Vocación
Hoy
entra el profeta Jeremías en la 1ª lectura: 1, 1, 4-10. Dios se ha fijado en
Jeremías y lo llama a ser su profeta. Pero esa llamada está precedida de un
requiebro de amor divino, que pone ante los ojos de aquel muchacho una serie de
previas acciones de Dios: Antes de formarte
en el vientre, te amé; antes de que salieras del seno materno, te consagré. Te
nombré profeta de los gentiles. Esas palabras se han escrito miles de veces
después, cada cual que alguien ha querido plasmar en tres frases el amor
predilecto de Dios sobre él o ella. Ha sido como un emblema que ha
caracterizado la maravilla de Dios que es una vocación.
Puede
pensar cualquiera que hoy va de personas
consagradas, de esas vocaciones especiales,
que suponen un apartamiento del mundo, una excepción en el común de los
mortales: misioneros, sacerdotes, religiosas y religiosos…
Yo
quiero romper lanzas a favor de toda vocación: de mi amigo médico, la del otro
amigo poeta, la del que vive honrada y gozosamente su vida en la misión que le
encomiendan. Aun a sabiendas de la zancadilla que le han echado cuando lo han
quitado de lo que era su realización mejor de sus muchas cualidades, y lo han
relegado a un puesto administrativo. Hablo también del que busca ganar cada día
la batalla de una buena enseñanza desde su puesto de Maestro… Y así podría
seguir. LA VOCACIÓN no es que “se suponga”, pero la vocación es cuando es.
Y
fue vocación aquel primer titubeo –casi habitual- del que tiene el primer miedo
por dar el paso…, porque cree que él o ella no podrá con aquel horizonte que se
le abre delante, pero al que uno ve inasequible. Y de pronto siente el impulso
de decir: Y si otro pudo, ¿por qué no yo? Y se da el tímido primer paso. Y
luego otro. Y luego empieza a sentir que pisa más fuerte… Y un día tiene los
dos pies bien consolidados en aquella profesión u oficio o labor.
Indiscutiblemente
hay una serie de vocaciones que entran dentro de unas capacidades y aptitudes
humanas. El maestro, el médico, el poeta o el fiel trabajador en su puesto,
sabe que una dosis de osadía o valentía, y una capacitación adecuada, le ponen
en el lugar de su misión.
Pero
dentro de eso mismo caben esos momentos en los que Dios sale al paso de una manera
peculiar, y de pronto viene al sujeto y le susurra al oído: Desde antes de nacer, te escogí; desde el
seno, te amé…, y conté contigo; te puse un nombre muy concreto… Más de una
vez la persona se ha echado a temblar, aunque con un temblor trémulo de
emoción, de sentirse derretida el alma, porque está experimentando –detrás de
todo eso- que Dios le sale al camino y le va a encomendar algo. Es ese momento
en que el instinto tira hacia atrás, y casi quiere uno “defenderse”: yo no valgo, yo no sirvo, yo no puedo… Y
Dios responde: No digas: no puedo, porque donde yo te envíe,
irás, y lo que yo te mande, lo harás.
Bendito
momento en el que llega una persona a sentir que Dios no se le ha acercado en
balde…, que no fue casualidad aquel encuentro… Que el “prólogo” con que Dios se
ha hecho presente es toda una carta de presentación que se hace –por sí misma-
llamada y exigencia, y que ya no cabe el paso atrás… Y Dios, que no pierde la
iniciativa, dice: No digas: yo no valgo…,
y tocando los labios (o el corazón) con su dedo divino, pone a la persona en
pie y la lanza a ser profeta…, a ser
misionero de Dios, a ser testigo de la maravilla de Dios. La lanza a PODER; a
que no se escude en su impotencia humana.
Y
jeremías se plegó a Dios. Y hubo de luchar y hubo de sufrir. Pero también
construyó, levantó alto la verdad de Dios, que capacita a los humanos a ir más
allá de lo que la persona cree poder y saber. La verdad que nadie sospecha
adónde levanta Dios, en qué alturas pone Dios…, y hasta qué funambulismo (sin
redes protectoras visibles) lleva Dios. ¡Para eso es Dios!, y le basta llevar
su dedo al ser íntimo de la persona para hacer un gigante del enano humano más
negado…
Hoy
vuelve al Evangelio la parábola del sembrador, en su primera parte. Enumera.
Ahí hay falsos profetas que impermeabilizan su alma y no dejan entrada a Dios.
Y los hay “de merengue”, que a la primera de cambio el “gusto” se les reseca
por falta de raíz. Y los hay tan liados en “otras cosas”, que acaban con un “no puedo” penoso. Y los hay JEREMÍAS,
que aceptaron la llamada de Dios y dieron el fruto correspondiente. Se
sintieron con la muy hermosa responsabilidad de haber sido amados desde ante de
existir, y haber venido ya a la existencia con el Pan de Dios bajo el brazo. ¿Iban a decirle a Dios: “¡No puedo!”?
San
Ignacio establece un pilar central: “Procura
traer delante de tus ojos, todos los días de tu vida, a Dios primeramente, y
luego este tu vocación, que es camino para ir a Dios, y procura alcanzar este
alto fin adonde Dios te llama, cada uno según la gracia con que le ayudará el
Espíritu Santo”. Al pie de la letra le va lo mismo a mi amigo médico, que
al poeta, que el maestro, que al administrativo. Y por supuesto tiene un valor
añadido para quienes nos sentimos en el carro de una vocación específica, a la
que fuimos llamados para proclamar “de oficio” el REINO DE DIOS.
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