Liturgia.- 17 diciembre
A una semana de la Nochebuena. Cambia el ritmo litúrgico.
Hasta aquí “ha mandado” en la liturgia de adviento (en la celebración
eucarística) la primera lectura, y los evangelios iban “a remolque” (he dicho
varias veces que “atraídos” por la 1ª lectura). A partir de hoy son los
evangelios los que llevan la voz cantante, y las primeras lecturas se adaptan a
ellos. Ahora más que señalarse la “semana de adviento”, se resalta el día del
mes: vamos ya en la cuenta atrás al día 25 (y su preparación de la medianoche
anterior, que es el día de Nochebuena).
El Evangelio de hoy es
muy soso de leer (Mt 1, 1-17) pero encierra un enorme contenido. Jesús,
que aparece al final, es “identificado” con un árbol genealógico que comienza
en Abrahán, el padre en la fe y el depositario de la Promesa. Isaac, Jacob, Judá…
Se van eliminando estirpes y va quedando la línea que conduce a Jesús. Y en esa
línea entran personajes de todo pelaje, porque Jesús ha asumido la historia
entera de la humanidad. David queda ahí en medio como personaje de suma
importancia en los diversos eslabones del Mesías. Hasta llegar a José, que es
quien entronca con David, y que está casado con María, de la cual nació Jesús, el
llamado Cristo. Hay una clara variación: las otras mujeres que han
aparecido son meros instrumentos, porque la generación del hijo de da al padre.
Al llegar a José, se determina que la que da a luz y es la madre –línea directa-
es María, elegida por el Señor para esa llegada al mundo del Mesías de Dios.
Y la 1ª lectura (Gn. 49, 2. 8-10) insiste en la línea de
Judá, cuya hegemonía se impondrá a todos sus hermanos, porque de Judá vendrá el
Salvador.
[Del Libro: ¿Quién es Este? LA SUBIDA A AIM-KARÍN
Cuando reemprendió marcha la caravana, Ella se presentó a las
que habían de ser sus compañeras, que muy pronto comprobaron que la muchachita
joven que se les unía llevaba todo el gracejo de la simpatía y la bondad de
corazón. La relación amistosa no tardó en surgir, la conversación se hizo viva,
y cada una explicó el motivo de su viaje. María dijo con toda sencillez que iba
a estar unos meses con una parienta suya mayor, que estaba encinta.
Pasó un tiempo con conversaciones, anécdotas, silencios. A
María esos silencios le llevaban a disfrutar porque eran su ambiente más
propicio para llevar su corazón hasta Dios, y su mirada recatada y amorosa
hacia el Hijo de sus entrañas.
A media mañana tuvieron la parada de rigor, en que todos
habían de echar pie a tierra, estirar músculos, descansar de sus posturas varias
horas mantenidas, mientras que las bestias abrevaban y tomaban alguna hierba
que les refrescaba y alimentaba. No sé si en esas paradas había algún hospedaje
o simplemente eran espacios de descanso en los que poder romper la monotonía
del viaje, que duraría varios días. Y los jefes de caravana ya tenían todo muy
medido.
María estuvo entre las demás mujeres, quizás tomando alguna
pequeña cosa que sostuviera hasta la hora del almuerzo, y luego caminando a
ratos, echándose sobre la hierba, otras veces, distraída con algún bichito que
pasaba por allí. En cualquier caso, su corazón iba por otras alturas, y su
mente se detenía en el recuerdo de ese buen Dios que les proporcionaba el aire,
el sol, el riachuelo…, aquella naturaleza, que podría estar más o menos poblada
a lo largo del trayecto. El responsable –que llevaba el cargo de María- se
interesó cómo estaba y cómo le iba, o si necesitaba alguna cosa.
Cuando se dio la orden de marcha, cada uno ocupó su puesto,
se comprobó que estaban todos, y se reemprendió el camino. Quedan otras varias
horas por delante hasta que se llegara a la posada.
Y este monótono avanzar/descansar, parar en posadas al efecto
podríamos repetirlo cuatro días o cinco. Y puede CONTEMPLARSE con fruto, con
las variaciones diversas que deje la imaginación. Pero es claro que yo no voy a
hacerlo día por día. También nos tocará entrar en un aspecto menos resaltado hasta
ahora: EL SILENCIO DE MARÍA y sus efectos benéficos en las compañeras de la
caravana. Cuatro o cinco días de viaje
en esas condiciones se hacían pesados. Cada día más. Por eso, cada día había
menos cosas que decir y menos ganas. En la carreta se adoptaban las posturas
más cómodas, aunque no fueran siempre las más estéticas.
Era, podríamos decir, la hora de María, la hora de gozar de su silencio, de su misterio, de su Dios, de su Hijo. Esos momentos en que aflora la profundidad que hay en el alma. Poco estorbo encontraba ahora María para ese regocijo espiritual. El silencio de María no es simple silencio, mero aburrimiento. Era como el vaso que se va colmando, naciendo desde el manantial interior. Lo que María meditaba en su Corazón era ya la explosión de esa vida interior que sostiene todo lo demás. La que no deja lugar al cansancio porque a más silencio, más crece esa vida, más se expresa en requiebros y emociones del alma.
Era, podríamos decir, la hora de María, la hora de gozar de su silencio, de su misterio, de su Dios, de su Hijo. Esos momentos en que aflora la profundidad que hay en el alma. Poco estorbo encontraba ahora María para ese regocijo espiritual. El silencio de María no es simple silencio, mero aburrimiento. Era como el vaso que se va colmando, naciendo desde el manantial interior. Lo que María meditaba en su Corazón era ya la explosión de esa vida interior que sostiene todo lo demás. La que no deja lugar al cansancio porque a más silencio, más crece esa vida, más se expresa en requiebros y emociones del alma.
El Evangelio de hoy es muy soso de leer (Mt 1, 1-17) pero encierra un enorme contenido
ResponderEliminar