a Abrahán y su descendencia.
María está sumida
en una inmensa admiración, y así se va desenvolviendo este momento tan
especialmente “explosivo” de su llegada.
Todo se calmó…
Comenzó la vida ordinaria. Comenzaba para ella aquello para lo que había ido… Y
casi a cada instante, como un suspiro de su alma, sentía que estaba proclamando
la grandeza del Señor, que fijó los ojos en Ella, tan pequeña…
Los días en el
pueblo de la montaña entraron en la normal monotonía de la vida cotidiana.
Zacarías, en su mudez, tuvo mucho tiempo para pensar, sopesar, redescubrir más
en profundidad a Dios, al Dios que él no había captado del todo antes de todo
esto.
Isabel y María
realizaban las labores de la casa. Isabel desde su pesadez natural; María desde
esa agilidad de sus pocos años. ¡Y luego, los ratos gozosos en que hablaban de
muchas cosas…, de “sus cosas”, que tanto coincidían en el misterio de Dios!
Y pasaron los
breves tres meses y le llegó a Isabel el momento del parto. María, siempre junto
a ella, fue un auténtico ángel de Dios.
Y cuando nació el
niño y vinieron de tantas partes familiares y amigos (no era sólo un niño que
nacía, sino unas circunstancias especiales de padres mayores), todos empezaron
a llamarlo Zacarías, costumbre normal de los primogénitos. Isabel se yergue
decididamente y dice que no: porque se va a llamar
JUAN. No les valió mucho su afirmación, que venía de una mujer, y
le preguntaron a Zacarías. [Observen aquí lo que pudiera decirse un “lapsus” de
redacción: Zacarías estaba mudo, pero no sordo; sin embargo el texto dice que
le preguntaban por señas]. Zacarías pidió una tablilla y escribió
con letras grandes, “JUAN ES SU NOMBRE”. No dice que “se
llamará Juan”, que sería como un capricho de familia. Es mucho más: ese Niño
TIENE YA SU NOMBRE: “su nombre ES Juan”. Y Zacarías
rompe a hablar y a gritar: “Juan es su Nombre”… Para un israelita eso eran
palabras mayores. Algo grande ocurría. Y les hace preguntarse, admirados, qué será de ese
niño. Y la noticia corre como reguero de pólvora por todos los
pueblos y aldeas de la comarca. Hay una convicción honda de que la mano de Dios
está sobre él. [Dicen algunos estudiosos que este cántico es propiamente
un canto pascual, al que el verso que se refiere a Juan es posterior y añadido:
“Y a ti, niño, te llamarán Profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para enseñar
al pueblo el camino de la verdad y el perdón de los pecados”].
La misión de María
había acabado, una vez que pasaron los primeros días y primeras atenciones y
ayudas. Y María les comunicó que ya debía regresar. Sus padres la esperaban…, y era su boda que se había
quedado por celebrar. Zacarías dio los pasos necesarios para el regreso de
María en buena seguridad y él mismo la acompañó a Jerusalén, desde donde
partían las caravanas. Con alguna persona de fiar se envió recado a Nazaret de
que María regresaría en unos días –ya muy concretados- para que esperaran a
María en el cruce del camino hacia Nazaret.
"María, abierta completamente a la voluntad de Dios, pronuncia su inmenso Sí con el que abre su alma y su cuerpo a la entrada en el mundo humano del Hijo de Dios. Lc 1, 26-38"
ResponderEliminarMeditando, ví algo que me gustó: la humanidad de María, que queda asombrada ante la visita del Ángel, el cual la tranquiliza. Algo muy humano. María cae rendida a la voluntad de Dios, justo después del momento en que el Ángel la hace caer en la cuenta que no es tan extraño lo que le anuncia teniendo en cuenta lo que le ha ocurrido a su pariente Isabel. Es entonces cuando María se da cuenta, al tiempo que le recuerda el Ángel, que para Dios no hay nada imposible.
María representa a toda la humanidad que recibe de Dios un regalo inmenso con el nacimiento de Jesús. Pero, entre todos los hombres y mujeres, sólo Ella, porque es la "llena de gracia" es capaz de acoger un mensaje tan extraordinario y de ofrecerse incondicionalmente para cooperar en su realización.La preparación para la Navidad nos urge a perder el miedo y a dejarnos envolver por la presencia del Espíritu Santo y a imitar a nuestra Madre, en su disponibilidad, para que Cristo se haga más presente en el mundo.
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