La llevaré al desierto
Uno de los profetas más vivos es
Oseas. Profetiza desde su misma realidad, que no fue precisamente agradable.
Casado con una prostituta, el profeta tiene la ilusión de regenerarla. Piensa
que la ganará a base de sus delicadezas y ternuras con ella. Y así reproduce
con una viveza inmensa la acción de Dios con su pueblo, ese pueblo testarudo,
difícil, protestón, que frecuentemente se volvió contra su Dios.
Oseas se nos muestra hoy (2, 14-16.
19-20) como ese esposo cariñoso, enamorado, fiel, que sobrepasa las debilidades
de la esposa y decide llevársela de viaje
de novios al DESIERTO…, lejos del ruido, lejos de aquellos falsos amantes
de la mujer, y allí en el desierto hacerle requiebros de amor y ganarse su cariño
y confianza. Y “me casaré contigo en
matrimonio perpetuo…, en fidelidad…”
La imagen es magnífica para verla
en Dios, ese Dios que tiene ya tan malas experiencias de la infidelidad de
Israel, pero al que no renuncia, al que ahora –una vez más- quiere ganarlo por
el amor. Y será ese esposo fiel que se lleva al DESIERTO a su Pueblo, como el
enamorado que busca la soledad para declararle el amor a su enamorada. El “desierto”
no es la arena y la inhospitalidad. Es muy al contrario, ese espacio de
intimidad en que a solas con la esposa puede ganarle el corazón. Y le hace la promesa
definitiva: Me casaré contigo en
matrimonio perpetuo. Las cosas de Dios que no sabe hacer nada a medias.
El evangelio –Mt 9, 16-26- es como
una síntesis de ese mismo episodio cuando lo tomamos de otros evangelistas. Es
ese doble hecho, uno dentro del otro, de la mujer con hemorragias, y el
personaje cuya hija está muriéndose y recurre –en última instancia a Jesús. [De
otras narraciones sabemos que era Jairo, un jefe de sinagoga; pero San Mateo no
concreta nada. Y yo voy a intentar ceñirme a su narración, seguro que mis
lectores van a ir rellenando fácilmente… Y eso es un ejercicios de oración muy
interesante].
Se acerca a Jesús “un personaje,
que se pone de rodillas ante Jesús y le dice: mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza y vivirá.
Ya encontramos una diferencia total con lo que solemos tener en la mente, por
las muchas veces que lo hemos leído o escuchado: cuando el tal personaje llega
a Jesús, la hija ya ha muerto. Y por tanto se hace más llamativa la fe del
hombre porque lo que ya viene a pedir es nada menos que hacer volver a la vida
a la niña. Y la fe –tal como la expresa y tal como pide- requiere que Jesús vaya, ponga las manos en su cabeza… Y
Jesús va a cumplir al pie de la letra los requisitos. Jesús siguió camino con sus discípulos.
Se cruza por medio una mujer, doce años ha que estaba enferma de
hemorragias. La mujer se acercó por
detrás, tocó el borde del manto de Jesús…
Jesús se limitó a decirle: ¡Ánimo,
hija; tu fe te ha curado! San Mateo se mita a constatar el hecho. [De
seguro que muchos están leyendo esto y lo están enriqueciendo con sus otros
conocimientos. Seguid en ello. Estáis orando en contemplación. Estáis “viendo”
más allá de lo estrictamente narrado por el primer evangelista. Y estáis en
plena faena de ORAR]. En este momento
quedó curada la mujer.
Jesús siguió su camino y estaba llegando ya a la casa del “personaje”
(lo que quiere decir que estaba muy cerca de donde el hombre había venido a buscar
a Jesús). El panorama era el de un luto en toda regla; mujeres llorando (de
oficio), flautistas con sus toques
funerarios. Y Jesús que llega y dice al paso: ¡Fuera! La niña no está muerta sino dormida. Evidentemente se lo
tomaron a risa, cuando no ya a indignación, por la broma de mal gusto que Jesús
había hecho a propósito de una muerte tan traumática como la de una niña.
Jesús entra en la habitación de la difunta, la toma de la mano, y ella
se puso en pie. Ahí acaba la narración. Yo diría que una hierática narración,
una narración a la que le falta alma. Y no es defecto del evangelista, sino la
riqueza que nos deja para poder rellenar, la de ir a buscar en los otros
evangelistas, porque nos hace falta insuflar vida y cordialidad a ese hecho. Y
los otros nos van a dar matices, detalles y delicadezas de Jesús. San Mateo nos
ha hecho un favor. Nos ha mostrado el “chasis”. A nosotros nos toca echar el
resto…, traspasar la ventana, si me
permitís citarme a mí mismo.
San Ignacio presenta en Ejercicios la ELECCIÓN de una forma que se
parecería a Mateo: nos da los palos del andamio, y nos deja que nosotros lo
construyamos, lo trabajemos, y trepemos por ese entramado que nos ha tocado
construir. Porque –partiendo de que la mayoría de las veces no es un movimiento
claro de Dios en el alma lo que nos indica qué decisión hemos de tomar- nos
deja a nuestras facultades humanas el descubrimiento de la voluntad de Dios. De
ahí la enorme importancia de la introspección, de la búsqueda ante Dios, de no
pretender que las soluciones vengan dadas desde fuera, desde otro. Como en la
elección de Matías, hay que poner en acción todos los recursos personales. Y
luego con los resultados previstos, ir a la Presencia del Señor. Con pocos
elementos, hay que descubrir algo muy importante. Mateo siguió esa táctica con
nosotros. Nos lleva al DESIERTO y –sin dejar de acompañarnos, nos sitúa ahí
para excitar la intimidad.
Ser introvertido no es bueno ni malo, pero es a veces necesario porque si no el ruido exterior no te deja ni pensar ni escuchar a Dios.
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