“Puente de plata”
Estamos
asistiendo en el momento actual a una demostración palmaria de cómo es el
temperamento judío. Y al leer las descripciones bíblicas no podemos prescindir
de esa idiosincrasia de un pueblo tan belicoso, vengativo y violento. Quizás,
incluso, “sin alma”. Los personajes fundamentales de sus orígenes lo definen
como pueblo duro de cerviz. Y eso no
está dicho en balde. Con historias “más recientes” como la vida de Jesús,
también quedó plasmado qué clase de “alma” era la de aquellos hombres.
Por
eso ya he dejado dicho en otra reciente ocasión que la Biblia hay que leerla “en
diagonal”, de manera que nos quedemos con el néctar y dejemos la pulpa.
En lenguaje moderno se dirá que hay un leiv
motiv transversal.
Pues
bien: Hoy nos llega Miqueas (2, 1-5) y nos habla de aquellos que traman iniquidades de día y de noche; que codician
campos y roban en las casas; que oprimen a la persona y sus posesiones… ¡Ay de
ellos! Lo coherente judío es meter a Dios en liza con ese pensamiento y ser
Dios mismo quien medita una desgracia
contra esos; maldice su futuro; y predice males contra los autores de esas
realidades. En medio de eso, Lo
transversal es la Historia de Salvación que Dios escribe con tantos renglones
torcidos. Dios no necesita emplear la violencia. Ve cómo esas personas se
acabarán destruyendo unas a otras. Es muy significativo –e invito a leer el 2
Cro, 20, 1-24- para ver que no es Dios quien toma venganzas ni hace amenazas,
ni crea situaciones de guerra, sino que son los mismos humanos protagonistas
quienes se bastan para destruirse entre sí, precisamente desde su ambición y su
dureza testaruda de arrasar y destruir y derrotar.
Un
caso más cercano es el del Evangelio de hoy (Mt 12, 14-21). Comienza ya con la
decisión de los fariseos de acabar con
Jesús. Basta echar una página atrás para ver que no ha ocurrido otra cosa
que hacerles caer en la cuenta de que ha sido absurdo decir que Jesús echa los
demonios con poder del demonio; o que los discípulos han triturado entre sus
manos –en sábado- unas espigas, y Jesús ha dejado sin argumento a los fariseos
escandalizados. Con eso basta ya para tramar acabar con Él. [¿Ha muerto un judío o han secuestrado a unos niños
judíos? Pues ¡dicho y hecho!: ya van más de 300 muertos de la otra parte…, y
muchos niños entre ellos…!].
Y
Jesús lo vislumbra y opta por hacer mutis por el foro. Parafraseando el refrán,
“a enemigo que trama ruina, ¡puente de plata!”. Y Jesús se retira, haciéndose
el desapercibido y pidiendo a la gente que no delate por donde está…, pero ahí
donde está sigue siendo elk Jesús bondadoso, taumaturgo, que emplea su fuerza
en hacer el bien, en curar enfermos, en dejar clara la línea transversal de uno que –más allá de las maldades humanas,
pasa derramando su bondad…; SALVANDO. ¡Esa es la historia de Dios!, que –en tanto
hay más oscuridades alrededor- más reluce a los ojos limpios de la gente
sencilla, de la gente que sabe leer en
diagonal toda la “historia” bíblica.
Dice
el refrán popular que quien al cielo
escupe, en la cara le cae. Y liberando tal dicho de su connotación de
venganza celestial, sí expresa la otra realidad –muy humana- de que en el pecado lleva la penitencia”. El
violento sufre violencia. Y aunque nadie se vengara de él, en su rostro lleva
ya impresa la marca del malhechor, del degenerado. El pacífico lleva las
comisuras de sus labios extendidas hacia las orejas, que es el signo de la paz.
Se suele decir: “he dormido a pierna suelta”. Lo contrario del que sus venenos
interiores no le dejan dormir”.
Un
pueblo que siempre está en armas y con la tensión a flor de piel, podrá creer
que gana, que vence… Pero en su fuero interno ese orgullo cuesta tantas “noches
sin dormir”, que bien lleva “la penitencia” encima.
De
Jesús se puede decir –concluye la lectura de ese evangelio” que “el siervo predilecto de Dios, elegido y
amado, sobre el que va descansando el Espíritu de Dios, no porfiará, no gritará, no voceará por las calles; no tronchará la
caña cascada y no apagará el pabilo vacilante”. ¡Qué preciosa descripción
de Jesús!..., y de los que son de Jesús. ¡Qué concreción tan clara de que he venido a traer la guerra contra uno
mismo, y no la falsa paz, para así poder vivir en paz con todos los demás!
Precisamente porque su distintivo es la
paz, Él no troncha lo que está ya cascado, ni apaga la mecha que titila
porque le falta el aceite. Porque viene a PONER PAZ, comienza Él por ser el
pacífico, por evitar la causa de tensión, por eliminar el pensamiento que daña…,
el juicio negativo que sigue al mal pensar, y evita el mal pensar que sucede al
mal ver y mal mirar.
“Huye
Jesús”. Huye muchas veces a través del Evangelio. Esas huidas que son enormes
victorias porque son para evitar confrontaciones. “Ojos que no ven, corazón que
no quiebra”. ¡Qué hermosa manera de quitar guerras inútiles, dentro de sí o
hacia afuera!
Lo
que no quitó ni un ápice de decisión y valentía cuando llegó el momento, cuando
aquella “hora” se presentó ya en dilema de fidelidad. Porque allí y entonces,
dio la cara y dio la vida. No contra nadie, sino a favor de todos.
San
Ignacio pone su característica de discernimiento en tener un
equilibrio pleno dentro de sí, a la hora de plantear una elección. La paz, por
delante, y cuando ya se ha visto en paz lo que hay que decidir, se toma la decisión
cueste lo que cueste.
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